CUANDO DESPERTÓ YA HABÍA AMANECIDO y se encontraba de nuevo sola en la cama. Nikolav debía de haberse ido hacía ya un rato. Recordaba todo lo que había ocurrido la noche anterior y sabía que esa era la primera vez que había tenido contacto físico con él sin sufrir pérdida de memoria... porque no era la primera vez que estaban juntos y eso lo sabía muy bien. La noche anterior, su cuerpo parecía recordar muy bien el del vampiro, y le respondía. Parecían hechos para amoldarse el uno al otro.
Al fin había podido darse cuenta de qué día era tras haber estado dándole vueltas a ese pensamiento en varias oportunidades. Era ya jueves y faltaban solo dos días para su boda. Había llegado a ese lugar el domingo por la noche, se había despertado y había descubierto que estaba allí el día lunes, el día en el que había conocido a Lilum y que había tenido la fiesta en la que se comprometió con Nikolav. El martes por fin había descubierto la verdad de parte de Lilum y luego de Nikolav; pero a Lilum se la habían llevado, lo más probable era que a causa de haberse comunicado con ella cuando no lo tenía permitido. El miércoles había hablado con la extraña ave, había entablado contacto con su media hermana bruja y había recordado un momento clave de su niñez. Luego, tras enojarse con Nikolav, decidir que no quería casarse con él y exigirle que la llevase de vuelta a Buenos Aires, había terminado en la cama con él. Alejandra temía estar volviéndose estúpida. ¿Cómo se había dejado llevar así? ¿Por qué no podía resistirse al magnetismo de Nikolav?
Haber sucumbido ante la seducción de un vampiro era lo que le resultaba más difícil de explicar. ¿Qué era lo que ejercía esa atracción tan irresistible hacia él? Sabía que no podía tomar la decisión de no casarse ahora. Primero que todo, porque le preocupaba la seguridad de Lilum, y en segundo lugar, porque no podía evitarlo. No había forma de hacerlo. Estaba obligada de alguna manera mágica. Fuera uno a saber por qué... tal vez era el anillo o bien la promesa de las hadas.... Como fuese, no podía escapar de ese destino y tendría que convertirse en la mujer de un vampiro, de uno que se alimentaría de ella con frecuencia, aunque esa idea no le resultaba del todo repugnante. Que Nikolav bebiera de ella había resultado placentero, y sabía que terminaría volviéndose una adicción para ella también.
Se levantó y se vistió, luego bajó a la cocina y pidió que le preparasen el desayuno. Se estaba muriendo de hambre. No había comido nada desde el mediodía anterior y no quería parecerse a un palo de escoba dentro de su lujoso vestido de bodas, por más que no le importase en lo más mínimo la opinión de los invitados, que seguramente serían en su mayoría vampiros. «¿Estarán invitadas las hadas?», se cuestionó. Intentaría sonsacar a Nikolav cuando le fuera posible, aunque parecía que nunca podía preguntar aquello que pensaba a solas. Él siempre la distraía con alguna otra cosa, y terminaba huyendo de sus reclamos.
Luego de comer algo, Alejandra fue hasta el jardín. Creía que tal vez podría volver a encontrar al pájaro allí. Fue hasta el mismo lugar donde lo había visto el día anterior y se sentó. Miró a su alrededor, pero no lo vio en ninguna parte; entonces pensó que quizá podría llamarlo con su mente. Debía darle utilidad a ese don tan interesante que tenía. Cerró los ojos y se imaginó al ave. No sabía su nombre, pero pensó con ímpetu en él de la manera en como había aprendido a hacerlo con Lilum.
—Hola, Alejandra —dijo por fin la voz de la criatura.
—Hola, quería hablar contigo —contestó ella, sorprendida ante lo que había logrado hacer—. ¿Puedo hacerte unas preguntas?
—Claro —le respondió—, pero debes ser breve y concisa. No disponemos de mucho tiempo.
—Bueno... quería preguntar un par de cosas. Primero, ¿es cierto que se me prometió a los vampiros antes de que yo naciera?
—Sí, es así —dijo el ave—. Nuestra entonces reina, tu madre, hizo un pacto con los vampiros, más de mil años atrás. El trato consistía en que, si tenía una hija, esta se casaría con un príncipe heredero de los vampiros, pero eso caducó cuando empezó la guerra de los vampiros y las hadas. Ya nada te obliga por ley a casarte... excepto por esa sortija. Además, las hadas siempre deben cumplir las promesas que realizan. Está en su naturaleza, y por ello una parte de ti querrá obligarte a cumplir con tu palabra.
—¡Mierda! —exclamó Alejandra, sintiéndose engañada.
—Sí —dijo el ave—. Tú solita te metiste en este embrollo.
—¿Me quieres contar un poco sobre esa guerra? —le pidió Alejandra—. Pero antes, dime: ¿quién eres?, ¿qué eres?
—Soy Muriz —contestó el ave—, y esta forma en la que me ves es una de las tantas que tengo, ya que poseo la habilidad de desdoblar mi cuerpo y convertir mi doble astral en animales que puedo enviar donde quiera. En realidad, soy un hada, aunque no lo creas.
—¿Y puedes convertirte en cualquier animal? ¡Wow!
—Sí, lo hago para entrar desapercibida en este reino, porque si viniese en mi forma original correría el riesgo de que la bruja pudiese usarme y controlarme, o de que un vampiro me atacase. Y no quiero eso.
—¿Las brujas pueden controlar a las hadas? —preguntó Alejandra, un tanto incrédula.
—Sí, pueden hacerlo. Pueden hechizarnos para que hagamos lo que ellas quieren. Aunque esos hechizos no suelen durar mucho tiempo, como cuando hechizan a un humano o a un vampiro.