Sangre de luna.

Capitulo 10

Amely permaneció un momento más junto al fuego contemplando aquel hermoso medallón. 

 

Un hombre y un lobo. En el fondo de aquella bestia salvaje había un hombre. Y al parecer su madre sabía quién era y su padre. 

 

Vio una vez más el sencillo brazalete plateado que siempre traía puesto. Había sido un regalo de su madre pero con el pasar de los años su padre se había encargado de ajustarlo a su medida. 

 

Era como si supieran que apresar de la restricción de alejarse del lobo, ella iría en la dirección contraria. 

 

Había tantas preguntas en su cabeza. Pero solo serían respondidas al ver al lobo con sus propios ojos.

 

Se colgó el medallón y salió al exterior. Sabía que su decisión era una insensatez y que de salir mal aquello, el pobre Valmond quedaría viudo un mes antes de la boda.

 

Esperaba que él algún día la perdonara, igual que su padre. A quién estaba condenando al desconsuelo eterno desde ese momento. 

 

Caminó en dirección al río. La luna alumbraba el agua y las siluetas oscuras de los árboles.

 

Únicamente se escuchaban los ruidos usuales de los animales nocturnos y el correr de río. 

 

El viento gélido soplo contra sus mejías y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Y por primera vez sintió miedo.

 

Un gruñido terrorífico retumbó desde el bosque a sus espaldas. Se giró lentamente. 

 

Y ahí estaban esos ojos amarillos que la observaban a la distancia. 

La bestia volvió a gruñir mostrando sus enormes dientes que centellaban con la luna cuando éste se fue acercando al claro. 

 

Amely se quedó quieta en su sitio. Temblando esperaba el momento en que sería devorada por aquel monstro. 

 

El enorme lobo de pelaje tan negro como la oscuridad misma, apenas era distinguido. Caminaba con paso seguro en su dirección.

 

Ella sujetó el medallón con fuerza y susurró:

 

—Valmond perdóname. 

 

En ese instante el gigantesco lobo se detuvo frente a ella. Parecía olfatearla desde la distancia. Notó el objeto de plata sobre su pecho y retrocedió. 

 

—Se que no me harás daño — se atrevió a decir con voz temblorosa.

 

El animal la observó con detenimiento y sus facciones más serenas. Sus ojos chocaron con los de Amely y un pequeño disparo de energía les recorrió el cuerpo. 

 

Ella mantenía la vista fija en él. Intentando descifrar sus más recónditos pensamientos. 

 

Algo en esos grandes ojos amarillos le dió la sensación de seguridad. Como si los llevará viendo desde hace mucho tiempo. La conexión le era familiar. 


Un fuerte dolor golpeó su cuerpo junto a un nuevo escalofrío.  Se quejó poniendo sus manos sobre su cabeza.

 

" No debes temer Amely".

 

Abrió los ojos y miró al lobo directamente a los ojos de nuevo.

Aquella voz. ¿De dónde venía?

 

Quiso mirar al rededor pero temió que en el segundo que lo hiciera fuera atacada. 

 

"No tengas miedo Amely. No voy a lastimarte".

 

Era una voz extraña. Grave y áspera. Pero la manera en que había pronunciado su nombre le pareció conocida. Casi pudo sentir la caricia detrás de las palabras. 

 

Sujetó con fuerza la capa contra si para entrar en calor. Estaba temblando pero no era únicamente por el frío. 

 

—Valmond... ¿Eres tu? — Preguntó en un susurro.

 

"Tienes derecho a saber la verdad Amely. Si lo soy. No temas. Juro que jamás te haré daño”.

 

Al ver que ella no respondía decidió continuar.

 

"Esto es lo que soy Amely. Y es tu decisión continuar o terminar esto. No voy a obligarte si quiera a mantener el secreto. Solo espero que me creas cuando he expresado lo que siento por ti".

 

La respiración de la joven se volvió irregular. De pronto parecía más pálida. Un segundo después, cayó inconsciente sobre el suelo.




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