Sangre Maldita. Más allá de la Muerte 1

Capítulo 21: Poseída

Capítulo 21:

Poseída 

 

 

Danna 

Miro sus ojos y sé que Nina no está allí, no es ella quien ocupa ese cuerpo, no es ella la que me sonríe. Es Danny, mi hermana gemela. 

Siento las piernas flojas y me veo cayendo al suelo, pero alguien me sostiene y me saca casi que a rastras de la habitación. No sé qué ocurre exactamente, me siento desorientada al tiempo que la veo correr hacia mí con algo en la mano, y después una puerta que se cierra. 

Escucho la respiración agitada de alguien y trato de ponerme en pie. Todo gira a mi alrededor y cierro los ojos por unos segundos para evitar desmayarme. Gustavo está temblando en el suelo abrazándose las piernas, y pega un grito cuando unos golpes fuertes estremecen la puerta. Llego hasta él para tratar de calmarlo, pero es inútil yo estoy igual, o peor que él. Busco mi teléfono en los bolsillos del pantalón pero no está, lo he dejado en el auto. 

Presiento que la puerta va a caerse en cualquier momento, y no sé qué hacer. Los chicos aún no llegan, sólo estamos dos cobardes en una habitación, siendo amedrentados por mi sobrina poseída. A pesar de que estoy muerta del miedo río a carcajadas de lo irónico que es la situación. Me siento agotada y dejo de reír, los golpes son cada vez más fuertes y realmente se va a desprender la puerta. Miro la habitación y me doy cuenta de que tiene una ventana lo suficientemente grande como para salir. Voy y la abro apresurada, miro fuera y no hay ni un alma rondando las calles; cuando se necesita ayuda no hay nadie a quien recurrir. 

Ayudo a Gustavo a levantarse, está en estado de shock y pesa una barbaridad. Él sigue temblando, y no se mantiene en pie por mucho tiempo. Lo dejo que se apoye en mí y lo llevo hasta la ventana, ahí comienza mi calvario. Se niega a salir por ella diciendo estupideces como: que es muy alto. ¿Cómo demonios va a ser alto, si apenas hay unos metros entre la ventana y el piso?; me siento una idiota escapando de una niña de cinco años. 

Logro que saque medio cuerpo pero, aunque sus piernas ya están fuera, se aferra al borde de la ventana para no salir. Estoy perdiendo la poca paciencia de la cual dispongo en estos momentos, tengo los nervios de punta, estoy asustada, aterrada y este idiota no quiere salir por la maldita ventana.  

Bendito sea Dios.  

Le golpeo los dedos hasta que se suelta del borde de la ventana y lo empujo. Escucho un sonido fuerte y pienso que a lo mejor si era demasiado alto, pero no recuerdo haber subido a un primer piso, creo que es una casa común y corriente. Me asomo a ver y se encuentra desorientado, intentando ponerse en pie. Es allí cuando caigo en cuenta de dónde provino el golpe.  

No tengo tiempo de salir por la ventana, ya que estoy en el piso saboreando mi sangre. Me aferro a las patas de la cama y Nina o, más bien, Danny me tira de la pierna con tanta fuerza, que me duelen los brazos. Me he partido el labio y repudio el sabor metálico de la sangre en mi boca. No aguanto más y me suelto. En menos de un minuto ya he atravesado la sala y no encuentro de dónde agarrarme. Nina o, más bien, Danny tiene una fuerza sobrehumana. ¡Qué ironía! tener que morir dos veces a manos de una niña de cinco años.  

Con el terror carcomiéndome los huesos, pataleo para intentar liberarme —algo que debí haber hecho antes —y creo que le di, porque me ha liberado. Me arrastro por el piso y me detengo cuando mi espalda se pega a la pared. Mi corazón está agitado, siento que me falta oxígeno. 

Ella se levanta despacio y tiene el labio partido. La he golpeado en la cara y me siento satisfecha, estamos a mano. Pero, después, la culpa me embarga porque no es sólo Danny, también es Nina y la he lastimado. 

Nos miramos por largos segundos, y después ella sale corriendo. No comprendo lo que sucede, aún estoy contra la pared. Ella abre la puerta y desaparece de mi campo visual. Me siento aliviada de que ya no esté; mi respiración vuelve a tomar su ritmo y el miedo se va disipando. Han pasado como cinco minutos y me doy cuenta de que no puedo dejar que se vaya, es el cuerpo de Nina en el que está. Me armo de valor y salgo de la casa.  

Gustavo está sentado en la acera. 

—¿A dónde se fue? —le pregunto.  

Él no responde sólo me señala la calle, y apenas y la distingo en la oscuridad. Mantengo un debate interno entre si perseguirla o esperar a que lleguen los chicos, y no entiendo por qué se han demorado tanto, ¿no se  
suponía que no me dejarían sola ni un instante? 
 

La calle está muy oscura. Me aterra tener que ir a perseguir a mi psicópata hermana muerta en el cuerpo de mi sobrina; no es como si fuera un lindo conejito blanco para correr tras él. Pero no puedo permitir que lastime a Nina, si no será Elena la que me torture el resto de mi vida. No lo pienso más y corro por donde creo que se fue. 

Cuando ya he recorrido una cuadra, me detengo. Estoy sin aliento y la garganta la tengo seca; los deportes no son lo mío. La he perdido. No la veo por ningún lado. El miedo y la desesperación amenazan con hacer de las suyas. Algo me golpea en la cabeza y caigo al suelo. Qué bueno, hoy ha sido el día en que me han visto cara de saco de boxeo. La cabeza me punza del dolor e intento levantarme, pero recibo otro golpe, esta vez, en la espalda. Me quejo del dolor cuando la escucho gritar. 

Alzo la vista, la veo desesperada con las manos en los oídos, con los ojos desorbitados y cambiantes, gritando como si la estuvieran torturando. Escucho mi nombre a lo lejos y grito para que sepan dónde estoy; estoy segura que son los chicos. 




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