El mar se mecía suave y tranquilo, lo teníamos a poca distancia. La observé durante un largo rato. Su cabello ondeaba con el viento, fundiéndose con el rojo atardecer. Estaba dándome la espalda, y yo me encontraba a solo unos pasos detrás de ella. Su mirada resplandecía en un pálido violeta. Ahora comprendo que, en verdad, es un ser sobrenatural que pertenece a otro mundo. Ese mundo que ahora comenzaré a conocer... y que me aterra.
Tenía que ser ella, quien me llevara a ese sendero donde el terror y el dolor aguardan. Un mundo mágico que hasta ahora solo conocía en los cuentos. Pretende que yo sea su guardián, pero solo me ofrece un poco de protección a cambio de servirle. Aún la amo, más de lo que me gustaría admitir. El sonido de su voz era algo que extrañaba constantemente, que añoraba. Mi razón me gritaba corre, huye lejos con cada palabra que salía de su salada boca, pero mi corazón palpitante, rendido, se moría de amor con cada destello que emanaba de su pálida piel.
Se giró hacia mí tras embaucarme con su hermosa voz angelical. Su canto de sirena me había embelesado. Intentaba convencerme de que yo era su paladín, no su futuro esclavo. La dejé hablar y hablar, hasta que, cuando por fin se calló, decidí soltar todo lo que me había guardado este tiempo.
—Bien, Elena... Tú dices esto y aquello, pero hay algo que no comprendo. Aquel día, en la playa, me dijiste que tú y tus seguidores iban a matarme. Pero como me fui, decidieron matar a tu mejor amiga. Dime entonces, ¿por qué demonios debería creerte?
Mi cambio de tono fue deliberadamente despreciativo. Noté que le molestó. Tuve que fingir, y no fue tan difícil. La ira me ayudaba. Era mi forma de defenderme del embrujo bajo el que me tenía… y temo que ese hechizo sea literal.
—Bueno —dijo ella, conteniendo la molestia—, lo que me explicó mi madre es que tú ya estabas marcado. De todos modos, no habríamos podido matarte. Es nuestro decreto. Un contrato místico con todos los humanos que han aceptado el cargo.
Me lo dice como si yo, en aquel momento, supiera algo de esto.
—Digamos que te creo —respondí, cruzándome de brazos—. ¿Dónde está ese contrato? Imagino que podré leerlo antes de aceptar cualquier ridículo cargo que quieras imponerme.
—¿Imponerte? —se ofendió—. Creo que te equivocas, Adrien. ¿No confiarías únicamente en mi palabra?
Me miró dulcemente, pero no me dejé hipnotizar.
—No lo creo. Si de verdad existe un contrato, quiero verlo. Y si me estás mintiendo… mejor vete. Se me hace muy difícil creer lo que me dices sobre Cinthia y Aria.
—Es la verdad. Yo no lo sabía. Ha pasado muy poco tiempo desde que comencé a conocer todos los secretos. Imagínate el shock que me causó ver a mi madre viva, conocerla otra vez… y que me diga que tengo esta maldita herencia.
Tenía razón, pero decidí ignorarla.
—Otra cosa. No pensé que pudieras volver a ser humana. ¿Cómo lo haces?
Se giró y se acercó a mí con movimientos lentos, casi danzantes.
—He de decir que fue una sorpresa para mí saber que, solo con la luna nueva, Madre Gaia nos permite salir a la superficie. Pero...
—¿Sí?
—Pero tiene sus beneficios que tu madre sea una bruja del mar… con sangre directa de nuestra diosa sirena, Selene.
—Sabes que, de todo lo raro que podías decirme —y me has dicho muchas cosas raras en tu corta vida— eso es, sin duda, de lo más extraño.
—Lo sé. Pero sigo siendo yo, Adrien. Tu Elena. La que disfruta pasear por los cementerios. La que se siente en paz entre calaveras y sombras. Créeme que, si por mí fuera, habría sido un hombre lobo… o ya por lo menos un vampiro. Pero no. Me tocó ser esta criatura… a la que en mi vida le había prestado el más mínimo interés.
—Definitivamente eres tú, pero me duele.
—¿Te duele? ¿Acaso crees que yo pedí esto?
—Me duele tu traición. Sabes que no me molesta que seas un ser sobrenatural; me tienes tan acostumbrado a esos temas que jamás dudé de que no eras de este mundo. Aunque, la verdad, hubiera preferido que fueras un alíen.
—Qué considerado. Sé que ese no es el tema y no quiero hablar de eso, así que te lo diré porque sé que te lo debo y también que quieres escucharlo... Adrien... lo siento.
De algún modo, sus dulces palabras me tranquilizaron. Asentí con la cabeza; no quería contestarle que con eso no bastaba para perdonarla, pero lo hice. La perdoné. Un "lo siento" bastaba por el momento, aunque aún dudaba del contrato. Dudaba también de que me sentiría utilizado por su maligna madre, que me provocó pesadillas por mucho tiempo.
—Bueno, ¿me vas a permitir leer ese contrato o no existe tal cosa? —me miró unos instantes, en los que quise detener el tiempo.
—No existe como tal, y si así fuera, no entenderías ni una sola palabra de lo que estuviera escrito en él. Pero si lo aceptas, tu cicatriz, tu Marca del Pescador, brillará en tonos turquesa como sello de garantía.
—No quiero luces en mi cuerpo, así que declinaré tu propuesta —me crucé de brazos.
—¡Adrien! —me dijo enfadada. La miré.
—Estoy en mi derecho de rechazarlo.
—Sí lo estás, pero nos harás falta. A mí me harás falta.
Ahora sí, pensé indignado.
—Ya te lo dije: solo soy un humano dudando de su cordura al hablar con su exnovia que se ha transformado en sirena, literalmente.
—Muy bien, te diré en qué consiste:
"El humano acreedor de la Marca del Pescador deberá jurar proteger a la reina, ya que él es la conexión del mundo humano con el Mundus Aqua, el reino de las sirenas, quien proveerá de información, protección y fidelidad eterna, para que sigan coexistiendo ambos mundos sin nadie perturbando la paz entre ellos.
Quien, a su vez, tendrá el poder del conocimiento, ocultando el secreto de las nereidas hasta el último día de su vida como guardián."
Terminó de recitar como si estuviera leyendo ante un gran público. La miré unos instantes con más dudas.