Sangre Dorada -- Enterrados I

CAPÍTULO 1

DÍA 1 

El portal me lleva hasta un lugar asombroso, lo primero que ven mis ojos son un jardín amplio repleto de vegetación, arcos y decoraciones rocosas, en el centro del jardín unos arbustos perfectamentente podados y siguiendo un orden rodean una estatua que me llamó la atención, es un ángel, ¿pero quién es? 

-Este es Spherf. El fundador de la Academia. -pronuncia alguien detrás de mí. Me giro, el vampiro con el que había mantenido contacto visual mira con atención la estatua, deja a entre ver esos colmillos afilados. 

No soy una persona sociable y para nada me gusta la gente, al contrario, la detesto. Esto para mi es un martirio, debo estar aquí un año con otras tantas personas, por eso y por otros motivos, me negué a venir; pero parece ser algo tradicional y obligatorio. Me alejo del chico sociable que me habló con amabilidad, no es nada personal. 

Pronto nos pasan adentro, para enseñarnos el interior, aún más mágico que el exterior, el vestíbulo posee unas paredes altísimas que acaban en un techo de cúpula que se decora con pinturas mágicas, cuales cambian según la luz que atraviesa por ellas. El pasillo largo tiene un suelo de mármol pulido... Espera, ¿las lámparas están flotando? Efectivamente, unas lámparas se sostienen del aire, es de día, por lo que ahora están apagadas. Mas tarde nos enseñan el largo comedor, las habitaciones, la enfermería, lugares de ocio, salas comunes --como la biblioteca-- y por último las salas dónde se darán las clases, sin olvidar la sala del gran portal morado y espacial, este ilumina la sala, es lo único físico del lugar. 

-Esta sala está completamente prohibida para los alumnos, únicamente será usada cuando los profesores se os lo encargue. -explica con seriedad el profesor Enervor, da clases terrenales, todavía no sé de que va esa clase. 

Tras una tanda de advertencias, normas estúpidas y alguna que otra pregunta de los estudiantes, nos asignan las habitaciones. Entro a la mía, la cual compartiré con alguien --los chicos y las chicas y a su vez ángeles y demonios están separados-- a la hora de entrar a la habitación me topo con mi compañera ordenando su armario. 

-Hola, encantada. Soy Elizabeth. -la chica que lleva el conjunto negro con escote me extiende su mano. 

Acepto su saludo. -Soy Nerys. 

Pronto nos darán nuestras alas, nos explicaron que esto tiene un proceso, primero tienen que saber con firmeza quien está preparado para poseer unas alas blancas, en caso de ángel, o unas alas negras en caso de demonio, o en caso contrario, todavía no estar preparado para tenerlas y entonces deberás pasar unas pruebas. Todo esto dependía de lo desarrollado que estuvieran tus poderes. 

-¿Qué tipo de poderes tienes? -preguntó Elizabeth, quién pareció que leía mentes o algo parecido. 

-Poderes psiquicos, puedo controlar las acciones voluntarias de la gente. -expliqué con tono mónotono. 

Entonces frunció el ceño. -¿Y ahora para que yo lo entienda? 

Sonreí ante sus palabras. -Si quiero, puedo pedirte sin que tú lo puedas evitar que me hagas un café con pastas. 

Rodó sus ojos, sonreí y le pregunté sobre sus poderes. -Pues mis poderes son más aburridos. Puedo interpretar cualquier idioma, muerto o no muerto, cualquiera. 

Ciertamente es más aburrido, pero puede ser útil, no tengo claro en qué situaciones concretas, pero lo es. Me fui a acostar, ya que era tarde y aunque nos llamaron para ir a cenar a comedor, me niego. 

-Tú vienes a cenar conmigo. -mi compañera de habitación interrumpe mi intento de acabar con el sueño. 

Niego con la cabeza.-No tengo hambre. -confieso. 

Es cierto, pero ese no es el único motivo, tengo una sensación extraña de este lugar y lo siento en lo más profundo de mi cabeza, esto me da unos calambres en las sienes insoportables. Aunque me niegue repetidas veces, parece que no puedo combatir con la cabezonería de Elizabeth, finalmente, consigue llevarme al comedor. 

-Llegan tarde. -pronuncia con seriedad un hombre de barba oscura y cejas pobladas, es alto y grande, su figura impone-. Esta vez se lo dejaré pasar, la rutina de un ángel es importante y bajo ningún concepto debe ser descuidada, por lo que si no acuden al comedor serán penalizadas con una infracción leve. -explica con brazos cruzados. 

-Entendido, no volverá a pasar, señor. -se disculpa Elizabeth. A lo que yo asiento cerrando los labios en un hilo y forzando media sonrisa. 

-Llamenme profesor Darkwood. 

Ambas nos alejamos del profesor y buscamos sitio entre los estudiantes mientras nos dirigimos a la barra de buffet libre repleta de comida. Agarramos una bandeja y decido coger un simple bocadillo de jamón íberico y una lata de refresco como acompañamiento. 

Sin fijarme en Elizabeth, busco un sitio, prefiero comer sola, no quiero hacer amigos y desviarme de mi verdadera misión. Finalmente encuentro un sitio, en una mesa que está vacía, parece ser por la que menos se interesan los alumnos, está bastante alejada de la barra y de la puerta; puede ser por eso. Empiezo a comer lentamente mi humilde cena perdida en mis pensamientos.No paro de sentir esa sensación que me hace perder el apetito y estar alerta en mi alrededor, esta sensación despierta algo extraño en mí. 

-Pensé que te había perdido. -la voz de Elizabeth me saca del trance en el que estaba. 

-Elizabeth, yo... 

-No me llames así, para los amigos soy Beth. 

-Tú y yo no somos amigas. -confieso sin pudor, las palabras salen de mi boca sin pensar, puedo ver la confusión y el descontento en el rostro de Elizabeth. 

-Está bien, me voy. -Sus palabras salen en un hilo de voz, puedo haberle ofendido pero nos acabamos de conocer y no estoy para hacer amigos. Ella se da la vuelta y busca una mesa en la que sentarse a cenar. 

Sigo engullendo mi comida, pensando en que mamá debió de haber dejado alguna pista, ella murió aquí, bajo circunstancias extrañas, después de ser estudiante de la Academia, pasó a un rango mucho más alto, alguien tiene que saber algo, pero no conozco a ningún profesor o persona que estuviera aquí hace doce años, mi madre me tuvo en esta escuela --según la versión de mi padre-- ella falleció cuando tenía dos años. 




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