El sol se filtraba perezoso a través de los vitrales del castillo, proyectando destellos de colores sobre los fríos muros de piedra. Pero ni siquiera la luz del día podía disipar el eco de la noche anterior. Clarissa y Eryndor despertaron juntos, aunque ninguno quiso ser el primero en moverse. No había palabras para llenar ese espacio que ahora se sentía diferente.
Clarissa fue quien rompió el silencio.
—Tenemos una reunión con el consejo en una hora. —Su voz sonaba más dura de lo que pretendía, como si al decirlo pudiera borrar lo que había ocurrido.
Eryndor se estiró, sin molestarse en cubrirse, con una sonrisa perezosa curvando sus labios.
—¿Así que volvemos a ser oficiales otra vez? —murmuró, su voz aún grave por el sueño.
Clarissa se sentó en la cama, apartando las sábanas y dejando que el aire frío la golpeara. Era más fácil lidiar con el frío que con el calor que él aún dejaba en su piel.
—Nunca dejamos de serlo. —Se levantó sin mirarlo, sus dedos trabajando rápidamente para ajustar el cinturón de su túnica.
Eryndor la observó en silencio por un momento, sus ojos azules siguiéndola con una mezcla de diversión y algo más profundo. Finalmente, se levantó y comenzó a vestirse también, pero su mente ya estaba en otro lugar. En ella.
***
Cuando entraron en la sala del consejo, la tensión entre ellos era invisible para el resto, pero palpable para ambos. Clarissa caminaba con la espalda recta, su corona brillando con autoridad. Eryndor, a su lado, mantenía su postura de Rey, pero sus ojos se desviaban hacia ella con más frecuencia de lo necesario.
El consejo comenzó a discutir sobre la reconstrucción de las aldeas cercanas, los tratados de paz con los reinos vecinos y la integración de humanos y criaturas mágicas. Un tema sensible que parecía avivar chispas en la sala.
Un consejero humano, Lord Arven, se puso de pie, su voz impregnada de desdén apenas disimulado.
—Con todo respeto, Reina Clarissa, la presencia de criaturas mágicas en los territorios humanos está generando inquietud. No todos se sienten cómodos con… su tipo, tan cerca.
Eryndor frunció el ceño, pero Clarissa mantuvo su rostro impasible. Sin embargo, sus dedos se cerraron en puños sobre la mesa.
—¿Mi tipo? —repitió con una calma peligrosa, su voz tan afilada como una daga.
—Lo que Lord Arven quiere decir —intervino Eryndor rápidamente, su voz más diplomática— es que la transición es difícil para muchos. Debemos encontrar un equilibrio que asegure la paz.
Clarissa lo miró de reojo, sus ojos dorados ardiendo por un momento. ¿Equilibrio? ¿Era eso lo que estaban haciendo ahora? Buscando un equilibrio entre ellos, entre la pasión de la noche y la frialdad del día.
—El equilibrio se consigue con respeto mutuo, no con miedo ni prejuicios, Lord Arven. —dijo finalmente, su voz firme—. Las criaturas mágicas y los humanos comparten este reino ahora. Y quien no pueda aceptar eso, tendrá que adaptarse. O marcharse.
El silencio cayó sobre la sala, y aunque las palabras de Clarissa eran definitivas, la tensión entre ella y Eryndor se había convertido en un nuevo campo de batalla, uno que ninguno de los dos sabía cómo ganar.
***
Esa noche, Eryndor fue a buscarla a la torre donde Clarissa solía refugiarse cuando necesitaba estar sola. La encontró de pie junto a la ventana, su silueta recortada contra el cielo estrellado.
—Estás enojada conmigo.—No era una pregunta.
Clarissa no se dio la vuelta.
—No. Solo estoy recordando por qué no confío fácilmente en los humanos.
Eryndor se acercó, deteniéndose a pocos pasos de ella.
—¿Por lo que dije hoy? Solo intentaba mantener la paz.
—¿La paz? —Ahora sí se giró, sus ojos brillando de frustración—. ¿O estabas tratando de que yo encajara en tu mundo sin hacer demasiado ruido?
Eryndor apretó la mandíbula, dando un paso más hacia ella.
—No eres alguien que pueda encajar en ningún molde, Clarissa. Y eso es lo que más me atrae de ti.
Sus palabras la desarmaron por un segundo. Solo un segundo.
—No necesito que me protejas.
Eryndor suspiró, su expresión suavizándose.
—Lo sé. Solo… no quiero perderte.
El silencio volvió a envolverlos, pero esta vez era diferente. No era incómodo. Era necesario.
Clarissa se acercó, sus dedos rozando la tela de su camisa, apenas un toque.
—No me perderás, Eryndor. A menos que seas tú quien decida alejarse.
Él la miró fijamente, sus manos encontrando las de ella, entrelazándolas.
—Nunca.
Y aunque no lo dijeran, ese “nunca” era más que una promesa. Era una declaración de guerra contra todo lo que aún los separaba.
Los días posteriores a su conversación en la torre fueron una prueba silenciosa. Clarissa y Eryndor seguían compartiendo el mismo espacio, la misma corona y el mismo lecho, pero sus corazones cargaban con un peso invisible. El amor que crecía entre ellos era intenso, pero también era una amenaza velada para todo lo que habían construido.
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Editado: 04.05.2025