Sangre de luna.

Capitulo 30

La hora de la última comida había llegado. Amely y Gaely esperaban a Valmond y su invitado.

Pues éste había vuelto al pueblo para mostrar el camino al famoso Padre Felipe.

 

- La cena ha estado deliciosa señora Wilk.

- Gracias. Pero se la debemos a mi marido Padre.

- Por supuesto. Valmond. Me han dicho que es usted un excelente cazador y rastreador. Me será muy útil sus conocimientos sobre estos bosques.

- Por supuesto - se limitó a responder.

- Y dígame señor Valmond. ¿Cuando podría usted acompañarme para hacer el recorrido? Me es urgente tener todo preparado para antes de luna llena.

- Mañana debo revisar unas trampas pasando el río. Pueden acompañarme si gusta. Saldré antes del amanecer.

- Solo le acompañaré yo Valmond. Así podremos volver mis hombres y yo luego. No quiero interferir en sus obligaciones.

- De acuerdo. Entonces será mejor que descanse. Mi mujer le ha preparado un lecho seco.

- Muchas gracias señora Wilk.

- Espero esté cómodo. Si hace mucho frío aquí hay otra piel.

- Se lo agradezco.

 

En ese momento entró Gaely con unos trozos de leña.

 

- ¿Has cerrado bien el cobertizo? - preguntó su madre.

- Si.

- Vamos a dormir entonces. Buenas noches Padre.

- Buenas noches Padre Felipe.

- Buenas noches señorita, señora.

 

Valmond permaneció levantado un rato más mientras terminaba de afilar su hacha y preparaba lo necesario para mañana.

 

- Tiene una hermosa familia Valmond.

- Gracias.

- Dígame ¿Cómo es que su mujer ha accedido a vivir aquí? Por el peligro que corren.

- Mi familia siempre ha vivido en ésta casa. Tampoco corremos peligros innecesarios Padre.

- Estoy de acuerdo. Me parece innecesario que una niña vaya a por leña en la oscuridad.

- Mi hija y mi mujer están a salvó - lanzando el hacha reluciente contra la puerta, quedando clavada. - Y mientras permanezcamos en paz con el lobo él nos os amenazará.

 

Felipe le observó con detenimiento cuando fue a sacar el hacha de la puerta.

 

- Por lo que veo está usted encontrará de mis propósitos Valmond - paseándose frente a la chimenea. - En la iglesia no ha opinado nada pero usted y su mujer. . .

 

Valmond le observó con el rostro serio. Caminó hacia él con paso firme.

Felipe se dió la vuelta para mirarle a los ojos.

Eran casi de la misma estatura, pero ambos hombres se veían con cierto recelo.

 

En mi opinión tienen una postura muy comprometedora- terminó.

- Nuestra opinión no alterará sus propósitos aquí. ¿No es así Padre?

- Tiene razón. No los cambian.

- Entonces le deseo pase una buena noche.

- Usted igual.

 

Cual caballeros se despidieron con una ligera reverencia y con los modales reales terminaron su conversación.

 Valmond se metió en el lecho junto a su mujer. Sabía que estaba despierta. La buscó entre la manta para abrazarla.

La noche avanzaba y las suaves caricias de Valmond sobre la espalda de su mujer mantenían el ritmo constante.

Percibían la tensión en ambos. Siempre habían sido capaces de sentir las emociones uno del otro. Aunque Valmond no estuviera en su forma lobuna.

Con el pasar de los años su conección se había vuelto más sensible. No era como la que Amely mantenía con su hija pero era más que suficiente para ellos una mirada y saber lo que su compañero buscaba o necesitaba.

El silencio no fue impedimento para Amely a la hora de buscar refugio en su marido. Se acercó a sus labios y le acarició con premura.

Sus caricias desesperadas le transmitían a Valmond su preocupación repentina.

 

- Creí que ya estabas más tranquila - susurró en su oído. Amely se estremeció con su voz ronca y sin pronunciar palabra volvió a besarle.

 

Sin querer esperar más. Valmond le despojó de sus ropas para poseerla con febril intensidad.

Más que lujuria se mostraban desesperados, como si fuera la última oportunidad que tendrían para tocarse de aquella manera.

Valmond jadeó roncamente contra la piel de su cuello al sentir sus uñas recorriendole la espalda. Aquel sonido solo apremió las caderas de ella en su búsqueda.

Sus piernas lo aprisionaban contra su cuerpo y sus brazos lo retenían con todas sus fuerzas. Necesitaba retenerlo ahí, a su lado, para siempre. Necesitaba hacerle saber que jamás desconfiaría de él ni de su cariño. Necesitaba palpar su piel y entregarle todo su ser.

Tan solo se escuchaba la respiración temblorosa de ambos y el crujir de la madera en el hogar.

Valmond descansaba su frente contra la de su mujer, mientras ella buscaba asirse de él como si temiera que se fuera.

Ella giró el rostro y contempló a Gaely atravez de la fina tela que los separaba. Dormía tranquilamente en el otro extremo.




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