Capítulo 1:
Tropiezos
Hoy, al igual que cada mañana, el tráfico está insoportable. La avenida Teherán se encuentra obstruida por vehículos de distintos, modelos y tamaños. Todos los días esta vía representa lo mismo, un completo desastre. Tengo un examen a primera hora y ya voy retrasada por culpa de esta bendita cola. A veces sueño con tener una moto en vez de un auto, sería la manera más rápida de evadir semejante caos y llegar a tiempo a todas mis clases.
Estoy por cumplir diecinueve años dentro de una semana y media, justo el día de nochebuena. Cada vez que esta fecha esta cerca, pienso en la familia, y lo desunidos que somos... muevo la cabeza de un lado para el otro para disipar esa línea de pensamientos y me planteo mantener la mente en blanco. No funciona. Un torbellino de emociones me acecha, y es justo lo que deseo evitar.
Mantengo las manos en el volante, impaciente…
No quedan muchos días para que finalice el año, así como tampoco para culminar mi quinto semestre de Letras en la Universidad Católica Andrés Bello. Es verdad, soy muy joven para estar cursando dicho semestre, pero salí del bachillerato a los diesiseis e inicié la universidad el mismo año. En lo personal, pienso que regalarse un descanso después del bachillerato sólo hace que las neuronas se enfríen, para luego retomar los estudios con mucha dificultad. Algunos lo logran, pero la gran mayoría no: hacen sus vidas, forman familia, tienen hijos y los estudios quedan de lado. Además, tuve mucho inconvenientes familiares que me hicieron salir de casa a esa edad. Quizás, la palabra indicada es huir de casa. Sí, así fue, hui.
Soy la menor de tres hermanos: Rodrigo, el mayor, es un vividor, nunca se casó, no término de estudiar y a sus treinta y seis años sigue viviendo con mi madre (y de su sueldo porque ni siquiera trabaja). No tengo la mejor de las relaciones con él, si nos hemos visto tres o cuato veces desde que me fui de casa hace tres años es mucho, y nuestra comunicación telefónica se limita a nada, no hablamos mucho. La relación con mi madre tampoco es la mejor. Con ella todo es muy compliado…
La segunda, Elena, es contadora y trabaja en un banco, tiene veintiocho años y es madre soltera con tres hijos: Manuel de diez años, Ema de siete y Nina de cinco. Se casó con el hombre a quien creía el amor de su vida, pero que terminó siendo su peor pesadilla ya que la maltrataba física y verbalmente. Y yo, la última de los tres, vivo sola en la parroquia La Vega, en una pequeña casa que heredé de mi tía Clara, quien falleció hace un año.
Estudio medio turno y trabajo el tiempo restante en una floristería que también era de mi tía. Ella no tuvo hijos por lo cual me dejó todos sus bienes. Dejé la casa de mi madre cuando comencé la universidad, pues los problemas entre nosotras eran cada vez más insostenibles, y mi tía fue quien me abrió las puertas.
Desde entonces, no la he visto. Cuando salí de la casa me gritó:
—¡Para mí ya estás muerta, al igual que tu hermana! Así es, mi hermana también se había ido de la casa por los problemas que sostenía con mi madre.
…El tráfico va avanzando de a poco pero no lo
suficiente, todavía sigo atrapada.
Bueno, en resumen: mi vida es la de una chica normal, estudio, trabajo, tengo dos únicos amigos incondicionales: Alexis Gomez y Amaia Blanco, quienes estudian Ingeniería informatica y Psicología,
respectivamente. Mi vida amorosa no es nada complicada, ante la inexistencia de un novio, nunca he sido buena para ese tema, por lo cual he llegado a pensar que el amor no se hizo para mí. No lo sé, quizá, algún día, el destino me depare algo bueno.
Cuando al fin me estaciono en el recinto universitario, corro directo al aula. Subo tres pisos sin detenerme, y cuando llego a la puerta tengo que sostenerme de la manija para poder controlar la respiración; subir las
escaleras de esa manera me ha dejado sin aliento. Cuando ya mi pulso y respiración se normalizan un poco, entro al aula.
La señora Aura, mi profesora de Filosofia y Estudios Literarios, portando su atuendo habitual: blusa blanca y pantalón de vestir negro, me mira de arriba abajo al
verme parada en la puerta.
—Buenas noches, Danna —dice con cinismo.
—Buenos días, profesora, ¿puedo pasar? —digo cruzando los dedos, esperando me permita presentar el examen.
Después de unos minutos, que para mí fueron eternos, dice:
—Claro, tienes menos de media hora para responder
la prueba.
¡Vaya! y tiene que recordármelo.
Voy hasta el final del salón donde se encuentra un asiento vacío. Dejo mi bolso en el piso y apresurada busco lápiz y borrador; ya la hoja de examen me esperaba en el pupitre. Por suerte las respuestas fluyen de mi mente con rapidez y alcanzo a responder toda la prueba, antes de que la profesora arrebate el examen de mis manos.
Me tomo un tiempo antes de salir del aula, ya que por hoy no tendré más clases, ni el resto de la semana. Esta era la última prueba por este año, lo cual constituye un gran alivio para mí: ahora tendré dos semanas y medias para descansar, dedicarme a la floristería y prepararme para finalizar el semestre en la incoporación de enero.
Ya estamos a mitad de diciembre y las fiestas navideñas también se me vienen encima, mi hermana Elena siempre viene con los niños a pasar la navidad conmigo. Ya quiero verlos.