Sangre de luna.

Capitulo 29

Amely se levantó con su hija de la mano. Se dirigía directo a la salida cuando el sacerdote le llamó.

 

- Amely. Hija.

- Padre. Buenos días.

- Buenos días Padre - saludó Gaely.

- Buenos días mi niña. Tienes prisa hoy hija.

- Oh no. Es solo que quiero llegar a preparar todo para mí invitado - dirigiéndose a Felipe.

- De manera que usted es la esposa del buen Valmond - le tomó la mano para besarle los nudillos. Amely sintió un escalofrío en su espalda. Aquello no era buena señal.

- Si mi señor - respondiendo lo más tranquila posible.

- Y ésta ¿Es vuestra hija?

- Si - respondió la madre de la niña con una sonrisa.

- Tienes los ojos de tu madre hija - tocando ligeramente su barbilla. Con ese pequeño movimiento, el medallón de plata de la niña salió de su vestido. Felipe no pasó desapercibido ese detalle.

- ¿Usted encontrará al lobo Padre ... Padre?

- Felipe, linda. Y así es. Lo encontraré y le enviaré a las llamas del infierno que Dios mismo le ha preparado.

 

Amely se movió incómoda y apretó más a su hija contra sus faldas.

Felipe lo notó al igual que el temor en los ojos de la niña.

 

- Lo lamento señora si he sido un poco brusco con mis deseos.

- Descuide. Es comprensible su fervor. Si nos disculpan - intento sacarse de encima a aquellos hombres. Pero el sacerdote le volvió a hablar.

- Y ¿Tú marido?

 

Ella estaba por responder cuando sintió unas fuertes manos en su cintura. Aliviada respiró de nuevo.

 

- Buenos días señores.

- Buenos días Valmond. Quiero agradecerte por tu hospitalidad.

- Es lo menos que puedo hacer por un hombre de Dios - dirigiéndose serio al visitante, quien segundos antes que él llegara, paseaba la mirada sobre el cuerpo de su mujer.

- Le estaré agradecido por su gesto - Felipe respondió apresuradamente.

- Si me disculpan señores. Debo hacer unas compras - Amely se movió levemente para estrecharse más contra su marido. - Estaré con María - le informó. Valmond solo asintió.

- Que tengáis buen día hija - bendiciendola junto con su hija.

- Señora. Señorita.

 

Amely sujetó de la mano a su hija para salir de ahí. Necesitaba respirar. La decisión de Valmond había sido precipitada y arriesgada. Los ponía en peligro a todos.

Sin embargo, ya nada se podía hacer. Confiaba que él sabría por qué lo había hecho.

Con el corazón agitado y su cabeza adolorida caminaba sin mirar a nadie más.

 

- ¡Amely! - le retuvo un chiquillo. - Tía Amely. Mi madre te llama.

- Buenos días Malk. Lo siento no te escuché. ¿Donde está tu madre?

 

El niño señaló en dirección contraria.

 

- Ahí viene.

- Mamá ¿Podemos ir a jugar al río?

- No me parece buen momento para eso Gaely. Estaré con María y tu padre querrá que estés cerca. Mejor quédense aquí.

- Vamos a jugar con las ovejas de Leonard - propuso Malk al ver que su amiga hacia un puchero descontenta.

- Vale - se resignó.

- Amely, te he estado buscando - se acercó su amiga con su hija en brazos.

- Lo siento Kerstin. La verdad aún estoy un poco conmocionada con lo de nuestro visitante - le tomó de la cintura para caminar juntas hacia la casa de María. - Déjame cargar a Greta - le pidió sonriente.

- Claro. Ésta niña está cada vez más pesada - Kerstin estiró los brazos. - Ese hombre me da algo de miedo Amely - viendo de reojo al grupo de hombres que aún hablaban afuera de la iglesia.

- La verdad a mí también - arrullando a la niña pelirroja en sus brazos.

- Bueno niñas. No hay nada que hacer. Tu marido ya habló - dijo en un tono serio María al escuchar sus comentarios. - Tu marido es un hombre sensato Amely, él debe saber por qué lo hace. Además, estarán más seguras tu y tu hija ¿No lo crees?

- Si María. Tienes razón.

- Pero lo que no me gusta de ese hombre - continuó la mujer mayor. - Es que haya dicho que el lobo es uno de nosotros. ¿Cómo podría ser eso posible? Conozco a todos los de éste pueblo desde que yo era una niña y mis padres conocieron a los padres de éstos también. No podemos acusar a alguien así - María estaba realmente indignada ante la acusación que había hecho el Padre Felipe.

- Si, a mí tampoco me parece justo - opinó Kerstin mirando unas telas. - Y si fuera así ¿Cómo podría alguien mentir a sus amigos y familiares de ese modo? ¿Traicionarnos así? ¿Qué piensas tú Amely?

 

Ésta que se entretenía con la hija de su amiga tuvo que pensar rápido para dar una respuesta sensata y neutral.

 

- Pienso qué no podemos acusar a nuestro semejante sin pruebas. Así nos había enseñado el Padre Santiago. Y si resultará cierto, si alguien ha ocultado algo así. Deberíamos imitar la misericordia de Dios. Alguna buena razón habrá tenido para ello - caminó hacia el otro extremo del lugar para evadir sus miradas.




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