Tras los conflictos, las traiciones y las batallas que marcaron su historia, Clarissa y Eryndor encontraron algo que nunca habían imaginado: un respiro. No era la paz frágil de un tratado firmado bajo presión, sino una calma real, nacida de la estabilidad que construyeron juntos.
El reino prosperaba. Los campos, una vez estériles, se teñían de verde esmeralda bajo la influencia de la magia de Clarissa, y los ríos fluían con una claridad que parecía reflejar el nuevo comienzo de su tierra. Las criaturas mágicas y los humanos aprendieron a convivir, no sin desafíos, pero con la voluntad de ambos líderes guiándolos hacia un futuro compartido.
Eryndor decidió llevar a Clarissa a un lugar especial, lejos del bullicio del castillo y las responsabilidades. Una cabaña sencilla, construida junto a un lago cristalino, rodeada de árboles cuyos troncos susurraban historias antiguas.
—¿Esto lo planeaste tú? —preguntó Clarissa, con una ceja arqueada mientras observaba la cabaña.
Eryndor sonrió, quitándose la capa real y dejando que la brisa nocturna despeinara su cabello oscuro.
—Digamos que necesitábamos un lugar donde no seamos Reina y Rey. Solo tú y yo.
Clarissa soltó una risa suave, esa que Eryndor amaba porque era real, libre de la dureza que solía mostrar al mundo.
Dentro, la cabaña estaba decorada de forma simple pero acogedora: mantas suaves, un par de sillas frente a una chimenea encendida y un gran ventanal que permitía ver el lago iluminado por la luna.
Esa noche, se sentaron junto al fuego. Eryndor, descalzo y con una copa de vino, observaba cómo la luz danzaba en los ojos de Clarissa.
—¿Alguna vez pensaste que llegaríamos aquí? —preguntó él, rompiendo el silencio.
Clarissa giró la copa en sus manos, pensativa.
—Nunca pensé que sobreviviría lo suficiente para imaginarlo. Mi vida siempre fue una carrera hacia algo: venganza, poder, justicia. Nunca hacia la paz.
Eryndor se acercó, apoyando su frente contra la de ella.
—¿Y ahora qué persigues?
Ella sonrió, dejando que su mano rozara la de él.
—Nada. Solo quiero quedarme. Aquí, contigo.
Pasaron días en la cabaña, descubriéndose en lo simple. Eryndor cocinaba torpemente, quemando más de lo que lograba salvar, mientras Clarissa se reía, burlándose de su falta de talento culinario.
—Eres un Rey, un diplomático brillante, un guerrero hábil… pero no puedes freír un maldito huevo sin arruinarlo.
Eryndor, con las manos cubiertas de harina, fingió indignación.
—¡Estoy expandiendo mis habilidades, Reina crítica!
Las noches eran aún más especiales. Se acostaban bajo las estrellas, Eryndor contando historias de su infancia en el castillo, mientras Clarissa le hablaba de los bosques, de su madre y de cómo el viento solía llevarse sus risas.
—Mi madre solía decir que el amor era como un río. A veces calmado, a veces violento. Pero siempre encuentra su camino. —murmuró Clarissa, su cabeza apoyada en el pecho de Eryndor.
Él besó su cabello y respondió.
—Entonces supongo que soy afortunado. Porque mi río me trajo hasta ti.
Cuando regresaron al castillo, algo había cambiado. No solo en ellos, sino en la forma en que los veían. Ya no eran la Reina y el Rey unidos por la política o la necesidad. Eran una pareja real, con un amor palpable que se reflejaba en sus gestos más sutiles.
Eryndor solía interrumpir reuniones solo para robarle un beso a Clarissa, y ella, aunque fingía molestia, no podía ocultar la sonrisa que se le escapaba.
En los jardines, donde antes se discutían estrategias de guerra, ahora paseaban tomados de la mano, hablando de planes para el futuro.
Cómo mejorar las relaciones con otros reinos.
Cómo educar a las nuevas generaciones en la convivencia entre humanos y criaturas mágicas.
Incluso, en momentos de vulnerabilidad, hablaban de tener una familia.
Una tarde, mientras observaban el atardecer desde una de las torres, Eryndor le susurró al oído.
—¿Sabes? Nunca imaginé que la paz podría ser tan hermosa.
Clarissa lo miró, con una ternura que reservaba sólo para él.
—No es la paz lo que es hermosa. Eres tú.
Y allí, entre el resplandor dorado del sol y la brisa que susurraba promesas de eternidad, se dieron cuenta de que, más allá de la corona, el poder o la historia, su mayor victoria había sido encontrarse el uno al otro.
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Editado: 04.05.2025