El reino renacido de Clarissa no tardó en enfrentar un nuevo desafío, uno que ninguna batalla pasada había preparado: el miedo disfrazado de resentimiento. La aparente paz entre humanos y criaturas mágicas comenzó a resquebrajarse. No eran ejércitos los que amenazaban el equilibrio, sino susurros en la oscuridad, miradas cargadas de desconfianza, y corazones incapaces de olvidar las heridas de la guerra.
Un grupo radical de humanos, conocidos como “La Sombra Pura”, empezó a organizarse en secreto. Consideraban que las criaturas mágicas eran abominaciones que jamás debieron coexistir con ellos. Su líder, un antiguo general leal a Holmer llamado Darian Voss, juró restaurar el "orden humano" y vengar la caída del antiguo Rey.
El conflicto no tardó en estallar. Aldeas mixtas fueron atacadas en la noche, criaturas mágicas y humanos leales al nuevo consejo asesinados sin piedad. La paz se tambaleaba al borde de un abismo.
En la gran sala del consejo, Clarissa golpeó con fuerza el brazo de su trono, sus ojos ardiendo de rabia.
—¿Cómo pudo pasar esto bajo nuestras narices? —rugió, su voz resonando por las paredes de piedra viva.
Los consejeros intercambiaron miradas nerviosas. Eryndor, apoyado contra una columna con su típica expresión de arrogancia controlada, finalmente habló.
—Porque la paz no se mantiene solo con poder, Clarissa. La gente no cambia de corazón solo porque les digas que lo hagan.
Clarissa lo fulminó con la mirada.
—¿Y cuál es tu brillante solución? ¿Rendirme ante ellos? — él se acercó, su voz baja pero cortante.
—No. Ir tras su líder. Darian Voss no es un simple fanático. Es un estratega. Si lo eliminamos, su causa se desmoronará.
Un silencio tenso siguió a sus palabras. Finalmente, Clarissa asintió, su mandíbula tensa.
—Iremos juntos.
Eryndor levantó una ceja, sorprendido.
—¿Nosotros dos? ¿Sin un ejército?
—Una Reina que necesita un ejército para cazar a una rata no merece su corona. Y tú... —lo miró de arriba abajo con una sonrisa ladeada— … eres el tipo perfecto para infiltrarse entre traidores humanos.
Eryndor no pudo evitar sonreír.
—Supongo que eso es un cumplido viniendo de ti.
***
La misión los llevó a las tierras fronterizas, donde las cicatrices de la guerra aún eran visibles: campos arrasados, aldeas fantasmas, y el eco del dolor impregnado en el aire.
Viajaron sin escolta, disfrazados para pasar desapercibidos. Durante el trayecto, la tensión entre ellos era palpable. Las noches junto al fuego eran un campo de batalla en sí mismas, donde las armas eran palabras y las heridas, silencios.
Una noche, mientras acampaban bajo un cielo estrellado, Eryndor rompió el silencio.
—¿Alguna vez pensaste en cómo habría sido si la guerra nunca hubiera ocurrido?
Clarissa no respondió de inmediato, observando el fuego como si pudiera encontrar respuestas entre las llamas.
—No. Porque el "qué habría sido" no cambia el "lo que es". — el príncipe la miró de reojo, su voz más suave esta vez.
—Tal vez. Pero a veces me pregunto si… en otra vida… hubiéramos sido algo más que enemigos.
Clarissa giró lentamente la cabeza, sus ojos brillando con un destello que no era del fuego.
—No hay otra vida, Eryndor. Solo esta. Y en esta, tú eres el hijo de un hombre que destruyó todo lo que amaba.
Eryndor asintió, aceptando el golpe sin defenderse.
—Y aún así aquí estoy. Luchando a tu lado.
Silencio. Sólo el crujido del fuego y el peso de las palabras no dichas.
Cuando finalmente encontraron el escondite de Darian Voss, descubrieron que la traición era aún más profunda de lo que imaginaban. Darian había reunido un ejército no solo de humanos, sino también de criaturas mágicas resentidas, marginadas y que nunca se sintieron parte del nuevo orden.
El enfrentamiento fue brutal. En medio del caos, Eryndor fue gravemente herido protegiendo a Clarissa de un ataque por la espalda.
Ella reaccionó con una furia desatada, liberando una magia que nunca había usado antes, una energía cruda y devastadora que arrasó con sus enemigos en un estallido de luz y oscuridad entrelazadas.
Cuando el polvo se asentó, Clarissa cayó de rodillas junto a Eryndor, presionando sus manos contra la herida sangrante.
—No te atrevas a morir, Eryndor. No después de todo esto.
Él sonrió débilmente, su voz un susurro.
—¿Es… una orden, mi Reina?
Clarissa apretó los dientes, lágrimas ardiendo en sus ojos.
—Sí. Es una maldita orden.
Eryndor cerró los ojos, pero la magia de Clarissa, alimentada por algo más que poder —por miedo, por rabia, por… amor—, fluyó hacia él, sanando lo que parecía irreparable.
***
De regreso al reino, la relación entre ellos cambió. No hubo confesiones dulces ni promesas vacías. Solo miradas más largas de lo normal, silencios llenos de significado y una tensión que ya no era solo odio ni solo deber.
Un día, en la sala del consejo, después de una discusión tensa, Eryndor se inclinó sobre la mesa, con esa sonrisa arrogante que tanto la exasperaba.
—¿Sabes qué es lo peor de todo, Clarissa?
Ella lo miró, desafiante.
—¿Qué?
Eryndor se acercó, sus labios apenas rozando su oído.
—Que me gustas más cuando estás furiosa.
Clarissa se giró para enfrentarlo, su expresión era una mezcla perfecta de rabia e… innegable atracción.
—Eres insoportable.
—Y sin embargo, aquí estamos.
Y así continuó su historia, entrelazada con espinas y rosas, donde el amor y el odio eran dos caras de la misma moneda, girando en el aire, sin que nadie supiera de qué lado caería.
***
El regreso de Clarissa y Eryndor al reino no trajo la calma esperada. Aunque Darian Voss había caído, sus ideas seguían vivas, sembradas como semillas de odio en los corazones de muchos. El consejo estaba dividido: algunos apoyaban la coexistencia entre humanos y criaturas mágicas, mientras otros, más radicales, deseaban imponer la supremacía de uno sobre el otro.
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Editado: 04.05.2025