Sangre de luna.

Capitulo 12

El día de la boda llegó. La breve ceremonia se llevó a cabo en el centro de la plaza. Y todos los vecinos estaban invitados. 
Compartían la felicidad con los nuevos esposos. 


Valmond y Amely bailaban alegres al ritmo de las palmas. El círculo de bailarines en el que se encontraban, giraba y cambiaba de dirección. Reían y gastaban bromas intercambiando sus parejas. 


Cantaban y comían. No faltaron las lágrimas por parte de algunas mujeres que habían visto a la joven esposa crecer. Y sus amigas orgullosas de su matrimonio. Unas pocas cuchicheaban criticando todo lo que les fuera posible. Y otras solo le veían con envidia.


La fiesta terminó un par de horas antes del atardecer. Todos se despidieron y se marcharon a sus casas. 


Valmond subió a su esposa a la carreta para llevarla a su nuevo hogar. 

 

—¿Te he dicho lo hermosa que te vez?— Le sonrió con malicia.
—Creo que si. — Ella sonrió nerviosa.
—Espero y te agraden los arreglos que he hecho en la cabaña.
—¿Qué arreglos?
—Ya lo verás.

 

Eran cambios que le habían llevado a trabajar unas semanas. Pero que Valmond había hecho con el fin de brindarle comodidad a su mujer.


Había arreglado el techo, no quería que la cabaña pasará húmeda en invierno. Agrandó la boca de la chimenea para facilitarle la labor de cocinar.


Sacó a los animales dejándolos en un pequeño cobertizo al lado de la cabaña. Con un abrevadero más grande y la pila de leña ahora estaba afuera, a la sombra del cobertizo. De manera que la estancia tenía más espacio. 


Cambió la vieja escalera para subir a la cama y ésta la había rellenado con paja nueva y una capa de suaves pieles.

 

—Es muy espacioso y todo está muy limpio Valmond. Muchas gracias.— Ella le sonrió al apreciar los detalles. 
—Y hay más. Arriba.

 

Amely trago saliva nerviosa. Hasta ese momento, aquel acontecimiento había pasado de largo por su mente. Pero ahora estaba ahí, con su marido y ella seria su mujer. 


Subió por las escaleras y se encontró con un limpio lecho. 
Acarició la gigantesca piel de oso que estaba tendida. 


Al recostarse en ella, resultaba cómoda. El aroma que despedía era exquisito. La esencia masculina de su marido era algo que le encantaba. 

 

—Me alegro que te guste. — Se acercó a ella para sentarse a su lado—. Es de las mejores pieles que tengo. La guardaba para ti.
—¿Para mí?
—Por supuesto. Mereces tener lo mejor.

 

Alzó su mano para alcanzar el rostro de Amely. Quien repentinamente se veía sonrojada. 

 

—Gracias — susurró sin mirarlo.
—Sabes que no debes temer. No voy a hacerte daño. Lo sabes, ¿Verdad?

 

Ella asintió sin alzar la mirada.
Valmond la recorrió con la vista. Era perfecta, hermosa, dulce y delicada. El rubor en sus mejías solo la hacían ver más bella si es que eso era posible.

 

—Amely... Mírame por favor.

 

Ella lo vio a los ojos sintiendo sus mejillas arder. 

 

—Mo sholais na gealaich... — Susurró cariñosamente mientras acunaba su rostro en sus manos.
—¿Que …? ¿Qué significa? — Preguntó a penas en un susurro.
—Mi luz de luna. Por eso jamás te haré daño. Jamás podría lastimarte Amely. Por qué eres todo para mí. 

 

Se inclinó para besarla justo sobre la comisura, a lo cual ella separó sus labios para exhalar todo el aire que había estado conteniendo.


Aquella reacción solo le indicó a Valmond qué se encontraba por buen camino. Podía sentir su respiración vibrar contra su boca, podía aspirar su dulce aliento. 


Dedicó un par de segundos para contemplarle con los ojos cerrados, temblando ante él.


Volvió a inclinarse para depositar un beso sobre la comisura de sus labios que no había sido acariciada. 


El contacto hizo estremecer a su mujer. 
Sin poder resistirse bajo por su cuello en un recorrido de besos. Podía escuchar perfectamente su corazón acelerarse y su respiración volverse aún más agitada. 
Su nariz retomaba la caricia para volver a su rostro cuando ella repentinamente le apartó de forma brusca. 

 

—¿Qué sucede? — Preguntó confuso.
—Es, es solo que — decía sin aliento. 

 

Por alguna extraña razón, Amely había recordado lo que sus amigas le habían dicho sobre esa ocasión. Que era algo sumamente doloroso y que se la pasaría llorando todo un día. 


Hasta María había asegurado que "los hombres solo buscan sus beneficios".
La vergüenza le impidió hablar y prefirió mirar hacia otro lado. 




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