EL RUIDO DEL ECLIPSE
Antes de que el mundo olvidara el canto, hubo un amor tan puro que tejió el último hilo de la magia.
El aire huele a copal y tierra mojada. Las hojas del ceibo susurran nombres que no recuerdo, pero que mi sangre reconoce. Camino descalza por el sendero de piedra blanca que lleva al altar del día, con el corazón latiendo como si ya supiera lo que está por venir.
Hoy es el último día del Quinto Sol.
Mi nombre es Ixkik, y nací con el colibrí marcado en el pecho. No todos pueden verlo. Solo los ancianos que tejen los días y los muertos que aún no han olvidado cómo mirar.
Vivo en Yaxkin, la aldea suspendida entre la selva y el cielo, donde los sabios tejen el tiempo con hilos de luz y los niños aprenden a no pronunciar los nombres de los dioses en vano. Aquí, cada amanecer es un ritual, cada palabra una ofrenda. La magia no es un don, es una deuda.
Soy princesa del día y mi deber es tejer la magia.
—¿Otra vez soñaste con el jaguar? —pregunta Itzel, mi amiga desde que teníamos la edad de las mazorcas tiernas.
Asiento sin mirarla. Sé que ella no teme a mis sueños, pero tampoco los comprende. Itzel es hija de los tejedores del maíz, su magia es suave, como el canto de las abuelas. La mía… no. La mía duele.
—¿Te habló esta vez? —insiste, mientras me ofrece una tortilla caliente envuelta en hoja de plátano.
—No. Solo rugió. Pero esta vez… sangraba.
Itzel guarda silencio. En Yaxkin, los sueños son semillas. Algunos florecen. Otros devoran.
En mi pecho siento la tristeza del sueño. Una tristeza que me envuelve por alguien que yacía en mis brazos moribundo. No sé los significados de todos mis sueños. Algunos son pasajeros, otros recuerdos breves y otras visiones del futuro que duelen.
—¿Es cierto que harán la ceremonia? —. Me susurra Itzel.
—No lo sé. Los ancianos son los que deciden.
—Dicen que el príncipe del jaguar hará la ceremonia.
No respondo, sigo caminando a la casa del aliento.
—¿Crees que esta vez la ceremonia traiga paz? Yo pienso que nadie es sincero todos buscan su propio interés.
—Sí hacen eso, enojaran a los dioses —. Respondo —. Ahora vete, que llegas tarde a tejer.
Ella sonríe y sale corriendo a su labor.
Las mañanas aquí comienzan con cantos. Las mujeres encienden el fuego con palabras antiguas, los hombres tallan el día en piedra y los niños corren entre los árboles, buscando sombras que no los devoren. Yo paso las horas en la Casa del Aliento, donde los sabios me enseñan a tejer con la voz, a sanar con el recuerdo, a invocar sin romper.
Pero cada hechizo me cuesta algo. Un nombre. Un aroma. Una risa.
—¿soñaste? — Pregunta Ajpú.
Ajpú es guardián. Es líder de mi tribu. El anciano que me entrena desde hace diecinueve años.
—Sí —. Respondo —. soñé con el jaguar otra vez.
Asiente en silencio.
—¿Qué viste esta vez?
—Sangraba, lo sostenía en mis brazos.
Una sonrisa torcida se difumina en el rostro de Ajpú. Un escalofrío recorre mi cuerpo. Y en su mirada hay un brillo que no me agrada. Pero no digo nada.
—Hoy no entrenas —dice el sabio Ajpú, su rostro surcado por más tiempo del que el sol puede contar—. Hoy asistes.
—¿A qué?
—A la ceremonia del eclipse.
Mi estómago se contrae. No es miedo. Es respeto a los dioses y la responsabilidad hacia mi pueblo.
“Y tal vez también un presentimiento de que algo cambiara.”
El altar del día está cubierto de flores negras. El cielo comienza a cerrarse, como un párpado cansado. La gente se reúne en silencio, vestidos con sus mejores tejidos, los rostros pintados con ceniza y esperanza.
—¿Por qué me trajeron? —susurro a Ajpú.
—Porque el eclipse no es solo sombra. Es espejo.
Los tambores comienzan. El humo del copal se eleva. Y entonces lo veo.
Un guerrero, al otro lado del altar. Piel dorada como el maíz tierno. Ojos como jade herido. Un jaguar tatuado en la espalda. Trago saliva cuando sus ojos me descubren viéndolo.
Y cuando nuestros ojos se cruzan, el colibrí en mi pecho vibra. Y el mundo… se detiene. Como mi corazón.
—El príncipe del jaguar hará la ceremonia.
—Él… —susurro, sin saber por qué.
Ajpú asiente.
—Sí. Él también sueña contigo.
Me quedo en silencio. Mientras los ancianos pronuncian oraciones a los dioses y hacen ofrendas.
—¿Cómo sueña conmigo? —preguntó en voz alta, sin intención de romper el silencio ritual.
Ajpú me observa con ese gesto severo que reprende sin palabras, y yo bajo la cabeza, avergonzada por mi imprudencia. Sin embargo, percibo su respuesta entre susurros:
#1336 en Novela romántica
#253 en Fantasía
romantasy hispano, mitos fantasia romanse dioses, amor mundo epico magia
Editado: 19.10.2025