Sangre de Sirenas - Libro I (en revisión)

- 13 - MATRIMONIO CON SANGRE

Como se tenía previsto, la boda entre Arthur y Paula era inminente.
Yo no pude resolver nada; al contrario, cometí varios errores. El primero fue tener sexo con Arthur, y el segundo, decirle tan repentinamente a Adrien que soy una sirena, una criatura mitológica que, hasta hace poco, ni él ni yo imaginaríamos que existiera. Lo he lastimado, y aunque no lo demuestre, mi relación con él pende de un hilo muy delgado.

Por la mañana, muy temprano, me giré para ver a quién estaba junto a mí, pero el lugar donde Adrien debía estar estaba vacío. Me sentía sola. Toqué las sábanas suaves y blancas, sintiéndome una pésima persona. La angustia que me invadía me daba náuseas; parte de mi alma estaba muerta. Me abracé. Me sentía extraña. Toqué mis costillas y mi cintura: se habían achicado. Bajé las manos hasta mis caderas y sentí un hueso sobresaliente. Me asusté mucho y me destapé para revisarme. Levanté el blusón de dormir. Algo extraño me estaba sucediendo, y no lo entendía. Para mi desgracia, solo Arthur podría ayudarme.

Intenté levantarme, pero mis piernas dolían terriblemente, así que me quedé en cama, viendo el techo con los brazos extendidos. Suspiré profundamente. Escuché la cadena del baño tirarse. Me senté para escuchar mejor. Alguien estaba en el dormitorio. Cuando lo vi salir del baño, era Adrien. Respiré tranquila. Me miró, me sonrió levemente, pero no me sostenía la mirada, ni corrió a mis brazos para besarme como lo hacía todas las mañanas.

—Veo que te sientes mejor —dijo de pronto, sacándome de mis pensamientos.

—Sí, ya me siento mejor. Lista para la boda. ¿Y tú? —Lo miré sonriente, casi feliz.

—Bien. Solo estaré ahí por compromiso. Después de la boda y de guardar las apariencias, me iré.

No sabía qué decir. Mi corazón se rompió, pero sabía que yo tenía la culpa de todo lo que él estaba sintiendo. Asentí con la cabeza, pues no tenía palabras para decirle nada. Lo dejaré ir, que piense, que descanse de mí un tiempo. No... no quiero. No quiero que se vaya. Me voy a morir sin él, pero no tengo fuerzas para detenerlo.

Él se bañó y se alistó para la boda. Se veía atractivo, y más aún cuando estaba enojado. Quería abrazarlo y disculparme, pero tampoco podía hacer tal cosa. No quería un desdén por su parte, así que me bañé con mucha dificultad.

Al sentir el agua caliente de la regadera corriendo por mi piel, enjabonando cada centímetro, el recuerdo de sus manos acariciándome invadió mi mente. Sonreí al recordarlo: nuestros besos y todo el amor que siempre me ha tenido. Comencé a llorar, tocando suavemente el hueso afilado que me rebanaba la piel. Me sorprendí al tocar un poco más arriba algo que no había notado: algo incrustado en mi piel me lastimaba. Noté unas leves escamas que brotaban de cada poro. Respiré agitadamente, a punto de gritar, pero me callé. Lo guardé y comencé a llorar. No soportaba todo lo que estaba ocurriendo y, de alguna forma, sentía que todo era mi culpa.

Salí aún adolorida y confundida, envuelta en la toalla. Mi cabello escurría como mis lágrimas por las mejillas. Miré alrededor, pensando en los brazos consoladores de mi amado, pero en lugar de eso, Arthur estaba parado frente a mí. Fruncí el ceño, mirándolo fijamente.

—No te ves muy bien, y aun así luces como una princesa.

—Termina ya con eso, Arthur. Déjame tranquila. Lo que ocurrió fue un grave error —me senté en la cama para tomar mi ropa interior.

—Estás destrozada. Necesitamos comenzar el ritual ya —lo miré confundida.

—¿Cuál ritual? ¿De qué estás hablando? —se acercó lentamente, parándose frente a mí.

—El ritual para terminar tu transformación.

Lo miré tan asustada que él lo notó, porque lo vi sonreír de una forma que me causó incomodidad. Me empujó hacia la cama y abrió la toalla, dejando mi cuerpo desnudo y vulnerable frente a él. Me iba a levantar cuando me detuvo con una fuerza increíble. Odié a Adrien por no poner el cerrojo en la puerta. Tocó mis caderas y subió sus manos lentamente hasta mis costillas, sintiendo las pequeñas escamas que crecían, al parecer, a cada segundo que pasaba.

—Ya veo, está ocurriendo. Si no hacemos el ritual, vas a morir.

—No haré nada. Quizá sea mejor estar muerta.

—No digas eso. Tu descendencia es más importante de lo que puedes creer —lo decía mientras me acariciaba. Se sentía como pequeñas descargas eléctricas.

—No lo haré —lo miré furiosa.

—Sé que mis caricias calman tu dolor, Elena —pocas veces había dicho mi nombre; más bien creo que nunca me había llamado por mi nombre.

—Piénsalo. No quieres morir. Tengo muchas cosas que decirte antes de tu transformación completa.

—Habla. Al parecer no tengo opción más que escucharte, además de que no vas a casarte en dos horas —tenía razón, sus caricias calmaban el dolor. Recordando el pequeño rostro de Paula, la he traicionado, y esta situación no hace que me sienta mejor.

—Eso no es problema. Paula realmente quiere casarse conmigo. Prefiero verte desnuda durante ese tiempo. Además, trataré de ser lo más breve posible —me sonrió nuevamente y yo me encontraba muy frustrada.

Lo dejé hablar...

—Lo haré. Pudiste decirlo, no enfrente de ella, gracias. ¿Y qué, acaso no nos está escuchando? —Paula miró hacia nosotras.

—Por supuesto que las escucho. No te preocupes, Elena. No pasa nada. Yo te perdono, como lo hice con él. Me explicó lo que sucedía. Y tú no significas nada para él, más allá de un encargo... por lo de tu transformación.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando?

—Elena, él nos dijo todo. Que pertenecías a una dinastía de seres marinos extraños y otras tonterías. También dijo que no tenía ningún interés en ti, ya que solo eres un encargo de su benefactor.

De pronto lo comprendí todo. Solo les había dicho que nos habíamos acostado y que yo me transformaría en un monstruo. Y, por alguna razón incomprensible, nadie se inmutaba. Nadie se asustaba. Nadie parecía siquiera afectado. Era como si aquel horror no les perteneciera, como si no importara. Y eso lo volvía todo más terrible. No entendía qué demonios sucedía con ellos.




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