El Padre José. Demasiado joven como para afirmar lo mucho que decía conocer el mundo y los secretos de Dios. Había sido asignado a la iglesia del pueblo desde el monasterio de un lugar lejano llamado Parisii.
Y había sido el único en quedarse, pues todos los monjes que fueron enviados por parte del monasterio de la villa, se reusaban rotundamente a vivir en aquel "pueblo de demonios".
Éste domingo, el Padre José, decidió hablar del diablo y el valor que el Señor infunde para luchar en su contra.
Pues, aunque aceptaba su asignación como clérigo, afirmaba que un día sería capaz de vencer el poder del demonio que recorría el pueblo cada noche de luna con el poder del Señor.
Y para ello había enviado a llamar a un hombre cuya vocación era la misma que la suya, cuidar del rebaño de Dios. Pero ahora se dedicaba a impartir el juicio final para todas las criaturas diabólicas que rondaban el mundo.
- Por ello me enorgullece presentarles - levantando el mentón y caminando cual pavo en época de celo. - Un hombre que ha sido bendecido por los mismos dicupulos de nuestro Señor El Cristo. Un hombre que nos librará del demonio.
Muchos asentían afirmativamente orgullosos de la decisión que el sacerdote había tomado y otros susurraban entre sí.
Entonces, unos pesados pasos hicieron crujir el suelo de madera de la pequeña iglesia.
Las botas oscuras de aquel hombre con mirada sería avanzaron al frente de todos. Junto a éste, dos hombres se apostaron cada uno a su lado con un semblante parecido.
Los envolvían ropas extrañas. Una parte era de tela púrpura, pero en un tono muy oscuro. Luego le seguian prendas de cuero que se colocaban como una camisa sobre sus hombros, brazos y caderas. Y a continuación, piezas que encajaban unas con otras en sus brazos, sus hombros y su pecho. Eran sólidas y rígidas. Cómo si fueran de hierro.
El hombre que estaba en el centro llevaba puesta una capa en un rojo opaco y oscuro.
Todos permanecían callados observando a los visitantes.
El hombre del centro esperó a que el Padre José terminara sus palabras de presentación. Pasó sus manos al frente y se sacó los gruesos guantes de cuero.
Los entregó a uno de sus hombres, quien a penas y se movió.
Pasó su mano por sus dorados cabellos. No eran tan claros como el sol, más bien eran cobrizos como la cera del panal de miel. Su espesa barba ocultaba sus labios que aún permanecían cerrados observando detenidamente con sus ojos claros como el cielo despejado de primavera, a todos los habitantes de aquel pueblo.
Hizo crujir sus nudillos mientras veía a los hombres, mujeres y niños.
Los congregados soltaron un leve murmullo ante el sonido. Expectantes permanecieron en silencio. A lo cual, el extraño abrió la boca.
- Hijos míos - pronunció la grave y seca voz. - Doy gracias al Señor por permitirme estar aquí con ustedes. Y a su vez, deben de mostrarse agradecidos con la misericordia del cielo que les ha concedido que uno de sus discípulos venga a vosotros para liberarlos del mal que les amenaza desde hace tanto tiempo.
La gran mayoría asintió y afirmó en tono bajo.
- Mi permanencia en éste lugar no será larga. Se los aseguro. Dios nos guiará para encontrar a la bestia y entonces recibirá su castigo hirviendolo en el fuego de infierno por la eternidad.
La entereza que aquél hombre mostraba convenció al instante a los habitantes, que pronto serían liberados de su maldición.
- Mi Señor Felipe Alfonso de la Cierra. Es un honor tenerlo entre nosotros - se adelantó el emocionado hombre de hábito hacia su invitado.
El aludido solo se hinchó en orgullo exigiendo con su postura una reverencia. Y por supuesto su interlocutor lo hizo así.
- Permítame mi Señor ofrecerles asilo a usted y sus hombres en la casa de Dios.
- No es mi intención rechazar tal muestra de hospitalidad Padre José. Pero preferiría quedarme en un lugar más accesible a los lindes del bosque. Donde mis hombres y yo se nos facilite la vigilancia permanente de todos.
- ¿ De todos mi Señor?
El resto murmuraba entre sí.
- Si Padre. Han escuchado bien - alzó levemente la voz haciendo que el aire que se respiraba crujiera como una tormenta. - La bestia no vive separada del mundo terrenal. Vive entre nosotros - dijo caminando hacia su público. - Se disfraza cual angel de luz para luego invocar el poder del demonio en noches como las que está por llegar.
- Si la luna llena está por venir - decían unos dándole la razón.
- Por ello es necesario que cada uno de ustedes se desnude de sus pecados ante Dios. Hoy que se le está dando la oportunidad. Puede que la gracia de Dios lo bendiga y sea su alma librada del tormento eterno.
- ¿Esta diciendo que es uno de nosotros? - preguntó un indignado Leonard.
- Así es hijo mío. El demonio habita en uno de ustedes. Y yo lo encontraré.
- Es imposible que sea uno de nosotros - añadió otro desde el fondo de la sala.
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Editado: 15.07.2018