Sangre de luna.

Capitulo 34

Esa mañana Felipe organizó una cacería. Decidido a matar a la bestia y acabar con ella de una vez por todas, estableció una ruta hacia las montañas.

Valmond le dijo que había una ruta corta por el bosque para no arriesgarse en el acantilado y que podrían volver por la parte norte del pueblo. Para asegurarse de cubrir bien el territorio.

Algunos hombres opinaban que era mejor partir de inmediato, antes que callera la noche y la bestia se volviera más fuerte.

El padre José les bendijo a todos. Las mujeres despidieron a sus hombres deseándoles suerte.

Adelbert se quedó, pues consideraba que ya no tenía la fortaleza para un viaje así.

 

- En el nombre de Dios esperamos y vuelvan con bien y con la bestia muerta - terminó el sacerdote su discurso.

 

Emprendieron el camino a caballo. Valmond y los hombres de Felipe hiban al frente del grupo. Hacía frío, al llegar al pie de la montaña tendrían que dejar los caballos.

Felipe observaba todo como de costumbre. Muchos de los que acompañaban el grupo se mostraban emocionados por aquella travesía. Otros se persignaban a cada momento pidiendo a Dios que librará sus almas del demonio.

Cuando salieron de las zonas conocidas. El silencio los atrapó. Las bromas callaron y los alardes de fortaleza. Todos alertas avanzaban en paso seguro por el sendero invisible.

Hans les acompañó a pesar de sus heridas. Decía que necesitaba vengarse personalmente del lobo por lo que le había hecho.

Valmond lo mantenia a la vista pero sin prestarle mayor atención a sus comentarios. Sabía que sus demencias no solo se debían a la sed de venganza y envidia que lo había estado consumiendo todo este tiempo.

En el camino, Felipe puso unas trampas extrañas. Y a todas les puso algo en los dientes, que seguro partían en dos la pierna de un hombre, un líquido extraño. No tenía un olor perceptible a sus sentidos pero Felipe sabía por experiencia que la bestia se vería atraída hacia ella.

Valmond se preguntó de que se trataría.

Antes de llegar al límite establecido para detenerse a comer, Felipe acercó su caballo al de Valmond. Con ello vislumbró un medallón de plata sobre su pecho.

Le caía directamente sobre la piel. Eso lo puso a pensar.

Recordó una conversación que mantuvi con la mujer de éste hombre.

 

" - Galey. Ve a dejarle esto a tu abuelo.

- ¿Me permite acompañar a la pequeña?

- Por supuesto.

- Me preocupa su seguridad. Cosa que aparentemente a su marido y a usted les parece una ligereza sabiendo que una bestia demoníaca anda rondando estos bosques. Y dejando que su marido se vaya por días adentrándose en este bosque, mantener una esposa joven recluida en esta cabaña tan alejada del resto y permitir que una niña deambule sola.

- Agradezco su preocupación Padre, pero mi marido y yo confiamos plenamente en Dios y su protección.

- Y Dios castigará a dicha mounstruosidad mi señora.

- Dios es justo si, y sabe que nosotros no nos metemos con ese... Lobo ni el con nosotros.

- Una respuesta muy ligera para tan serio asunto. Más aún sabiendo que esa bestia nacida del mismo infierno es quien arrebató a una mujer de su hogar, de su esposo y su hija. O ¿No extraña a su madre señora Wilk?

- Si la extraño. Pero al no haber sido testigo de aquello no puedo decirle mucho.

- ¿Considera inocente a esa abominable criatura?

 

Ella aferró el medallón con fuerza.

 

- Mi padre no habla mucho de ese día. Pero siempre dijo que fue un accidente. Qué trato de protegerla. Y yo creo en su palabra."

 

Eran testimonios muy interesantes, comprometedores incluso. Pero contradictorios con sus acciones. Y ahora el medallón de Valmond le hacía replantearse sus teorías.

Luego de dejar atrás los caballos, encontraron rastros de sangre y huellas de un lobo.

Felipe se llenó de orgullo y satisfacción al ver que se dirigían en la dirección correcta.

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- Y ¿Por qué no vamos con el abuelo?

- Gaely. Escúchame bien. ¿Recuerdas lo que tu padre te dijo la noche que fuiste al río con él?

 

En las mentes de ambas paso la imagen clara de la ocasión. Cómo el reflejo en aguas tranquilas Amely vio su recuerdo.

 

- Si ese - continuó hablando, sosteniendo a su hija por los hombros. - Escúchame con cuidado. No quiero que salgas de la casa. Sin importar lo que escuches o veas. No podemos irnos ahora. Debemos quedarnos aquí, tu abuelo nos necesitará pronto y tu padre espera que estemos aquí cuando vuelva.

- ¿El abuelo estará bien?

- Eso espero - le acarició la mejilla y tocó su medallón.

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Una hora antes que los hombres partieran ese día.

 

Amely esperaba con Valmond junto al camino a la comitiva. Y Gaely ya se encontraba correteando por la casa. Comiendo trozos de pan.

Mientras intentaba limpiar, el pesado libro del padre Felipe cayó al suelo.




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