Sangre de luna.

Capitulo 7

—María. Vengo por la tela que me mostraste.
—¿Qué tela?
—La tela verde. Dijiste que combinaba con mis ojos ¿Recuerdas?
—Oh sí. Si. Espera un momento.

 

Comenzaron a rebuscar entre las telas pero no la encontraban. 

 

—Leonard ¿Has visto la tela verde que traje para Amely?
—¿Qué tela mujer?
—La que estuvimos viendo el domingo pasado.
—No lo sé. Son tus negocios. Deberías cuidar mejor la mercancía — respondió en tono gruñón.
—Voy a buscarla Amely. Debe estar por aquí.
—Bien. Vendré después. 

 

Amely se entristeció por no haber podido comprar aún aquella tela. Quizás María había olvidado que ya la había vendido. 

 

En realidad no era algo indispensable, podía usar cualquier otro vestido para la ocasión. Incluso de otro color. 
Pero de pronto sentía el deseo de usar aquel color por el atento comentario de Valmond.

 

"Combina con tus ojos".

 

Se reprochó a si misma por comportarse como una chiquilla tonta que quería llamar la atención de un hombre. 

 

Al terminar de trabajar fue en busca de María con nuevas esperanzas pues no había visto la tela en el pequeño taller de Margaret.

 

—Oh hija — exclamó con pesar.
—Buenas tardes. Dime María.
—Leonard me ha dicho que vendió la tela.
—¿La ha vendido? Pero ¿A quien?
—Dice que no lo recuerda. Ya sabes cómo es ese viejo. Lo siento mucho. Pero mira tengo una parecida en azul. Te veras preciosa. 

 

Kristen, que también se encontraba ahí se unió a la selección. Amely compró aquella tela y un par de listones teñidos. Le parecieron adecuados para el cabello o un cinturón para el vestido.

 

Aún así. Era un regalo de su padre así que trabajó para que fuera el vestido más hermoso que cualquiera hubiera visto.

 

Llegado el día tan esperado por Amely, despertó aún más temprano para lavarse y hornear el pan. 

 

Adelbert trato de hacerla desistir en que dejara aquello pero no logro detenerla. Aquella muchacha era obstinada cuando se lo proponía. En eso se parecía a su padre. 

 

Cuando fue la hora para la pequeña fiesta todos los vecinos estaban reunidos en la plaza. 

 

María y Margaret se habían esforzado muchísimo en aquella cena. Sus amigas le ayudaron a hacerse una delicada corona de flores silvestres de donde salían cintas coloridas sobre su largo cabello dorado que se había dejado suelto. 

 

La luz de las antorchas le daba un brillo especial en el rostro. 

María había tenido razón. Aquel color la hacia resaltar. Y su esbelta figura se movía alegre con la música junto a sus amigas. 

 

El padre Santiago fue el primero en dar unas palabras de buenos deseos para las siega. Luego le siguió Adelbert invitando a todos a disfrutar de la bebida y el baile. 

 

Las chicas bailaban y reían. Los niños correteaban entre sus madres que conversaban animadas. Los hombres gastaban bromas y bebían cerveza. Y los más jóvenes hablaban con estos últimos pero sus ojos estaban pendientes de las jóvenes. 

 

—Padre Santiago, no hable como si fuera su última cosecha. Tiene que casarme y ver a mis hijos.
—Que Dios te oiga mi linda niña.
—Amely.

 

Aquella voz masculina sonó muy cerca a sus espaldas. 

 

—Valmond. Qué bueno que viniste. — Sonrió entusiasmada.
—No te fallaría — Le sonrió con malicia—.  Te traje esto.


Le tendió un bolso de cuero muy elaborado.


—Vaya. No. No era necesario. Solo era la noche de la fogata.
—Quise hacerlo. Espero te guste.

 

"Entonces, ¿El bolso no era todo el obsequio?".

 

Lo abrió para encontrar una suave piel de zorro rojo. Sacó la prenda y la tendió. 

 

Era una capa hecha con la tela que ella había estado buscando y la capucha estaba cubierta por la piel. 

 

—Valmond es hermosa.

 

Miraba aquella prenda y el bolso como los más grandes tesoros que podían haber. 

 

—Perdóname por haber impedido que hicieras el vestido — dijo avergonzado—. Al menos la capa te servirá por más días. — Y le sonrió dulcemente. 
—Muchas gracias. Te prometo que cuidare bien de tus regalos — dijo.  Contagiada de su sonrisa lo imitó.
—Amely... Yo...

 

De pronto parecía muy nervioso.

 

—¿Si...? Valmond.
—Eh... 

 

¿Pero qué le estaba pasando? Había ensayado por semanas lo que tenía preparado para decirle con aquellos regalos. Y ahora las palabras habían caído en el camino.




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