Las palabras de Adriel parecían colgar en el aire, envolviendo a Luna en una niebla que no solo era física, sino también mental. "He estado esperando por ti durante mucho tiempo", había dicho. Las preguntas se agolpaban en su mente. ¿Cómo era posible que un hombre que acababa de conocer afirmara algo tan extraño? ¿Por qué ella?
El silencio entre ellos se extendió, lleno de preguntas sin responder y miradas que decían más de lo que cualquier palabra podría expresar. Luna se removió en su asiento, sintiéndose vulnerable bajo la intensa mirada de Adriel.
—¿Esperándome? —preguntó finalmente, aunque su voz se quebró al pronunciar la palabra. —Eso no tiene sentido. Nunca te he visto antes… en la vida real.
Adriel esbozó una pequeña sonrisa, esa clase de sonrisa que no alcanzaba a tocar sus ojos, pero que aún así mostraba una certeza inquietante.
—A veces, nuestras almas se cruzan mucho antes de que lo hagan nuestros cuerpos —dijo en voz baja, sus palabras llenas de una gravedad que Luna no podía ignorar.
Luna frunció el ceño. ¿De qué estaba hablando? Cada vez que Adriel hablaba, el aire en el café se sentía más denso, como si sus palabras tuvieran el poder de cambiar la atmósfera.
—No entiendo —murmuró Luna, entrelazando sus manos en su regazo, en un intento de controlar su ansiedad. —¿Cómo puedes haber estado esperando por mí si ni siquiera sé quién eres?
—No todavía —respondió Adriel, su tono suave pero firme. —Pero lo sabrás. Solo… ten paciencia.
Luna sintió cómo la frustración comenzaba a hervir en su pecho. ¿Paciencia? ¿Cómo podía tener paciencia cuando un hombre extraño, que parecía salido directamente de sus sueños, le estaba diciendo que había estado "esperándola"? Nada de eso tenía sentido.
—No soy una persona que crea en cuentos de hadas —dijo Luna, su voz más firme esta vez. —Esto... esto es absurdo.
Adriel la observó durante unos segundos, como si estuviera evaluando cada una de sus palabras, midiendo su reacción. Luego, se inclinó un poco hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.
—Te entiendo, Luna —dijo en voz baja, y el sonido de su nombre en sus labios la hizo estremecer. —Si estuviera en tu lugar, pensaría lo mismo. Pero hay cosas en este mundo que no siempre siguen las reglas de la lógica humana.
Luna sintió un nudo formarse en su estómago. Había algo en la manera en que hablaba, en la certeza con la que decía esas palabras, que la inquietaba profundamente. Quería alejarse, salir del café, dejar atrás esa conversación absurda, pero sus pies parecían anclados al suelo. Algo en ella quería escuchar más, saber más. ¿Por qué?
—¿Qué eres tú? —preguntó, sorprendida por la dureza en su propia voz.
Adriel alzó una ceja, casi divertido por la pregunta.
—No es lo que soy lo que importa —respondió él, suavemente. —Es lo que tú eres.
Luna frunció el ceño. ¿Qué significaba eso? Todo en esa conversación la hacía sentir como si estuviera caminando en círculos, sin llegar nunca a una respuesta concreta. Tomó aire, intentando recomponer sus pensamientos.
—Si no me vas a decir la verdad, entonces no entiendo por qué estamos hablando —dijo con más firmeza de la que sentía realmente. —Si hay algo que quieras que sepa, dilo ahora.
Adriel la observó en silencio por un momento. Sus ojos, tan oscuros como la noche, parecían contener un secreto insondable. Finalmente, suspiró.
—Muy bien. Si eso es lo que quieres… te lo diré —dijo. Se inclinó ligeramente hacia adelante, y aunque su tono seguía siendo calmado, había una tensión subyacente en sus palabras. —Soy más antiguo de lo que puedas imaginar, Luna. Y no soy humano, al menos no como tú lo eres.
El corazón de Luna dio un vuelco. Se quedó mirándolo, atónita, sin poder articular palabra alguna.
—¿Qué? —balbuceó finalmente, sin estar segura de haber escuchado bien. —¿No eres humano?
—No en el sentido tradicional de la palabra —replicó él. —Fui humano una vez, hace mucho tiempo. Pero he cambiado. Ahora… soy algo más.
Las palabras de Adriel resonaron en los oídos de Luna como una campana lejana. Intentó asimilar lo que acababa de decir, pero su mente no podía procesarlo. ¿Qué significaba que no era humano? ¿Estaba jugando con ella? Pero su expresión, tan seria, no sugería que fuera una broma.
—¿Qué eres entonces? —preguntó, aunque temía la respuesta.
Adriel mantuvo su mirada fija en ella antes de responder, sus ojos reflejaban una mezcla de tristeza y resignación.
—Soy un vampiro —dijo finalmente, su voz baja pero clara.
La palabra cayó sobre Luna como un peso insoportable. Vampiro. No podía ser verdad. Esa palabra solo existía en libros y películas, no en la realidad. Y sin embargo, mientras lo miraba, mientras observaba su piel increíblemente pálida, sus ojos oscuros y la forma en que su presencia parecía absorber el aire a su alrededor, todo encajaba. De repente, los detalles que antes había pasado por alto cobraron sentido.
—¿Estás… estás diciendo que bebes sangre? —preguntó ella, su voz apenas un susurro.
Adriel no apartó la vista de ella, y asintió lentamente.
—Sí —confirmó, sin el más mínimo titubeo. —Pero no soy lo que las historias cuentan. No somos monstruos sin alma, aunque algunos han caído en la oscuridad. Somos seres condenados a una existencia eterna, siempre en los márgenes de la humanidad.
Luna sintió que el mundo a su alrededor giraba. ¿Cómo podía estar hablando con alguien que afirmaba ser un vampiro? No tenía sentido, y sin embargo, no podía negar lo que veía. Había algo en él, en su presencia, que era diferente a cualquier otra persona que hubiera conocido.
—¿Por qué me dices esto? —preguntó finalmente, sus palabras apenas un hilo de voz. —¿Por qué yo?
Adriel la miró intensamente, sus ojos buscando los de ella como si quisiera transmitirle todo lo que no podía poner en palabras.
—Porque estás conectada conmigo de una forma que no puedes entender todavía —dijo. —Nuestros destinos están entrelazados. Desde el momento en que naciste, Luna, tu vida ha estado marcada por mi existencia.