Sangre del bosque

Capítulo: El Vínculo de la Corona

El amanecer llegó con un cielo teñido de grises y dorados, como si el mismo reino estuviera indeciso sobre lo que debía sentir en un día como ese. El día de la boda.

Clarissa se miró en el espejo de su recámara, vestida con una túnica de un rojo profundo, decorada con detalles dorados que representaban tanto el fuego de su magia como la sangre derramada por la paz. No había velo. No tenía nada que ocultar. Su rostro mostraba exactamente lo que sentía: orgullo, ira, y un dejo de resignación.

A su lado, Anyla, una de sus consejeras mágicas más leales, ajustaba el broche en forma de fénix que adornaba su hombro.

—Podrías sonreír al menos un poco. —bromeó Anyla, aunque su tono intentaba ser ligero.

Clarissa la miró de reojo.

—Prefiero enfrentar un ejército entero antes que fingir alegría por esto.

Anyla soltó una risa suave.

—Y sin embargo, estás aquí. Supongo que eso te hace más valiente que cualquier Reina anterior.

Clarissa no respondió. Valentía. No se sentía valiente. Se sentía atrapada, como un ave con las alas extendidas, pero atadas.

El gran salón del castillo estaba repleto. Humanos y criaturas mágicas ocupaban cada rincón, observando el escenario donde dos tronos se alzaban uno al lado del otro. Eryndor esperaba allí, vestido con una armadura ceremonial negra y plateada, el contraste perfecto con la intensidad del rojo de Clarissa.

Cuando ella entró, el silencio fue total. Solo el eco de sus pasos resonaba, cada uno firme, poderoso, recordando a todos quién era realmente: una Reina que había ganado su trono con fuego y furia.

Eryndor la observó acercarse, su expresión neutral, pero sus ojos… sus ojos la estudiaban con un brillo que Clarissa no supo cómo descifrar.

El anciano sacerdote, una mezcla de humano y criatura feérica, comenzó a recitar las palabras rituales que unían no sólo dos personas, sino dos reinos.

—¿Juras, Clarissa de la Sangre Antigua, gobernar con justicia, mantener la paz y honrar este vínculo sagrado?

Clarissa no parpadeó.

—Juro mantener la paz. —su voz fue firme, pero eludió deliberadamente las palabras “honrar este vínculo”.

El sacerdote asintió y se giró hacia Eryndor.

—¿Juras, Eryndor de la Casa Holmer, proteger la unión de estos reinos, respetar la corona compartida y permanecer leal a tu reina?

Eryndor no tardó en responder, pero su voz bajó ligeramente al final, un susurro solo para ella

—Lo juro. Incluso si ella nunca me lo pide.

Clarissa sintió un pequeño nudo en el estómago, un fragmento de emoción que rápidamente aplastó bajo el peso del deber.

Finalmente, llegó el momento más simbólico. No hubo intercambio de anillos. En su lugar, se colocaron coronas gemelas, una de hierro encantado para Eryndor y otra de plata viva para Clarissa, tejida con magia que brillaba como si respirara.

El sacerdote levantó las manos.

—Por la sangre derramada, por la magia y el acero, declaro esta unión sellada.

Los aplausos llenaron el salón, pero Clarissa apenas los escuchaba. Solo sentía el latido de su propio corazón, fuerte y desordenado.

El banquete fue un espectáculo grandioso, con mesas llenas de frutas exóticas, vinos encantados y música que flotaba en el aire sin necesidad de instrumentos visibles. Pero la verdadera batalla ocurría en la mesa principal, donde Clarissa y Eryndor compartían un asiento más cercano de lo que cualquiera de los dos preferiría.

Eryndor inclinó la cabeza hacia ella, su copa de vino medio vacía.

—Admito que pensé que me golpearías durante la ceremonia.

Clarissa bebió un sorbo de su copa antes de responder.

—Aún no ha terminado el día.

Eryndor rió suavemente, esa risa molesta que parecía más un desafío que diversión.

—Supongo que es un avance. Antes, ni siquiera me hablabas sin amenazar mi vida.

Clarissa se giró lentamente hacia él, sus ojos brillando con una chispa de malicia.

—No creas que eso ha cambiado.

Y, sin embargo, mientras las palabras salían llenas de veneno, había una tensión diferente en el aire. No era el odio puro que había sentido antes. Era algo más complejo, algo más peligroso. Una atracción envuelta en resentimiento, respeto a regañadientes, y la frustración de un vínculo que ninguno de los dos había elegido… pero que ahora estaba allí.

Eryndor la observó un momento más, su sonrisa desvaneciéndose para ser reemplazada por una seriedad inesperada.

—¿Sabes? Puede que este no sea el destino que esperabas. Pero hay algo que no cambiará, Clarissa.

Ella alzó una ceja, desafiándolo a continuar.

Eryndor se acercó un poco más, susurrando para que nadie más pudiera oír

—Nunca seré tu enemigo. Incluso si tú decides ser el mío.

Clarissa se quedó en silencio, sin saber cómo responder. Porque en el fondo, en algún rincón oscuro de su corazón, sabía que esas palabras eran la verdad.

Y eso la asustaba más que cualquier guerra.

***

Los días posteriores a la boda fueron una mezcla de silencios incómodos y protocolos interminables. Clarissa y Eryndor compartían un trono, pero no compartían un corazón. Al menos, no de la forma en que lo esperaban sus súbditos.

El salón del trono, decorado con estandartes que unían los símbolos de ambos reinos —un fénix ardiente entrelazado con un lobo plateado—, se llenaba cada día con peticiones, disputas y decisiones. Pero la verdadera batalla ocurría en sus miradas, en los espacios entre una palabra y otra.

Eryndor, con su porte impecable, siempre sabía qué decir. Su voz era un puente entre el rencor humano y la magia que Clarissa había traído de vuelta. Mientras tanto, Clarissa gobernaba con una firmeza que hacía temblar el aire a su alrededor. Su magia seguía viva en las paredes del castillo, enredada con las raíces que ahora brotaban incluso en las piedras frías, recordando a todos que el poder no pertenecía a la corona, sino a ella.




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