Sangre de luna.

Capitulo 2

Caminaba con paso firme hacia la cabaña. Sabía dónde se encontraba su enemigo. 

 

—No deberías salir a estas horas Adelbert — escuchó su voz acompañada de los pasos que se acercaban detrás de él.
—¿Que es lo que sucedió? — Bramó con cólera.

 

Vilkos dió un vistazo a sus ropas llenas de sangre y bajó la mirada avergonzado. Siguió de largo a su lado y se sentó en el pequeño porche. 

 

—No he llegado a tiempo — se lamentó con pesar. 
—¡¿Como que no habéis llegado a tiempo?! Si lo que he encontrado han sido tres cuerpos y... Ella...— Tragó su dolor y le miró con ira—. ¡¿Como has podido?!
—Debo recordarte que tú eras su guardián. ¿Por qué la dejaste salir?
—Jamás he retenido nada de ella. ¿Y tu? ¡Qué juraste sobre el nombre de tus antepasados cuidar de los tuyos! ¡Has faltado a tu palabra! Has perdido mi confianza en ti y en los tuyos — dijo señalando con un gesto hacia el interior de la cabaña donde dormían la mujer de Vilkos y su único hijo.
—Y era tú responsabilidad mantenerla a salvó de los tuyos — siseó con furia—. ¡No has podido protegerla de dos individuos que son mil veces más bestias que yo!

 

Vilkos volvió a sentarse intentando controlar la ira que mantenía contenida y el dolor que luchaba por salir de nuevo.

Adelbert se paseaba de un lado a otro pasando sus manos por su cabeza. 

 

—No te excuses. ¡Ella estaba en el bosque, pálida y fría ! Le has arrebatado a mi hija a su madre. Me has quitado un tesoro que jamás podrás compensar. 

 

Vilkos se levantó hacia el claro y miró a la luna. 

 

—Pero me aseguraré que nunca más vuelvas a cometer ese error — sentenció Adelbert.

 

Se abalanzó sobre él y clavo el puñal en su espalda. Vilkos soltó un gruñido que le rompió la garganta y luchó por sacarse el puñal que le quemaba en vida con las llamas del infierno. 

Adelbert volvió a atacar al verlo débil y con su espada atravesó el pecho de aquel que no podría perdonar jamás su traición. 

Vilkos cayó al suelo convulsionando y escupiendo sangre a borbotones. Y un chiquillo salió de la cabaña.

 

—¡Padre!

 

Pero este extendió una mano cubierta de su sangre y le ordenó entrar. El jovencito vio a los ojos al asesino antes que su madre le tomara para entrar a la fuerza.

 

—Júrame por tu hija que los dejaras vivir. Júrame que ... Esta deuda queda saldada aquí.

 

Adelbert limpio la sangre con un paño viejo y volvió la vista a la cabaña. Ahora aquel niño había quedado sin padre y su mujer desamparada. Pero ese chiquillo no sería un niño para siempre. 


—Ya estaba muerta cuando llegue, el olor a sangre fue lo que me atrajo a ellos — logró decir con pocas fuellos—. No pude hacer más. Lo comprobarás al ver su herida en el cuello. Fue hecho con una daga.

 

Adelbert sopesaba sus palabras y permanecía en silencio.

 

—Yo también la amaba Adelbert. Siempre lo he hecho. Ahora júrame, por tu hija que lo dejaras vivir — pidió aferrándose a él con todas sus escasas fuerzas.

 

Pero éste quitó su mano con fuerza y se fue dejándolo morir en la noche fría.

 

—Lo juro. 

 

Fue todo lo que Adelbert le dijo a Helga, la mujer de Vilkos, en el entierro de su mujer. Miró al muchacho con desdén y odio. Para luego irse a casa con su hija.




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