Sangre Eterna

Capítulo 1: La llegada de la niebla

Gray Hollow era un pueblo pequeño, casi olvidado por el mundo, rodeado de colinas cubiertas de frondosos bosques y envuelto en una bruma que parecía no tener fin. Para Luna Silva, el pueblo había sido su hogar desde que tenía memoria. Era un lugar tranquilo, casi monótono, donde los días se deslizaban uno tras otro como el agua de un río lento. Sin embargo, desde hacía unos días, algo en el aire había cambiado.

Luna regresaba del trabajo, caminando por las mismas calles de siempre, pero esa tarde, la niebla parecía distinta. Más espesa. Más fría. Era octubre, y la bruma solía ser densa en esa época del año, pero había algo en esta niebla que la hacía sentir inquieta, como si estuviera atrapada en un sueño que no podía recordar del todo. Su respiración se condensaba en el aire, formando pequeñas nubes que desaparecían en cuestión de segundos.

Caminó frente a la vieja librería del pueblo, cuyos cristales polvorientos reflejaban vagamente su figura. Por un momento, algo captó su atención en el reflejo: una sombra, alta y esbelta, que parecía moverse justo detrás de ella. Luna se detuvo en seco, el corazón palpitando con fuerza en su pecho. Se giró rápidamente, pero no había nadie. Solo la niebla, arremolinándose a su alrededor como un velo etéreo.

—¿Quién está ahí? —preguntó, su voz resonando extrañamente en el aire, como si las palabras hubieran sido absorbidas por la bruma.

No hubo respuesta. Un escalofrío le recorrió la espalda. ¿Estaba sola? Luna siempre había sido sensata, no una de esas chicas que se asustaba fácilmente, pero en ese momento sintió una extraña opresión en el pecho, como si el aire hubiera cambiado, tornándose más pesado. Decidió apresurar el paso hacia su casa.

Al llegar, la familiaridad del viejo caserón de madera, con su techado de pizarra negra y ventanas de cristal antiguo, no logró tranquilizarla del todo. Se detuvo frente a la puerta, con una mano en el pomo, y echó un último vistazo a la calle. La niebla se movía entre las casas, serpenteando como un animal vivo. Luna frunció el ceño. Algo estaba mal, pero no podía decir qué.

Entró, cerrando la puerta detrás de ella con un suspiro de alivio. El interior de la casa estaba cálido, con la luz suave de las lámparas amarillentas y el crujido ocasional de la madera bajo sus pies. Su abuela solía decir que la niebla traía consigo más que frío. "Es un puente entre mundos", le decía cuando era pequeña. "Los espíritus caminan entre nosotros cuando la niebla se espesa". Luna siempre había considerado esas historias como cuentos para asustar a los niños. Pero esa noche, las palabras de su abuela parecían resonar en su mente de una manera inquietantemente real.

Se dejó caer en el viejo sillón de la sala, tratando de sacarse la sensación de encima. "Es solo tu imaginación", pensó. "Has tenido un mal día". Decidió tomar una ducha caliente y luego irse a la cama. Pero mientras el agua caía sobre su piel, la imagen de la sombra en el reflejo no la abandonaba.

Ya en la cama, Luna apagó la lámpara de su mesita de noche y cerró los ojos. La oscuridad la envolvió, pero no fue un consuelo. Poco a poco, el cansancio la fue arrastrando hacia el sueño, hasta que finalmente, se encontró de nuevo en la niebla.

El sueño era tan vívido que Luna no estaba segura de si realmente había despertado o seguía dormida. Estaba de pie en un claro del bosque, el suelo cubierto de hojas húmedas y el aire frío pegándose a su piel. La niebla era tan densa que apenas podía ver a unos metros de distancia. Pero algo, o alguien, estaba allí.

A lo lejos, entre los árboles, distinguió una figura. Era un hombre, alto y delgado, con una postura firme y tranquila. Su rostro estaba oculto por las sombras, pero sus ojos brillaban como dos puntos de luz en la penumbra. Luna sintió su corazón acelerarse de nuevo, pero esta vez no era solo miedo lo que sentía. Era algo más. Algo que no podía explicar.

—¿Quién eres? —su voz sonó débil, casi sofocada por la niebla.

La figura no respondió. En lugar de eso, dio un paso hacia ella, moviéndose con una elegancia antinatural, como si la niebla misma le abriera paso. Luna retrocedió instintivamente, pero sus pies parecían estar anclados al suelo, incapaces de moverse. Cada fibra de su ser le gritaba que huyera, pero al mismo tiempo, algo en su interior le pedía que se quedara. Que lo esperara.

—No te acerques —murmuró, aunque sabía que sus palabras eran inútiles. La figura seguía avanzando, lentamente, con una calma aterradora.

Cuando estaba a solo unos metros de ella, Luna finalmente pudo ver su rostro. El hombre tenía una belleza fría, casi irreal. Su piel era pálida, demasiado pálida, como si nunca hubiera conocido la luz del sol. Sus ojos, oscuros y profundos, la observaban con una intensidad que la hizo temblar. Pero no era el tipo de miedo que paralizaba; era un miedo que atraía, que la hacía querer acercarse más, aunque supiera que no debía.

De repente, el hombre extendió una mano hacia ella, como si quisiera tocarla. Luna sintió el impulso de hacer lo mismo, de alzar su mano y encontrar la suya en la niebla, pero antes de que pudiera moverse, todo se oscureció.

Luna despertó con un jadeo, sentada de golpe en su cama. El cuarto estaba sumido en la oscuridad, salvo por la tenue luz de la luna que se filtraba por las cortinas. El sudor le corría por la frente, y su corazón latía desbocado.

—Solo fue un sueño —se dijo a sí misma, tratando de calmarse.

Pero mientras se llevaba la mano al cuello, sintió un cosquilleo, como si algo, o alguien, hubiera estado realmente allí.



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En el texto hay: ficcion, vampiro

Editado: 06.10.2024

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