Sangre enamorada

Capítulo 2

EL DÍA HABÍA PASADO RÁPIDAMENTE. Era sábado y Alejandra había estado pintando un cuadro que le había encargado una pareja, al ver su aviso en el diario. Sus padres pagaban los gastos básicos, como el alquiler de su departamento, comida y estudios. Pero para poder darse otros lujos, como comprarse ropa de marca, debía apañárselas de otra forma. ¿Qué mejor manera que haciendo lo que más amaba?

Limpió los pinceles y fue a darse un baño. Más tarde, Su mejor amiga Miriam pasaría a buscarla para ir a uno de sus clubes favoritos. Ella era un alma solitaria más y, a la vez, su única amiga. Ellas eran bastante similares entre sí, aunque Miriam llevaba el pelo rojo y tenía los ojos verdes, en lo demás eran bastante parecidas, físicamente hablando. Además, Miriam también amaba vestir colores oscuros, llevaba tatuajes y piercings, y era bastante antisocial, al igual que Alejandra, excepto con otras personas góticas como ellas, con quienes sí socializaba bien.

Estaba secando su cabello frente al espejo del baño cuando Miriam golpeó a su puerta. Todavía no se había vestido, así que fue a abrirle envuelta en una toalla. Miriam entró y Alejandra no pudo evitar darse cuenta de que su amiga no podía quitarle los ojos de encima.

—Ponéte algo que te deje ver la espalda —le dijo—. Ese tatuaje que tenés ahí está buenísimo.

El tatuaje que Miriam acababa de mencionar representaba una gran hada de color violeta que le cubría el omóplato derecho por completo. Era el primero que se había animado a hacerse, cuando tenía quince años, a pesar de que no siempre lo dejaba ver por la ropa que se ponía, o porque su largo pelo negro se lo cubría la mayor parte del tiempo. Todos sus tatuajes eran fáciles de ocultar. Esa era la única condición que sus padres le habían puesto antes de permitirle que se los hiciese.

—Bueno, supongo que puedo ponerme algo que haga que se vea —contestó Alejandra, mientras iba a su habitación a vestirse, y cerraba la puerta antes de que Miriam entrase tras de ella. No tenía nada contra su amiga, pero a veces esta se interesaba demasiado, y si había algo que no compartían era la misma orientación sexual; aunque eso no impedía que siguieran siendo amigas.

Alejandra había dejado caer la toalla que traía encima, dispuesta a vestirse, cuando vio algo por el espejo, o alguien, moviéndose en la terraza del edificio de enfrente. ¿Estarían mirándola? Lo cierto es que nunca había considerado esa opción; la mayor parte del tiempo dejaba las cortinas de su habitación abiertas, ya que le gustaba mirar el paisaje nocturno de la ciudad.

Caminó hacia la ventana, cerró las cortinas y luego siguió vistiéndose. Pero, cuando menos se dio cuenta, la cortina estaba abierta de nuevo. Ya vestida, salió al balcón para tener un mejor panorama de la terraza del edificio al otro lado de la calle. Pero no había nadie allí. Luego miró hacia la calle y lo vio: allí estaba él parado, el chico que había conocido en el autobús. Él la vio y sacudió su mano para saludarla. Ella fingió no haberlo visto y volvió a entrar a su habitación. No quería que él imaginara que había química entre los dos.

Aunque en realidad sí había algo. Al verlo ella había sentido que suaves mariposas revoloteaban dentro de su estómago, aunque a la vez, también experimentaba un sentimiento de inseguridad, como de peligro inminente ante su cercanía. Era una sensación muy extraña que no sabía explicar. Por dentro sentía ganas de conocer más a este extraño, aunque otra parte de ella le decía que debía olvidarse por completo de él, que eso sería lo mejor. Haría como hacía con el resto del sexo opuesto: se alejaría. Al menos eso había decidido.

Volvió a la sala de estar, donde Miriam estaba esperándola sentada en el sillón.

Su amiga la miró y le sonrió, aprobando lo que veía de manera silenciosa.

—¿A dónde vamos hoy? —preguntó.

—A un bar que abrió hace poco. Se llama Dark Fangtasy. Dicen que el dueño es de Estados Unidos. ¡Tal vez sea un vampiro! —dijo Miriam con emoción, sonriendo de oreja a oreja.

—¡Vos y tus vampiros! —exclamó, sarcásticamente.

—Pero si yo te digo que no son cuentos de hadas —continuó su amiga con mucha seriedad.

—Sí, claro... el vampiro que conociste en Nueva Orleans cuando estuviste en Estados Unidos, por supuesto... —añadió Alejandra con el mismo tono anterior.

Miriam había estado en Nueva Orleans un año atrás y al volver le había contado historias de cómo en un bar gótico con temática de vampiros había conocido a un vampiro «real» llamado Patrick, con el cual había tenido relaciones, y al que había permitido que la mordiese. Miriam decía que el sexo con un vampiro era incomparable. De seguro había estado drogada cuando todo eso había sucedido, era muy probable. Al menos esa era la única explicación que podía darle, porque Miriam sonaba muy convencida de su historia y no era alguien que soliera mentir por profesión.

—¿Pero por qué nadie me cree? —reclamó Miriam, acercándose lentamente a Alejandra— Si hasta les mostré las marcas que él me había dejado en el cuello, justo ahí...

Miriam se quedó congelada, mirándole el cuello, sin saber qué decir.

—¿Qué pasa? —preguntó Alejandra, un poco asustada al ver la tez pálida de su amiga. Parecía como si la chica hubiera visto un fantasma.

—¡Hija de remil putas! —la insultó Miriam, realmente enojada— ¡Conociste un vampiro!, ¡y no me contaste! ¿Cómo te atrevés?




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