Sangre enamorada

Capítulo 7

ESE DÍA FUE REALMENTE LARGO, más de lo previsto, y Alejandra no tuvo mucho tiempo para pensar. Razzmine la mantuvo ocupada todo el tiempo haciendo alguna cosa: eligiendo flores, probando tartas, seleccionando manteles y platería, entre tantas otras preparaciones que debían realizar para la boda. Ambas se habían asegurado de que esta fuera fantástica, por más que no habían dispuesto del tiempo suficiente para organizarla con gran detalle. De alguna extraña manera, Nikolav se las había ingeniado para invitar a cientos de personas que ya habían confirmado que vendrían. Bueno, la mayoría no serían personas. Serían vampiros. Alejandra estaba bien al tanto de ello.

Cuando terminaron con todo y Razzmine al fin se retiró, ya había oscurecido. Alejandra, entonces, fue a su habitación. No quería que Nikolav la viese antes de la boda, y sabía que él pronto se levantaría. Ya allí, cerró bien las puertas y se dispuso a relajarse. Sentía muchos nervios, estaba siendo forzada a casarse, y necesitaba poder pensar de manera más clara. Fue a su baño y llenó la tina con agua caliente, a la que le agregó sales relajantes. Luego de desvestirse, se sumergió en aquel líquido tan agradable, cerrando los ojos mientras su cuerpo disfrutaba del tratamiento.

Mientras estaba así, trató de recordar la manera como había conocido a Nikolav, e hizo un gran esfuerzo para que su mente volviese atrás en el tiempo. Recordó ese viernes por la tarde cuando volvía a casa después de clases, y recordó ver a Nikolav subiendo al autobús y dirigiéndose directamente a ella. Ahora sabía que ese encuentro no había sido para nada casual; él la había estado buscando y la había encontrado. También pudo acordarse que lo que más le había llamado la atención en él eran esos extraños ojos de un color celeste claro, tan celestes y tan fríos como el hielo de un iceberg que se encuentra a la deriva en el mar. Rememoró esa sonrisa un tanto sugestiva que le había obsequiado, una sonrisa de satisfacción por haber logrado su objetivo.

Luego, comenzó a repasar los acontecimientos insólitos que sucedieron. Su iPod se había apagado... ¿había sido Nikolav quien había causado aquello?, ¿tendría la habilidad de apagar objetos electrónicos? Tal vez... ¿Y que más había sucedido? Después, se habían dirigido unas palabras; él había preguntado dónde quedaba el bar Stiller y ella había contestado que quedaba justo donde ella se bajaba, ya que era frente a su casa. ¿Habría él elegido ese lugar solo porque ella vivía en frente? A Alejandra ya no le quedaban dudas de ello. Nikolav había planeado todo a la perfección.

Recordó después haberse bajado del autobús y haberle indicado a Nikolav donde quedaba el bar, luego de lo cual se fue a su piso.

«Espera...», pensó, «¿realmente me fui a mi departamento?». Realizó un gran esfuerzo para poder encontrar la pieza del rompecabezas que le estaba faltando, y finalmente lo logró. No, no se había ido a su piso. Cuando había querido hacerlo, Nikolav la había tomado con esas manos tan frías que él tenía y la había mirado directamente a los ojos, hipnotizándola con ese truco que solía realizar con su mirada...

—Ven conmigo y haz todo lo que yo te diga —había dicho. Alejandra había hecho caso y lo había seguido. La llevó hasta detrás del bar, donde había una lujosa residencia.

Ella había preguntado si ese lugar le pertenecía, y él le había dicho que sí, que todo eso ahora era suyo, incluido el bar. Luego, la había tomado de la cintura, trayéndola cerca de él, como si ambos ya estuviesen familiarizados. Ella había comenzado a entrar en pánico.

—Tranquila, tan solo déjate llevar. No tengas miedo —había propuesto él, tranquilizándola con su voz, mientras abría su boca dejando ver dos grandes colmillos blancos.

Después, Alejandra no había sentido nada de miedo en absoluto, no le había parecido extraño ver eso, ni siquiera cuando la cabeza de Nikolav se había dirigido directo a su cuello, mordiéndola, bebiendo de su sangre.

—No recordarás nada de lo que pasó después de que me dijiste cómo llegar hasta aquí. ¿Entendido? —le dijo una vez que la soltó. Ella había asentido, moviendo su cabeza de arriba hacia abajo.

—Ahora —había continuado Nikolav—, quiero que me des eso que quisiste esconder de mi vista. —Se estaba refiriendo a su dibujo.

Entonces, había abierto su mochila y le había entregado el dibujo que aún estaba sin terminar.

—Muchas gracias, mi princesa —le había contestado él, y luego la había vuelto a acompañar a la parada de autobuses, desde donde ella había caminado hasta su edificio, había abierto la gran puerta transparente y lo había mirado a él, una vez más, ya sin acordarse de lo que le había hecho.

Pero ahora se acordaba, y todo volvía a cobrar sentido. Ahora sabía cómo había perdido la memoria, cómo había llegado a olvidarse de veinte minutos de su vida y cómo había perdido su dibujo, que más tarde vería colgado en el bar, en una versión ya finalizada. Una versión que Nikolav de seguro había terminado él mismo, si es que poseía dotes artísticas, o había hecho terminar por otra persona.

Abrió los ojos, sin saber cómo sentirse ahora que podía recordarlo todo. Prefirió no seguir repasando lo que había sucedido luego, cuando se había encontrado con Nikolav en el bar y había terminado en su cama. Tal vez más tarde lo intentaría, pero por ahora era demasiado.

No sabía cómo era posible que su vida hubiera cambiado de forma tan drástica, y que a la vez se hubiera adaptado tan bien a esos cambios. Había perdido prácticamente todo lo que había tenido, aunque eso no fuera demasiado, y lo que ella había sido ya no volvería a serlo jamás. Todo esto le causaba una especie de tensión, un dolor en su interior; pero era como si hubiera nacido para eso. Quizá por tal motivo no le costaba amoldarse, acostumbrarse a las nuevas condiciones. Puede que incluso disfrutara de lo que le estaba pasando. No sabría decirlo.




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