En la guerra, todo se vale.
Las batallas que habían estallado desde el inicio del conflicto favorecían a Clarissa. Cada enfrentamiento era una prueba más de su astucia y poder. Las criaturas mágicas, bajo su liderazgo implacable, salían victoriosas una y otra vez. La reina no solo era una estratega brillante, sino también una combatiente feroz, dispuesta a mancharse las manos en el campo de batalla.
El sol apenas asomaba entre nubes grises cuando Clarissa se encontraba de pie sobre una colina, observando el movimiento de sus tropas. Su armadura tenía una coraza negra forjada con hierro de estrella y adornada con raíces doradas entrelazadas. Su capa hecha de musgo y sombras tejidas, que se movía como si tuviera vida propia, y sus ojos ámbar dorado destellos verdosos brillaban, con su magia. Parecían contener la furia de un bosque arrasado, como brasas ardiendo en la penumbra.
—Comandante Corner— Llamó con voz firme, sin apartar la mirada del horizonte—, mantenga las tropas del este alineadas para el ataque. Que los humanos sientan el mismo golpe que ellos nos dieron.
El comandante Corner, un gnomo de armadura forjada en hierro oscuro, se inclinó con respeto.
—Si, mi señora. Las órdenes se cumplirán tal como ha mandado.
Clarissa asintió con satisfacción.
—Perfecto. Terminemos de organizar esta ofensiva. Hoy, Castle se arrodillará ante nosotros.
Las criaturas comenzaron a desplazarse en perfecta formación. Era un ejército diverso y aterrador: gnomos armados con espadas de obsidiana, grifos sobrevolando el cielo con sus garras listas para desgarrar, hadas oscuras que disparaban flechas encantadas, y árboles vivientes cuyas raíces se arrastraban como serpientes, abriendo la tierra para tragar a sus enemigos.
La batalla estalló con un estruendo ensordecedor.
Clarissa no se quedó atrás. Bajó de la colina con la espada desenvainada, una hoja forjada con magia antigua cubierta de runas que brillaba con un resplandor verde esmeralda. Peleaba junto a sus súbditos, disfrutando del caos. Cada golpe que daba era un eco del dolor que había llevado consigo desde niña. Cada enemigo caído, un suspiro menos en su sed de venganza.
—¡No se detengan!—gritó, su voz resonando por encima del estruendo.— ¡Este suelo nos pertenece ahora! ¡Que cada gota de sangre derramada sea por nuestros caídos!
Los grifos descendieron en picado, desgarrando formaciones humanas. Las hadas disparaban con precisión letal, sus pequeñas flechas atravesando corazones con una facilidad escalofriante. Los árboles, con su furia desatada, rompían el suelo, creando fosas donde los soldados humanos caían sin poder escapar.
El aire olía a humo, sangre y desesperación. Los gritos de los heridos se mezclaban con el estrépito de las espadas y el rugido de las criaturas mágicas. Clarissa avanzaba sin piedad, dejando un rastro de cuerpos apilados a su paso, sus ojos ardiendo con la promesa de venganza.
Hasta el momento, habían librado cinco batallas, todas ganadas con una precisión brutal. Se esperaban al menos veinte enfrentamientos antes de alcanzar el corazón del reino de Castle, pero si seguían a ese ritmo, la caída del rey Holmer sería cuestión de tiempo.
El miedo, ese monstruo silencioso, se había apoderado de los corazones humanos. Por siglos, las criaturas mágicas nunca habían cruzado la frontera para atacar, pero la codicia del rey Holmer desató una furia que ya no podía detenerse. La venganza de Clarissa no era solo suya; era la de todo un mundo que había sido traicionado.
Los humanos comenzaron a huir, sus ejércitos quebrados, sus aldeas consumidas por el fuego. La guerra tocaba las puertas del castillo de Holmer, y con ella, una nueva reina estaba a punto de reclamar su trono.
En la sala del trono, el rey Holmer observaba un mapa manchado de sangre, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada.
-¿Cómo pudieron perder otra batalla?— gruñó, golpeando la mesa con el puño cerrado.
Uno de sus generales, pálido y sudoroso, tartamudeó
—Mi señor... no es un ejército común. Son... son bestias, magia viva... y la reina... Clarissa... ella lidera cada ataque como si fuera inmortal.
Holmer apretó los dientes con furia.
—Cobardes. —Se volvió hacia su hijo, el príncipe Eryndor, que permanecía de pie en silencio. —Tú irás a negociar otra vez. Esta vez... no vuelvas sin una tregua. O sin su cabeza.
El príncipe asintió, aunque su mirada reflejaba algo más que obediencia: curiosidad. ¿Quién era esa reina que hacía temblar a su padre, el hombre más despiadado que conocía?
El destino ya había puesto sus piezas sobre el tablero. Clarissa y Eryndor estaban destinados a encontrarse de nuevo. Y esta vez, las palabras podrían no ser suficientes.
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Editado: 14.04.2025