El frío viento de otoño irrumpió en el café, agitando las cortinas y haciendo que las llamas de la chimenea titilaran. La puerta se había abierto de golpe, pero Luna apenas tuvo tiempo de girarse cuando sintió que algo denso y peligroso había entrado en el lugar. Todo su cuerpo se tensó, como si su instinto de supervivencia hubiera sido activado por una amenaza invisible.
Adriel se puso rígido, sus ojos oscuros se tornaron aún más sombríos, y su expresión cambió de tranquila a alerta en una fracción de segundo. Lentamente, sin apartar la mirada de la figura que acababa de entrar, se puso de pie. El ambiente en el café cambió instantáneamente, como si el aire se hubiera vuelto pesado, y Luna sintió un nudo de ansiedad apretarse en su pecho.
—No te muevas —susurró Adriel, su voz baja pero cargada de autoridad. Sus palabras no eran una sugerencia, sino una orden directa. Luna, aunque temblando por dentro, no pudo hacer otra cosa más que asentir.
La figura que acababa de entrar en el café se detuvo en el umbral. Era un hombre, alto y esbelto, envuelto en un abrigo negro que parecía devorar la luz a su alrededor. Su piel era tan pálida como la de Adriel, pero había algo en él que se sentía más amenazante, más oscuro. Mientras avanzaba, sus ojos, de un rojo oscuro como el vino tinto, recorrieron el lugar con calma calculada hasta que se posaron en Adriel y Luna.
Luna sintió que su corazón se detenía por un instante. Esos ojos. Había algo en ellos que la llenaba de terror. Era como si estuviera viendo un abismo sin fondo, algo más antiguo y maligno de lo que podía comprender.
Adriel mantuvo la mirada del hombre, y durante un largo instante, ninguno de los dos se movió. La tensión en el aire era palpable, como una cuerda a punto de romperse. Luna se sintió atrapada entre dos fuerzas inmensas que apenas comenzaba a entender.
Finalmente, el hombre de ojos rojos habló, y su voz era tan suave como el veneno.
—Adriel —dijo con una ligera inclinación de la cabeza, como si reconociera a un viejo conocido. —Nunca pensé encontrarte aquí, en este pequeño pueblo perdido entre la niebla.
Adriel no respondió de inmediato, pero sus ojos se estrecharon, y Luna pudo ver el músculo de su mandíbula tensarse.
—Malek —respondió finalmente, su voz fría como el hielo. —No tienes nada que hacer aquí.
Malek sonrió, pero era una sonrisa carente de calidez, una máscara de cortesía que no alcanzaba a disfrazar la malevolencia en su mirada.
—Oh, pero me temo que sí lo tengo. He venido a buscar lo que me pertenece —dijo, mientras sus ojos se deslizaban lentamente hacia Luna.
Luna sintió que el miedo la paralizaba. No entendía completamente lo que estaba sucediendo, pero sabía, en lo más profundo de su ser, que Malek era peligroso. Su mirada sobre ella la hacía sentir como una presa acorralada.
Adriel dio un paso hacia adelante, interponiéndose entre Malek y Luna, su cuerpo emitiendo una especie de protección silenciosa.
—Ella no te pertenece, Malek —dijo Adriel con una firmeza inquebrantable. —Y nunca lo hará.
Malek soltó una risa suave, un sonido que resonó en el café como un eco siniestro. Los pocos clientes que quedaban en el local, ajenos a la tensión que flotaba en el aire, seguían en sus conversaciones, pero Luna podía sentir que algo estaba por romperse.
—¿De verdad crees que puedes protegerla para siempre? —preguntó Malek, sus ojos brillando con una amenaza implícita. —Sabes tan bien como yo que no puedes esconderla de su destino.
Adriel no respondió inmediatamente, pero Luna pudo ver cómo sus manos se cerraban en puños a los lados de su cuerpo. La energía a su alrededor era intensa, casi tangible, y por un momento, Luna se preguntó si algo terrible iba a ocurrir ahí mismo, en medio del café.
—Lo que pase con ella no es tu decisión —respondió Adriel con calma, pero la tensión en su voz era evidente. —Te sugiero que te vayas, Malek. Ahora.
Malek observó a Adriel durante unos segundos más, y luego su mirada volvió a posarse sobre Luna. A pesar de que no se movía, Luna sintió como si el espacio entre ellos se estuviera cerrando, como si ese hombre estuviera invadiendo su mente, su alma.
—Tarde o temprano, vendrás a mí —dijo Malek, y su voz sonó como una promesa oscura. —Siempre lo hacen.
Luna sintió un escalofrío recorrer su columna. Había algo profundamente perturbador en la forma en que Malek la miraba, como si ya la hubiera reclamado para sí, como si fuera solo cuestión de tiempo antes de que todo se desmoronara.
Antes de que pudiera reaccionar, Adriel se movió. Con una velocidad que desafió toda lógica, se interpuso completamente entre Luna y Malek, su cuerpo bloqueando por completo la vista que ella tenía de aquel hombre. Su presencia era un muro de protección, y aunque Luna aún sentía el miedo palpitando en su pecho, la proximidad de Adriel también le dio una extraña sensación de seguridad.
—Fuera —dijo Adriel, su voz ahora más dura, más peligrosa. —O me aseguraré de que no vuelvas a poner un pie en este lugar.
Por un momento, Malek no se movió. Luna no podía verlo, pero podía sentir la tensión en el aire, la confrontación que estaba a punto de desatarse. Finalmente, Malek soltó un suspiro, casi como si estuviera decepcionado.
—Siempre tan dramático, Adriel —dijo con un deje de burla en su voz. —No te preocupes. No causaré un espectáculo… hoy.
Con esas palabras, Malek retrocedió, sus pasos silenciosos mientras se alejaba hacia la puerta. Luna apenas podía respirar, su corazón golpeaba con fuerza contra su pecho. Cuando Malek llegó a la salida, se giró una última vez, y aunque sus ojos estaban fijos en Adriel, Luna pudo sentir que esas palabras iban dirigidas a ella.
—Nos volveremos a ver —prometió, antes de desaparecer en la niebla del exterior.
El café volvió a llenarse de ruido normal, las conversaciones y risas reanudándose como si nada hubiera sucedido. Pero para Luna, el mundo acababa de cambiar de forma irreversible.