Sangre del bosque

Capítulo: Cadenas de Orgullo y Sombras de Venganza

El castillo, alguna vez símbolo de la soberanía humana, ahora estaba reducido a escombros, sus muros teñidos por el rojo de la sangre y el negro del hollín. Las criaturas mágicas marchaban entre las ruinas, coreando el nombre de su reina, pero en el corazón de Clarissa no había lugar para el triunfo.

Mientras el cuerpo inerte del Rey Holmer yacía en el suelo, Clarissa observaba la corona que había arrancado de su cabeza. Era un trofeo vacío, una pieza de metal que no podía devolverle a sus padres ni borrar los años de soledad. La sostuvo unos segundos más antes de soltarla, dejándola rodar por los escalones del trono destruido.

—Llévenlo a las mazmorras. —ordenó con voz fría, refiriéndose a Eryndor, el príncipe ahora prisionero, encadenado y arrastrado por dos elfos oscuros.

Eryndor, aunque derrotado, mantenía la cabeza erguida. Había perdido a su padre y su reino en un solo día, pero su espíritu parecía más fuerte que nunca. Su mirada se cruzó con la de Clarissa mientras lo llevaban lejos, y en esos breves segundos, un intercambio silencioso tuvo lugar: él vio en sus ojos un vacío que ninguna victoria podía llenar,y ella vio en los de él una fortaleza que no esperaba encontrar.

Las mazmorras del castillo eran oscuras, húmedas y frías. Eryndor fue encadenado a la pared, su armadura ya desgarrada por la batalla y la humillación. El eco de la puerta de hierro cerrándose tras él retumbó como una sentencia final.

Horas después, Clarissa bajó sola. Su silueta se dibujó en la tenue luz de las antorchas mientras descendía las escaleras de piedra. No llevaba su armadura, solo una capa negra que arrastraba tras de sí, como si incluso la victoria le pesara.

Eryndor alzó la vista al escuchar sus pasos.

—¿Vienes a matarme? —preguntó, su voz ronca pero firme.

Clarissa se detuvo frente a él, sus ojos evaluándolo con una mezcla de curiosidad y desprecio.

—Si quisiera matarte, ya estarías muerto.

Hubo un silencio tenso. El eco de las gotas de agua cayendo desde el techo era el único sonido. Clarissa se agachó, quedando a su altura.

—Tu padre suplicó antes de morir. ¿Tú también lo harías?

Eryndor sonrió con amargura.

—Nunca supliqué ante él. No lo haré ante ti.

Esa respuesta la desconcertó más de lo que habría admitido. Estaba acostumbrada a ver miedo en los ojos de sus enemigos, pero el príncipe no parecía temerle.

—¿Por qué viniste a negociar, entonces? ¿Para salvar tu reino o tu conciencia?

Él la observó en silencio durante un momento, luego respondió

—Para salvar lo que quedaba de ambos.

Clarissa se puso de pie, frustrada por su serenidad. Había esperado odio, rabia, quizás incluso súplica. Pero él le ofrecía algo más peligroso: comprensión.

—La venganza no te hará libre, Clarissa. Solo te hará prisionera de un pasado que nunca volverá.

Sus palabras fueron como un dardo envenenado, pero Clarissa se obligó a no reaccionar.

—Y sin embargo, aquí estás tú, prisionero, y yo soy la reina. —replicó con frialdad antes de girarse para marcharse.

Pero mientras subía las escaleras, las palabras de Eryndorla siguieron como un eco persistente.

Los días siguientes fueron un torbellino de decisiones y reconstrucción. Clarissa gobernaba con mano firme, estableciendo un nuevo orden donde la magia reinaba por encima de la humanidad. Sin embargo, su mente siempre regresaba a la oscuridad de las mazmorras, donde un hombre derrotado desafiaba su ira con palabras que calaban más profundo que cualquier herida.

Un día, incapaz de resistir la curiosidad o tal vez la necesidad de entender su propio vacío, Clarissa volvió a bajar.

Eryndor la esperaba, sentado contra la pared, con la misma calma de siempre.

—¿Otra lección de poder?—preguntó con ironía.

Clarissa no respondió de inmediato. Se acercó y se sentó frente a él, separados solo por el espacio que ocupaba la luz tenue de la antorcha.

—Dime, príncipe... ¿Alguna vez odiaste a tu padre? —preguntó de repente, sin el tono desafiante de antes.

Eryndor la miró, sorprendido por la pregunta, y luego suspiró.

—Más de lo que debería haberlo hecho. Pero también lo amé. Eso es lo complicado de la familia.

Clarissa asintió levemente, sus palabras confirmaron algo que ya sabía pero nunca quiso aceptar.

La guerra había terminado, pero la verdadera batalla apenas comenzaba.

Tras la caída del Rey Holmer, el reino humano quedó reducido a ruinas y ecos de un pasado marcado por la codicia. Las antiguas estructuras del poder, corrompidas por la avaricia, se derrumbaron junto con sus murallas, dejando espacio para que algo nuevo floreciera.

Clarissa, ahora soberana indiscutible, no buscaba replicar el reinado de quienes la habían arrebatado todo. Aunque la venganza había saciado parte de su furia, descubrió que el verdadero poder no residía en la destrucción, sino en la creación.

Bajo su mandato, el reino comenzó a renacer, estableció un nuevo sistema de gobierno conocido como "El Consejo de los Vínculos Eternos", una asamblea compuesta por representantes tanto de criaturas mágicas como de humanos. El consejo incluía:

1. El Comandante Corner – Líder de la guardia mágica, encargado de mantener la paz y proteger el reino.

2. Eira, la Druida del Bosque Antiguo – Guardiana de la sabiduría natural, voz de los árboles y las criaturas elementales.

3. Tharok, el Ogro Gris – Representante de las razas de fuerza bruta, conocido por su lealtad inquebrantable.

4. Eryndor– Aunque prisionero en un principio, su intelecto y comprensión de la política humana lo convirtieron en un asesor clave para Clarissa.

5. Lyra, la Hechicera de Luz – Custodia del equilibrio mágico, capaz de canalizar la energía vital del mundo.

Este consejo se reunía en un gran salón construido sobre las ruinas del antiguo trono de Holmer, ahora adornado con enredaderas vivas que crecían entre las piedras, como símbolo de la unión entre lo natural y lo humano.




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