Después de buscarla por todas partes, acudimos a las autoridades pero nos dijeron que tenían que pasar por lo menos setenta y dos horas para reportarla como persona extraviada. La desesperación y frustración del señor Cross solo me angustiaba más, pero la preocupación por ella estaba latente y lo sentía en todo mi cuerpo, un mal sabor de boca, presión en el estómago, la certeza de que algo malo estaba a punto de suceder.
Elena regresó como a las tres de la madrugada, muy pálida, se le veía cansada, con su cabello enmarañado, su vestido rasgado, sucio y no fue hasta que estuve lo suficientemente cerca como para notar que la suciedad se fusionaba con una humedad rojiza y en efecto era sangre ya cuajada de un tono marrón que casi se había secado por completo en su ropa y piel. La vi entrar en mi habitación del hotel como un espectro de media noche.
—Elena, ¡por Dios¡, ¿qué te pasó?, ¡respóndeme Elena!, ¿dónde estuviste? —la agite por los hombros y la abracé.
Ella no tenía ninguna reacción, parecía una muñeca de trapo en mis brazos, repetidas veces la quise hacer reaccionar pero no me decía nada. Me dirigí a su habitación llevándola en brazos, la recosté en su cama con mucho cuidado y ella se dejó caer sobre las suaves almohadas, cerro los ojos, solo la observé cómo se perdía en sueños y en eso entró su padre corriendo a verla ya que me escuchó gritar.
—Mi pobre hija, ¿pero que te ha sucedido? —George se inclinó junto a la cama y tomó la mano de su hija y la besó.
—A ver pedazo de mierda cuéntame que pasó, tú me dijiste que solo se había ido caminando por la costa —volteó a verme con sus ojos llenos de furia. Nunca lo había escuchado salirse de sus cabales de esa manera, tampoco me había insultado así.
Con toda la paciencia y comprensión me dirigí a él, tranquilo no quería más problemas.
—Señor ya le dije lo que sé, después de eso ya no la vi —obviamente, pensé —toda la tarde estuve con usted.
Él cerró los ojos frunciendo el entrecejo, (característica familiar por lo que veo), se masajeo las sienes con la mano izquierda que tenía libre, acomodando el pulgar en una y el índice en otra, provocando que se le arrugaran, haciéndolo ver más viejo de lo que era, generándole una expresión muy cansada.
—Lo siento hijo, es que en la vida había visto en tal estado a mi hija —yo solo agache la cabeza, recargado en el marco de la puerta, desfajado, con dos botones desabrochados de la camisa negra que traía puesta, no importaba, quede así después de estarla buscando, George me miró.
—Te vez muy mal hijo, mejor ve a descansar —me dijo como un verdadero padre preocupado.
—Sí señor, y no se preocupe, ya llame al doctor Oliver, llegara en unos minutos, si necesita algo no dude en llamarme —el asintió y le di la espalda, me fui haciendo un ademán con la mano derecha para despedirme, y escuché al señor Cross llamando a la policía, agradeciendo su nula participación. Realmente quería quedarme con Elena pero lo mejor era que su padre la acompañara.
Me fui caminando por el pasillo del hotel hasta mi habitación, pero una furia repentina llegó a mí, preguntándome que maldito ser en este mundo le haría daño a mi pequeña, con qué razón o motivo, pero tenía que esperar a que ella despertara para saber sobre su agresor y tomar mi justa venganza en su nombre. No podía irme a dormir así sin más y pensé salir del hotel, caminar sin rumbo con la esperanza de encontrar al agresor de Elena y hacerlo pagar y que me explicara la extraña actitud tan repentina que había tomado.
Dirigiendo mi mirada al alfombrado piso café oscuro, se sentía suave al pisar, para entrar en el elevador. Ya que nos encontrábamos en el último piso del hotel, sin fijar la vista al frente, un bello perfume llegó a mi nariz y sentí un golpe en mi pecho, escuche un estruendo como de costales de papas cayendo al piso, y la ví, era la hermosa Aria Zúñiga, la modelo latina que había chocado contra mi distraída persona, la mire unos segundos tirada en el piso ya que había caído con el trasero al ras del piso, quería reírme pero me contuve, ella alzó la mirada con sus castaños ojos y su piel morena olivácea, un hermoso cabello negro azabache larguísimo, lo hizo hacia atrás con gracia y le tendí la mano para ayudarla a levantarse ya que tenía las piernas abiertas de par en par con el vestido hasta el ombligo dejándome ver sus bragas negras de encaje, no me importo mucho, es la misma entrepierna que fotografiamos horas antes en la sesión de ropa interior.
—Gracias eres muy amable, ¿pero por qué rayos ibas mirando el piso? —me soltó su sermón con su acento latino que se escuchaba muy seductor.
—Lo siento señorita —le dije en español, era terrible hablándolo, pero parecía causarle gracia —no estaba atento solo quería salir a despejar mi mente pero nunca me imaginé que chocaría con un ángel —ella se sonrojo ante mi coqueteo espontáneo, últimamente se me estaba haciendo costumbre decir esa sarta de tonterías a mujeres que no conozco, pero Elena y yo siempre nos reímos de sus reacciones.
—Me alegra encontrarte, todos los de la producción estamos preocupados por lo que sucedió con la hija de George.
—Ya la encontramos, dimos aviso a las autoridades y el doctor viene a verla —me quedé divagando un momento.
—Me alegra escucharlo, y ¿se encuentra bien?, ¿Adrien? —Aria notó que me quede ido y pasó su mano frente a mis ojos los cuales alcanzaba perfectamente ya que era mucho más alta que Elena, reaccioné.
—De repente te quedaste mudo, anda déjame acompañarte a caminar —la mire saliendo de mi estupor, arquee una ceja.
—La verdad señorita me gustaría andar solo, pero es muy amable de su parte preocuparse por este pobre hombre, solo estoy preocupado por ella, es todo, lamento haberte tirado al piso —me miro secamente ya que mi respuesta se escuchaba con algo de sarcasmo.
—Es que, hombre, si pareces un muro, anda déjame acompañarte —murmuro seductoramente, era muy insistente, eso no me gustaba, colocó su mano sobre mi pecho y yo la aparte de inmediato, le sonreí cortésmente.