Sangre de luna.

Capitulo 36

- Ella ¿Estará bien? - preguntó Amely sentada en el regazo de su marido.

- Si. No hay de que preocuparse.

- Es muy joven.

- Pero tiene quien le cuide y le instruya - poniendo su mano sobre el vientre de ella.

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Todos estaban congregados en la plaza, felices por qué al fin eran liberados de su maldición.

 

- Margareth, necesito hablar contigo.

- Idonia ¿Ha visto a mi hijo? - caminaba hacia el alboroto de la gente.

- Si. Margaret por favor. Necesito tu ayuda.

- Pero ¿Qué te sucede mujer? Estas más pálida que la nieve. ¿Dónde están tus hijos?

- Están con Kerstin. Margaret por favor, escúchame. Necesito que cuides de mis hijos. Eres la única familia que tengo.

- ¿Qué estás diciendo? ¿Es que tú o mi hijo están en peligro?

- No puedo decirte más. Por favor. Prométeme que les cuidaran.

 

Pero Margareth no pudo prometer nada pues en ese momento llegó su marido buscándola.

Cuando hubo estado lista la paja para la hoguera comprobaron que la bestia estaba demasiado débil. No se movía y las fuerzas le escaseaban.

Le ataron firmemente mientras éste se contraía y aulló por última vez dejando que el viento se llevara su vida. Las llamas comenzaron a brotar bajo de él. Poco a poco la piel del lobo se fue desvaneciendo y encogiendo su tamaño hasta dejar su verdadera forma.

La confusión y sorpresa apareció en sus rostros al ver que se trataba de Hans. Su madre pidió misericordia y su padre negaba lo que veía.

El resto no daba crédito a lo que tenían frente a sus ojos.

Felipe ordenó que continuarán con la ejecución a pesar del llanto y súplicas de todos. Incluso las defensas que intentaba poner José.

Las llamas ardieron consumiendo su carne y su alma condenada.

 

- ¿Donde está Idonia? - preguntó Kerstin a su madre.

- No lo sé. Pobre mujer. ¿Cómo ha sucedido esto? ¿Cómo podría ser mi hijo?- se lamentaba llorandolo.

 

Entre el alboroto, Felipe vio una sombra escabullirse fuera del gentío.

Avisó a sus vigías para que siguieran al desconocido. Al ver que se desviaba en dirección a la casa de los Wilk, Felipe los acompañó.

Le vieron tocar a las puertas y hablar con la mujer de Valmond. Con su voz, supieron que se trataba de una mujer. Talvez la esposa del acusado.

Casi al instante, ambas mujeres partieron hacia el río. Felipe espero para ver si Valmond salía de la cabaña pero no lo hacía. Dejó a uno de sus hombres apostado ahí vigilante, mientras él y su otro compañero seguían a las mujeres.

Caminaban en silencio, cubiertas por sus capas.

Se escondieron tras unos arbustos y observaron. Solo se distinguían sus pálidas pieles bajo la luna.

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Pisaba con cuidado para no hacer ruido. A unos metros de distancia, vio claramente al guardián agazapado en la oscuridad vigilando la casa.

Avanzó unos pasos, lentamente, esperando el viento que agitaba los árboles para poder avanzar un paso más entre el suelo congelado.

Lo tenía a un paso. Estaba ahí. Sacó su daga favorita y la empuñó con su mano derecha. El crujir del viento le dió la señal y atacó la garganta del hombre. Derribandolo atravesó su cuello con el filo del arma.

Con esa parte hecha. Se acercó a la puerta y tocó.

 

- Listo. Los otros dos las han seguido al río.

- Bien - Valmond busco a su hija detrás de él.

- Gaely, necesito que cuides de tu abuelo.

 

Adelbert dió un vistazo a su nieta y entendió que ella ya había llegado a su luna llena.

 

- Si - respondió abrazándole y luego fue a tomar la mano de Adelbert.

- Confío en tí Adelbert. Si ésto no sale como esperamos.

 

Adelbert y su rostro serio y duro como siempre, se limitaron a asentir. Puso su mano sobre el hombro de Valmond cuando éste se hiba.

Aquella era suficiente para que ambos supieran lo que agradecían y prometían.

 

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- Idonia... Yo, lamento que todo ésto haya terminado así. Si hay algo que pueda hacer...

- Si. Hay algo. Pero primero no lo lamentes. No digas mentiras. Sé que prefieres que él esté muerto para que nadie comparta tu secreto.

 

Amely intentó hablar pero ella se lo impidió.

 

- No. No digas nada. Tu y tu fachada de inocente no me engaña Amely. Pero ahora todos sabrán la verdad. Y nada podrá protegerte. Ni a ti ni a tu hija.

- Idonia por favor. Se razonable, nuestros hijos son inocentes en todo ésto. Dime... ¿Qué es lo que te hecho? ¿Por qué haces esto? Si lo que quieres es ya no vernos, nos iremos. Te lo prometo.

- No lo entenderás. No entenderás nunca que es estar con un hombre que no te quiere y no busca más que venganza hacia el hombre que dice haberle quitado a la mujer que quería. Qué te ignore todo el tiempo y te viva maldiciendo por no ser tú y te compare con otra. No sabes que es ver que él hombre que siempre quisiste está con esa misma mujer que solo te arruina la existencia y te hace más miserable. No lo sabes...




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