Sangre enamorada

Capítulo 10

NIKOLAV YA HABÍA ESTADO ESPERANDO un par de horas que Alejandra volviese, sintiendo curiosidad por saber lo que estaba haciendo. Pero la dejaría sola; sabía que podía confiar en ella para que hiciera lo que fuera que le pidiese. Los vampiros funcionaban de esa manera; todos sentían lealtad por sus progenitores. Ella no lo traicionaría ni apoyaría a las hadas después de haber recibido toda la información y la memoria de los vampiros. Tenía que ponerse de su lado, de la misma manera en que él estaba del lado de Siron.

Sabía que la mitad vampiro sería dominante. Razzmine le había dicho que, mientras Alejandra fuera más humana que hada, las posibilidades eran mucho mayores de que el lado vampiro predominase y que, por ende, se volviese ciegamente fiel a él. Por eso había ordenado que se llevaran a Lilum ni bien supieron que podían comunicarse de cierta forma desconocida. Había sido el hada encargada de cuidar y vigilarla durante los últimos años, y no fue hasta que la capturaron con la ayuda de Razzmine que la bruja al fin pudo localizarla en Buenos Aires. Lilum tenía el poder de hacer que cualquier presencia fuese ocultada del radar de las brujas y los vampiros. Pero una vez la tuvieron, las hadas no pudieron esconder más a Alejandra. Y ahora, gracias a la ayuda de Razzmine, Alejandra le pertenecía por completo, como él siempre había soñado, y lo ayudaría a alcanzar todos sus objetivos.

Nikolav miró el reloj. Faltaba alrededor de una hora para el amanecer. Alejandra debía apurarse. Estaba a punto de subir las escaleras para corroborar que todo estuviese bien, cuando la vio bajándolas, trayendo en sus manos el legendario sable junto con una llave sagrada similar a la suya.

—¡Lo has logrado! —exclamó Nikolav, pudiendo corroborar por sí mismo que el sable realmente existía.

—Por supuesto, querido —respondió ella con una amplia sonrisa en sus labios.

—Ya mismo le avisaré a Siron... no creo que quiera perder el tiempo.

Supongo que mañana mismo estaremos todos listos para la batalla.

—¿Cómo le avisarás?

—Snorr le enviará el mensaje. —Nikolav se dio la vuelta para llamar a uno de sus guardias—. ¡Snorr!

El corpulento guardia caminó desde la puerta hasta donde Nikolav estaba parado.

—¿Sí, señor? —preguntó.

—Ve hasta el palacio del rey y dile que ya tenemos el sable. Apúrate, que ya casi amanece.

—Por supuesto, señor —contestó Snorr. Luego, se dirigió a la puerta, se transformó en un águila en un abrir y cerrar de ojos y salió volando en la dirección ordenada.

—Wow —exclamó Alejandra—... ¿Él es un cambiaformas, no?

—Sí, lo es. Los cambiaformas, algunos de ellos hombres lobos, trabajan como nuestros guardias, más que nada durante el día. Durante la noche también tenemos guardias vampiros.

—Claro —dijo, entendiendo que hacía falta guardias que pudiesen estar despiertos durante el día, cuando los vampiros estaban obligados a ocultarse y descansar. Era su momento de mayor vulnerabilidad—. ¿Ellos también pelearán en la batalla?

—No —contestó él—. Ellos se mantienen neutrales, solo nos prestan sus servicios a cambio de mantener la paz con nosotros. Tenemos una larga historia de enemistad, pero ahora mantenemos la paz y nos ayudamos mutuamente.

—Ya veo... ¿Y las hadas oscuras?

—Ellas sí están de nuestro lado. Pero ahora, princesa, debemos guardar el sable en un lugar seguro e irnos a dormir. Tenemos que recuperar las energías para mañana. Será una larga noche.

Antes de que Alejandra pudiera contestar, el águila entró por la ventana y se transformó nuevamente en el guardia Snorr.

—Señor —dijo, dirigiéndose a Nikolav—, el rey dice que ya todo está listo para mañana y que se citará a las hadas en el campo Sconn para luchar luego del atardecer.

—Perfecto —dijo Nikolav—. Estén alertas. Puede llegar a haber intrusiones durante el día.

—Sí, señor —dijo el guardia, tomando su lugar de vigilancia.

—¿Me das el sable? —le pidió Nikolav a Alejandra.

—Claro —dijo ella, extendiéndoselo. Le daría todo lo que él quisiese de ella.

Nikolav tomó el sable de sus manos y lo inspeccionó unos minutos, mirando cada detalle de la hermosa arma.

—Ven, vayamos a nuestro cuarto —le dijo finalmente.

El sol estaba a punto de levantarse cuando los dos llegaron a su habitación, se encerraron en ella y depositaron el sable en un gran baúl.

—Aquí Stumik estará a salvo hasta mañana —aseguró Nikolav—. Ningún hada puede entrar en esta habitación. Está protegida.

Ella asintió y se preparó para acostarse. Nikolav deseaba poder leer los pensamientos de su bella princesa, mientras la miraba desvestirse. La deseaba con todas sus fuerzas, pero ahora no había tiempo para sucumbir ante sus deseos carnales. Ganar la batalla era de mayor importancia y ellos debían dormir para recuperar la energía que necesitaban para la noche siguiente.

Se acostaron para descansar las últimas horas que les quedaban de paz. Todo cambiaría al día siguiente, aunque en esos momentos nadie podía llegar a predecir de qué manera.




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