Sangre enamorada

Capítulo 11

A NIKOLAV LE TOMÓ UN BUEN RATO recomponerse. Alejandra había matado a Siron, su rey y progenitor, y con esto su mente había comenzado a desestabilizarse. Gran parte de lo que él era lo era por Siron, quien le había enseñado todo sobre ser vampiro; incluso cómo debía actuar y sentir. Ahora su mentor no estaba y debía ajustarse a la realidad; a no tener a nadie que le dijese qué hacer ni en qué creer.

Al fin su mente era libre y esa era una sensación extraña, pero le brindaba un sentimiento de libertad absoluta. Ahora podía ser completamente él mismo, lo cual era fantástico, aunque a la vez le provocaba temor. No estaba acostumbrado a actuar de acuerdo con su libre albedrío y debía comenzar en ese momento. Ahora él estaba a cargo de los vampiros y ellos estaban esperando recibir sus órdenes para continuar.

La batalla había terminado, podía decirse que nadie había ganado. Las pérdidas habían resultado cuantiosas de ambos lados y la única que había logrado acabar con la guerra era Alejandra. Nikolav suponía que ella debía participar en la toma de decisiones sobre las consecuencias de la batalla. Un nuevo acuerdo debía ser firmado entre los líderes reinantes y los guardianes vendrían pronto a asegurarse de que así fuera.

Los guardianes eran un grupo de doce seres superiores que vivían en la novena dimensión, la mayor de todas. Estos tenían como misión supervisar y ser mediadores entre todas las especies y servir como justicia para ellas, aunque por lo general no intervenían en sus asuntos. Eran árbitros, por lo que debían ayudar a decidir las medidas que serían tomadas y si alguna de las especies merecería algún castigo particular o no.

Nikolav se dirigió a todos los vampiros, diciéndoles:

—Pueden regresar a sus lugares. Pronto tendremos una reunión para reorganizarnos. Por hoy ha sido suficiente.

Los vampiros se encaminaron hacia el portal, el cual permanecía abierto. Lo cruzaron uno a uno, dejando la dimensión para volver a sus hogares, esperando que no hubiera consecuencias negativas para ellos luego del final inesperado de la guerra y del fallecimiento de su rey Siron. Él había sido estricto, pero siempre mantuvo a los vampiros organizados. Durante los dos mil años que había estado a cargo, como sucesor de Lilith, la reina original de los vampiros, no había existido ningún tipo de guerra civil entre los vampiros, lo cual era algo que debía remarcarse. No todos los líderes podían lograr una unión similar entre sus súbditos, a pesar de que estos le debían obediencia por el simple hecho de ser el rey. Siron lo había conseguido, pero Nikolav no sabía si estaría a su altura.

—Con Alejandra a mi lado nada será imposible —pensó, olvidándose por un momento que era ella quien había asesinado al rey de los vampiros y sin detenerse a pensar que tal vez ahora no querría saber nada con esa especie, que quizá se iría con las hadas y lo abandonaría. Nikolav decidió que fuese lo que fuese, él estaría de acuerdo y lo aceptaría. Él había actuado bajo órdenes de Siron, la había usado y manipulado. No merecía que ella lo perdonase, aunque ese era su más sincero deseo.

«Pero, ¿dónde está Alejandra?», pensó al no verla por ninguna parte. Había estado tan confundido con la muerte de Siron, que no se había dado cuenta de que ella se había apartado del grupo. No podía sentir su presencia por ninguna parte. ¿Se habría ido a otra dimensión? No era imposible, ya que ella tenía su propia llave, pero la buscaría primero dentro de esa dimensión, para asegurarse de que no estuviera allí antes de rastrearla en otra parte.

Comenzó a caminar bajando la colina, rumbo a la vieja ciudad abandonada que una vez había sido un centro de intercambio de bienes y servicios entre todas las especies, pero que ahora se encontraba totalmente desierta, luego de que las diversas guerras las separasen y los conflictos impidiesen que estas consiguieran convivir como lo hacían antes.

 

***

Dudaba de que él hubiera comenzado tan sangrienta batalla de no ser por la influencia de Siron. Él era el que había insistido en que serían libres si acababan con las hadas. Nikolav no había vivido en los viejos tiempos y no sabía cómo se sentía poseer aquella libertad de la que Siron tanto hablaba y predicaba. Estaba acostumbrado a vivir de la manera en la que lo había hecho siempre y sentía que su especie bien podía continuar de esa manera, manteniendo un perfil bajo para no intervenir en los asuntos humanos, y dejando en paz a las hadas.

Bajando la colina, se detuvo de golpe al observar una silueta que yacía junto a un charco. Se horrorizó al comprobar de quién se trataba...

—¡Alejandra! —exclamó, corriendo hacia ella, sin poder creer que algo pudiera haberle ocurrido. No había visto a nadie atacarla y él no lo hubiera permitido tampoco. Quien fuera que le había hecho eso no viviría para contarlo.

Cuando llegó a su lado, quedó paralizado al ver una estaca clavada en el pecho de su amada. No era posible... ¡No podía serlo! Se arrodilló a su lado y, tomando sus hombros, la sacudió con todas sus fuerzas. Pero ella no reaccionaba.

Quitó la estaca de su pecho, esperando que al ser híbrida eso hiciera más lento el proceso de su muerte, que tal vez la sangre de hada la sanase. Pero la herida no parecía querer cerrarse y Alejandra estaba sangrando. «¿Sangrando?, ¿cómo puede ser posible, si los vampiros no sangran y las hadas sanan antes de poder desangrarse?», se preguntó.




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