Mantenían a Elena en constante vigilancia. Yo la observaba inquieto, quedándome en el hospital con ella. Los doctores lograron controlar la extraña hemorragia, pero George no les había permitido operarla hasta saber qué ocurría. Pero él sabía exactamente lo que pasaba, solo que en ese momento yo ignoraba tal situación. Cuando me dijo que encontraron un semen extraño, con alguna proteína que no conocían y algunos minerales que generalmente no se encuentran entre sus compuestos. Apreté los puños fuertemente, no me importaba que era, solo estaba preguntándome con amargura: ¿Qué has hecho, Elena?, ¿acaso me engañaste? Todo eso rondaba por mi cabeza, dando vueltas, esperando que no fuera verdad. Sacudí esos terribles pensamientos. Aunque no fue una violación —al menos eso decían sus estudios y ella no hablaba nada— Me decía George angustiado. Yo solo podía especular, al igual que su padre, sobre qué ocurrió. Los sedantes tenían un efecto poderoso en ella y no me quería dirigir la palabra. Yo estaba absolutamente preocupado.
Paula pospuso unos días su boda esperando que Elena se recuperara pronto. Solo para pocos invitados fue un problema, pero la mayoría aceptaron.
Todas sus amigas venían a visitarla, sin éxito. Aunque trataban de animarla, ella solo seguía viendo por la ventana, sin hablar con nadie, cosa que comenzaba a molestarme bastante. Por lo menos tenía que decirme a mí, hablar conmigo.
Así estuvo por tres días, hasta que diagnosticaron que no le podían operar la cadera por ser un área riesgosa. La dieron de alta, pero seguía sin decir una palabra.
Yo soy nada paciente, así que mi desesperación ya se estaba convirtiendo en otra cosa. La llevamos a la casa de Paula; seguiría siendo atendida unos días antes de volver a casa. Por supuesto, los Simons la cuidarían hasta que se recuperara. George tenía que irse por una junta con un cliente importante, y si se concretaba, yo también estaría ausente, y eso me preocupaba: no quería dejarla sola mucho tiempo.
—Adrien, mi muchacho, necesito que te quedes a vigilar a Elena. Si este cliente renueva el contrato para las sesiones, casi no la veremos, ¿entiendes lo que significa? —lo miré confundido.
—Sí, señor, lo entiendo perfectamente, pero... —callé unos instantes.
—¿Pero? —me miró frunciendo el ceño.
—Si me quedo, ¿quién sería mi reemplazo? —mi tono de voz era casi de angustia.
—Tú de eso no te preocupes, alguno de mis antiguos estudiantes me apoyará. Pero yo necesito que te quedes a cuidarla. Eres casi su esposo, es tu deber. Y no es tu reemplazo, solo nos ayudará en lo que cuidas de mi hija —comprendiendo, sin cegar mi mente asentí con la cabeza.
—Gracias. Pero si necesita algo, sabe que puede llamarme.
—Sí, por supuesto que necesito algo: necesito que cuides a Elena. Eso es todo. Cuando se recupere, llévala a casa.
No sabía qué decirle, solo acepté sus condiciones. Tenía razón, era casi su esposo al pedir su mano, tenía que cuidarla, pero ¿lo era?, ¿lo era en realidad? Si es verdad y ella me engañó, si ella me había engañado, tenía que saberlo, y si era cierto, creo que lo pensaría mucho antes de tomar una decisión definitiva sobre nuestra relación. Yo quería saberlo todo y la haría hablar fuera como fuese.
Los paramédicos la dejaron recostada en la habitación en la que nos hospedamos en casa de Paula. Estaba dormida, así que decidí dejarla descansar. Al salir del cuarto me encontré de frente con Arthur, ese hombre despreciable, y entonces un clic se escuchó en mi cabeza. Nos miramos a los ojos y él me sonrió de una forma incómoda. Le devolví el saludo, y entonces a mi mente llegó una horrible imagen de ella en sus brazos. Sacudí la cabeza, negándome esos pensamientos. Al volver a mirarlo, para encontrar una verdad, ya no estaba. Simplemente desapareció. En mi distracción se metió en algún cuarto; no pudo ir hacia las escaleras sin que yo me diera cuenta, y mis sospechas llegaron hasta la habitación donde dejé a Elena. Corrí regresando inmediatamente y mi corazón se partió en pedazos como un frágil cristal. La furia enervante que surgió de mis entrañas comenzó a quemarme como fuego en la sangre. Los vi, lo miré inclinado hacia ella, besándola en sus labios de terciopelo que solo me pertenecían a mí. Ella lo tenía rodeado del cuello con sus brazos. Me quedé parado como un imbécil viendo la escena. Fue tanto mi enojo que no reparé en abalanzarme contra él, tirando un puño cerrado contra su rostro, tumbándolo al piso. Di puñetazos en su cara hasta cansarme. Él no se defendía, solo sonreía al ver mi furia. Cuando me detuve, al sentir que la piel de mis manos se resbalaba en su rostro, casi sin hacerle ningún daño, hasta que la sangre comenzó a fluir, él comenzó a reír fuertemente. A lo lejos escuchaba los gritos de Elena:
—¡Déjalo ya, Adrien! —mis oídos no podían creerlo, esto era el colmo.
Lo dejé en el piso mientras se ahogaba en una carcajada llena de sangre que escurría de su nariz y el mentón, encendiendo mi enojo nuevamente. Para mi sorpresa, ella me detuvo, negando con la cabeza, mirándome con sus ojos violetas que brillaban. Me solté ferozmente de su mano, no pedí explicaciones, solo quería respirar, así que salí de la casa. Si me quedaba más tiempo, podría matarlo. Sí, podría.
Caminé por el extenso jardín, odiándome por completo, odiándolo a él y amándola a ella tanto que, en segundos, pensé en perdonarle su traición. Sería difícil hacerlo, pero tal vez había algo que salvar entre nosotros. Tenía que saber si aún me amaba o solo fue una aventura o si lo amaba a él. En mi distracción no me di cuenta de que una menuda silueta me seguía en silencio. Miré por sobre mi hombro al sentir un escalofrío recorriendo mi espalda. Paula Simons se encontraba detrás mío, casi a punto de soltar el llanto. Se veía no tan débil como la vez pasada. Me giré para verla de frente, mi ceño fruncido y mis puños heridos no contaban la historia por completo.
—¿Adrien?, ¿está todo bien? —no quiero ver sus ojos azules.
—Estoy bien, gracias.
—¿De verdad? Saliste muy apresurado, como si te hubiera ocurrido algo. ¿Es por Elena? —siguió con su mirada de compasión y la odié.
—No, no es nada. Tengo que irme de aquí —estaba listo para darme la media vuelta e irme, pero me detuvo.
—Puedes decirme. También podemos ser amigos, aunque casi nunca hablamos, a pesar de que soy la mejor amiga de Elena.