Cuando la electricidad aún no había sido descubierta, en medio del inmenso bosque Siragon, existía una pequeña cabaña donde vivía una pareja de enamorados, rodeados de infinitas criaturas mágicas. Estas criaturas podían encontrarse dentro de una flor, en una simple hoja de un árbol o en cualquier lugar donde posaras la vista.
Esta pareja creció junto al bosque y, con el tiempo, dieron vida a una pequeña niña de rizos rebeldes y ojos llenos de inmensa curiosidad. La llamaron Clarissa, porque para ellos era la luz que iluminaba sus días. Clarissa creció aprendiendo de todo lo que la rodeaba: hadas, animales fantásticos, plantas llenas de vida... Todo formaba parte de su mundo. Reía y danzaba, envuelta en la magia que habitaba tanto dentro de ella como a su alrededor.
John y Any, sus padres, la criaron para que se convirtiera en una mujer maravillosa, para que amara la magia que la rodeaba y construyera el futuro que deseara. Vivían en armonía con el bosque, creciendo juntos en una conexión única y profunda.
Pero la historia de Clarissa no sería siempre así.
En un crudo invierno, una mañana cualquiera se convirtió en el peor día de su vida. Su madre la despertó de golpe, con el rostro lleno de miedo, y la obligó a salir de la cabaña. Le entregó un pequeño bolso y la condujo hacia un árbol enorme, en la esquina del claro. Antes de dejarla allí, le susurró con voz temblorosa:
—No salgas de aquí por nada en el mundo. Pase lo que pase, sin importar lo que escuches, mantente a salvo.
Clarissa no entendía lo que ocurría, pero obedeció. Corrió hacia el árbol y se escondió. Fue entonces cuando ocurrió algo extraordinario: el árbol la abrazó con sus raíces y su tronco, envolviéndola para mantenerla oculta. A pesar de estar protegida, los sonidos del exterior traspasaban la corteza: gritos, el choque de armas, el rugido del fuego. El olor a humo llenó el reducido espacio donde se encontraba, asfixiante y denso. Quiso gritar, salir y ver qué pasaba, pero el árbol no se lo permitió. La mantuvo inmóvil, inerte, mientras el tiempo se extendía en una tortura interminable. No supo si fueron horas o un día entero.
Cuando el árbol finalmente la liberó, Clarissa corrió directo hacia la cabaña. Lo que encontró le desgarró el alma: todo estaba calcinado, reducido a cenizas, y sus padres yacían en el suelo, inmóviles, consumidos por las llamas de la tragedia.
El dolor y la desesperación fueron tan intensos que el propio bosque pareció sufrir junto a ella. Los árboles se inclinaron en señal de duelo, las criaturas mágicas guardaron silencio, y el aire se llenó de un lamento sordo.
Así comenzó la historia de la villana más temida que el mundo haya conocido.
Sus padres le habían sido arrebatados por la codicia de un rey, un hombre sediento de poder que quería apoderarse de la magia que residía en el bosque. Pero Clarissa juró que no se lo permitiría.
~Años más tarde~
La pequeña que alguna vez lloró la pérdida de sus padres había desaparecido. En su lugar, se alzaba una mujer forjada en el dolor y la oscuridad, endurecida por los trágicos sucesos que marcaron su infancia. Clarissa ya no era la niña que se escondía temblando entre las raíces de un árbol; ahora era la soberana de un ejército de criaturas mágicas, la reina de un poder que ningún humano podía imaginar.
Su corazón, antes lleno de curiosidad y risas, estaba sembrado de odio. Un odio fértil que creció y se fortaleció con los años, alimentado por el deseo de venganza. Clarissa se preparó en silencio, tejiendo su legado con hilos de ira y determinación, hasta que finalmente llegó el día en que el mundo conocería su verdadero rostro.
La guerra había comenzado.
El rey Holmer, un hombre codicioso y despiadado, creyó que al destruir a los reyes de los seres mágicos obtendría el control absoluto sobre ellos. Pero cometió un error imperdonable: subestimó a la pequeña heredera que dejó con vida. Cuando sus tropas comenzaron a caer, una tras otra, consumidas por un poder que no podían comprender, su furia creció. Sus lacayos habían fallado, y ahora tenía frente a él a la reina que juró destruirlo.
Clarissa desató su venganza desde lo más profundo de sus dominios. Las fronteras de los reinos humanos se derrumbaron bajo el avance imparable de su ejército: gnomos de guerra, árboles vivientes con raíces capaces de partir la tierra, grifos surcando los cielos con sus garras afiladas, y unicornios de piedra gigantes que embestían con fuerza descomunal. Cada criatura respondía a su llamado, cada alma mágica luchaba por su causa.
El terror se extendió entre los humanos. ¿Cómo podía una mujer, una sola, controlar tal poder? ¿Cómo fue que permitieron que creciera hasta convertirse en una amenaza imparable?
Holmer, el rey cobarde, se negó a enfrentarla. En lugar de tomar su espada y luchar por su reino, envió a su propio hijo, el príncipe Eryndor, con la esperanza de negociar una tregua. Eryndor, ignorante de las verdaderas atrocidades que su padre había cometido, partió hacia el encuentro con Clarissa, confiado en que las palabras podrían detener la marea de destrucción.
Y así se encontraron.
Frente a frente.
Clarissa, con la mirada helada, llevaba en sus ojos la furia de los bosques arrasados y el eco de los gritos de sus padres. Eryndor, en cambio, tenía una expresión de asombro y confusión al ver que la reina que lideraba la guerra no era una criatura monstruosa, sino una mujer joven, de estatura menuda, pero con una presencia que podía quebrar montañas.
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Editado: 14.04.2025