DESPERTÓ NUEVAMENTE UNAS HORAS MÁS TARDE. Ya había amanecido, podía darse cuenta por la claridad que entraba por la ventana. Se levantó y se puso un vestido simple y cómodo. Ese día debería supervisar a todos los empleados para asegurarse de que decorasen e hiciesen todo como se les había pedido. Además, debía hacerse un tratamiento de humectación de la piel con una cosmetóloga, y un peluquero se haría cargo de su cabello.
Sabía que las personas que allí trabajaban eran todas humanas, aunque sospechaba que los guardias pudiesen ser diferentes, tal vez otra especie de seres sobrenaturales. Era probable que esas personas también hubiesen sido traídas desde el reino de los humanos, al igual que ella, con el propósito de servir y de ser el alimento de los vampiros. Había visto que muchos de los sirvientes tenían marcas de mordeduras en el cuello, así que no le cabía duda de que eran la cena de Nikolav y de cualquier otro vampiro que viviese en el castillo.
Dudaba de que los vampiros mataran muchos humanos, al menos a diario, ya que como se lo habían comentado, tenían restricciones para cazar y matar en el reino humano. Los humanos debían durarles más tiempo si no podían salir todo el tiempo a cazar.
Al menos eso la hacía sentir un poco más tranquila. Además, los sirvientes parecían ser bastante felices, aunque Alejandra por experiencia sabía que un vampiro podía jugar con la mente de las personas para hacerles olvidar, o para lograr que pensaran y actuaran de la manera deseada.
Luego de corroborar que la decoración del salón y todo lo demás se estuviera llevando a cabo como se les había explicado a los sirvientes, fue a la habitación donde la cosmetóloga le haría un tratamiento. La joven le puso una mascarilla de barro en la cara y en todo el cuerpo. Alejandra cerró los ojos, relajándose, mientras esperaba para poder quitarse la mezcla pegajosa de su cuerpo.
Mientras tenía los párpados caídos y con un par de pepinos encima, continuó pensando, con el objetivo de seguir rememorando lo máximo posible. Esta vez comenzó a recordar a partir del momento en el que se había encontrado con Nikolav en el bar frente a su casa.
Recordó haber hablado con él durante unas dos horas, mientras le servía varias copas que la dejarían bastante borracha al final de la noche, pero aún lo suficiente responsable de sus acciones, o al menos a ella le parecía que así había sido. El vampiro le había ofrecido llevarla consigo a su casa, para seguir tomando algo allí, y a ella le había caído tan bien, que quiso pasar más tiempo junto a él, por más que fuera tímida con las personas, sobre todo con los hombres.
Él, entonces, había salido por detrás de la barra y, tomándola por la cintura, la había ayudado a caminar hasta su casa, un departamento que resultaba estar detrás del bar. Ella ya había estado antes allí, pero en esos momentos no se acordaba, ya que él había hecho que olvidase todo.
Nikolav tenía allí un apartamento de dos pisos. En la planta inferior contaba con una cocina, un comedor, un baño y una sala de estar, en la cual había un gran juego de salón y una chimenea. A la izquierda de la chimenea, se encontraban unas escaleras que llevaban al piso superior. Alejandra imaginaba que allí debía estar la habitación del apuesto extranjero y no podía dejar de imaginarse cómo serían las sábanas de su cama. Realmente había ejercido un efecto en ella. No recordaba haber conocido a un hombre que trajera a la superficie tantos sentimientos al mismo tiempo: fascinación, pasión, locura y, tal vez, incluso un sentimiento más profundo.
Nikolav había puesto música y ambos habían comenzado a bailar una canción lenta. Ella le había sonreído como embobada, deseando nunca más despegarse de él. Luego de bailar unos minutos, ambos comenzaron a acercarse más y a rozarse mientras bailaban. Ella había podido sentir la piel de él contra su cuerpo, haciéndola experimentar como nunca antes junto a un hombre, aunque la verdad era que nunca había llegado a estar tan cerca de uno, nunca... Nikolav sería el primero.
Él le había tomado el rostro con las manos y juntado sus fríos labios con los de ella, besándolos con pasión. Alejandra podía recordar cómo se había sentido, todas las sensaciones que ese beso le había despertado en su interior, todas. Después, las manos de él habían comenzado a deslizarse por su cuerpo entero, acariciándola mientras ambos seguían besándose con vehemencia. Él, mientras tanto, le había quitado su vestido, y ella no puso ninguna resistencia, mientras la dejaba por completo desnuda sobre la alfombra de piel que se encontraba frente a la chimenea. En esos momentos, había estado en verdad emocionada por encontrarse viviendo esa experiencia. No había sentido miedo de entregarse a él; se dio por completo.
Nikolav también se había quitado la ropa y había posicionado su cuerpo sobre el de ella; empezaba a besarle el cuello, y siguió hacia abajo, despertando un fuego intenso, un fuego que nunca antes nadie había logrado encender en ella.
Luego de besarla durante unos minutos, él se había levantado y la había tomado entre sus fuertes brazos, llevándola hacia el piso superior. A ella ya se le había olvidado la curiosidad por lo que allí habría y le resultaba imposible quitar sus ojos de los labios de aquel hombre que tanto le hacía sentir. Él la había posado en su enorme cama y continuaba besándola hasta que ella estuvo lista y sin reservas para lo que seguiría.
Ahora lo recordaba todo, recordaba a la perfección su primera vez con Nikolav. Esa noche no la había influenciado para que ella cediese. Ella lo había hecho porque lo había sentido así, porque en realidad se sentía atraída hacia él, porque se había quedado prendada de él mientras hablaban; y la experiencia había sido increíble. Alejandra no podía creer que Nikolav la hubiese obligado a olvidarse de algo tan hermoso, hasta que recordó lo que sucedió después.