Sangre de Hierro - Las puertas del olvido

Capítulo IX - El primer Salto de Max

-El primer Salto-

…“Las puertas pueden abrirse y cerrarse con facilidad. Pero una vez que las rompes para ingresar ya no puedes cerrarlas al salir.” …

 

— ¿A dónde crees que vas? —pregunta Dash mientras me toma del brazo impidiendo que me aleje del grupo.  Sus palabras apenas pueden escucharse. El sonido de los disparos, el tumulto y los gritos de terror inundan el hangar.

   No puedo verme el rostro, pero seguramente mis ojos no transmiten nada bueno. Al mirar hacia atrás y cruzar la vista con la Dash, inmediatamente me suelta.

—Un Soldado nunca abandona —le grito para hacerme escuchar.

   Estoy algo desenfocado. Tengo la vista borrosa. Escucho entrecortadas las palabras de Dash. No entiendo absolutamente nada de lo que me dice. Igualmente, no cambiaría nada. Tengo el impulso de salir a luchar. Estoy decidido en ingresar al frente de batalla. Las figuras se me desdibujan a medida que corro en dirección a la salida. Estoy extremadamente sensible y jadeo como un animal salvaje. Mis sentidos están alterados y en alerta. Tomo velocidad en dirección al frente de ataque. Los soldados no me detienen y paso entre ellos de manera invisible. Las miradas están puestas en la resistencia que se ha formado en las afueras. Nadie nota mi presencia.

   Los disparos son cada vez menos frecuentes. Las municiones se agotan y todo comienza a suceder en cámara lenta. Puedo ver los casquillos volar por el aire, la sangre de los agresores suspendida e ingrávida. Puedo sentir el terror en los soldados carcomiendo sus huesos. La furia de los Jorys quebrantando la moral. Y mi propio odio hacia ellos.

   Tras una pila de cadáveres emerge un Jory furioso. Puedo ver como se recupera de sus heridas, como sanan con velocidad. Da un salto y ataca a un soldado que intenta recargar con dificultad su fusil. Está temeroso, con frio y la lluvia hace sus dedos resbalen impidiendo que pueda cambiar el cargador.

   Tomo el arma que guardo en mi cintura. El arma que Dash me dio para protegerme. No dudo en usarla. Salto por sobre el soldado y con mi rodilla atino al centro del rostro del Ojos Pálidos. Caigo con todo mi peso sobre su pecho.  Lo observo gruñir y gritar, intentando librarse. No hay caso. No tiene ni un rastro de humanidad. Sólo es un cascaron hueco carente de alma. Un títere asesino con sed de sangre y muerte.

   Los disparos zumban a mi alrededor, pero me distraen. A los Jorys tampoco. Ellos avanzan heridos, ciegos, corriendo o arrastrándose. Nada, excepto un disparo en el cráneo, los detiene.

— Lo siento —digo en voz baja, a la vez que alzo la vista y disparo el arma, destrozándole el cráneo del pobre infeliz bajo mis pies.

   Los soldados no resistirán mucho más. Las municiones se acaban. Los Ojos Pálidos no paran de surgir. La batalla estaba perdida incluso antes de empezar.

   Nuevamente me desenfoco. Mi vista se vuelve borrosa. Los sonidos me aturden. La sangre me hierve. El tiempo se detiene. Todo transita en cámara lenta. Tengo el impulso instintivo de un animal cazador. Quiero matarlos a todos, y ellos lo saben.

   Me lanzo hacia la horda de manera ciega. Golpeo. Disparo y vuelvo a golpear con todo mi ser. Mis movimientos son precisos y violentos. No puedo decir si realmente los controlo o ellos a mí. Bloqueo los ataques de manera frenética, instintiva y veloz. Siento sus huesos romperse con cada golpe. Caen y vuelven al ataque ni bien se recuperan de sus heridas. La batalla parece no tener fin. Me siento preso de mi cuerpo. Observo tras mis ojos lo que hago casi sin comprenderlo.

   Mis sentidos están alterados y sensibles. Me quedo sin balas. Atino dos golpes a un Jory a mis espaldas y suelto el arma. Antes de que toque el piso, la tomo nuevamente, pero esta vez por el caño. El calor del metal evapora el sudor de mi mano dejando una estela de humo blanco en el aire. El arma se vuelve incandescente y la lanzo tan fuerte como puedo. Destrozo el cráneo de un atacante frente a mí. Pero el arma no encontró resistencia. Atravesó varios cuerpos más, antes de detenerse.

   Un trueno detiene mi furia asesina. Lo siento ingresar por mi omóplato. Lo destroza por completo. Me perfora el pulmón y me abre en el pecho un hoyo del tamaño de un pomelo. Siento la sangre brotar y mezclarse con la lluvia. No siento dolor. No el que imaginaba ante una herida de este tamaño. El aire frío traviesa mi cuerpo de lado a lado. La sensación es indescriptible. Salgo de mi estado de euforia. Recupero los sentidos y llevo mi mano hacia la herida. Miro desconcertado en dirección al Hangar. Un soldado me acaba de disparar, el mismo que salvé hace unos segungos de ser destrozado por un Jory. El joven baja el arma y me observa caer de rodillas. Un fuerte golpe en la espalda me doblega. Mi  rostro se hunde en el barro. Los Jorys no tienen piedad. Mi cuerpo se siente débil y cansado. Más y más golpes comienzan a partir los huesos de mis costillas y espalda. El dolor es inimaginable. Grito con tanta fuerza que mis tímpanos apenas pueden soportarlo. Mi grito se convierte en rugir. El rugir los aturde y abandonan los golpes para cubrirse los oídos. Ellos también gritan. Gritan de dolor.

   El soldado que me disparó era el último en replegarse. La resistencia ahora se encuentra puertas adentro. De alguna manera mi estallido de furia atrajo a todos los Jorys hacia mí. Eso les dio tiempo para replegarse. Las puertas siguen entreabiertas. Lograron cerrarlas, pero no del todo. El mecanismo debe haber fallado nuevamente. Me incorporo y corro con todas mis fuerzas. Vuelvo hacia el hangar en busca de refugio. Dejo atrás la masa de seres esquizofrénicos y aturdidos. He visto como sus cuerpos eran azotados por el plomo y tan rápido como caían, sanaban sus heridas. La batalla no tendría fin. La euforia se hizo a un lado y el temor tomó el control.




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