Capítulo 8:
Funeral
Danna
El recibidor de mi casa parece una funeraria: los dos ataúdes están en el centro y hay coronas de flores regadas por todas partes. El ambiente es terriblemente sombrío; no sé cómo voy a dormir esta noche con dos féretros en mi sala.
Mis dos sobrinos se encuentran en un sillón pegado a la pared, que hace unas horas ocupaba el medio de la sala. Ambos están llorando y verlos así me parte el alma. Siento el mundo derrumbarse a mis pies, pero debo ser fuerte, por ellos…Pero, no lo soy. Apenas tengo 19 años y ahora con dos niños que cuidar, porque ¿quién más lo hará? No, no estoy segura de ser capaz, no estoy preparada para tanta responsabilidad.
Camino hacia ellos y Nina, al verme, se lanza a mis brazos. La sostengo con fuerza, me siento al lado de Manuel y él me abraza por la espalda. ¡Cuánto tiempo sin verlos, casi un mes! Y qué manera de reencontrarnos.
—¿Dónde están mamá y Ema? —pregunta Nina, con la inocencia de su niñez.
Manuel me mira devastado, a sus diez años ya entiende, perfectamente, el significado de la muerte. Pero, Nina es tan pequeña ¿cómo voy a explicarle que su madre y hermana jamás volverán?
Por suerte, Amaia aparece en el momento justo, se lleva a Nina y me deja sola con Manuel. Lo abrazo tan fuerte como puedo y ambos comenzamos a llorar. Al cabo de un rato Alexis se acerca para darme una humeante taza de café; no me gusta el café pero lo necesito, nada mejor que una buena droga para mantenerme lúcida.
Ya Manuel está dormido, la madre de Amaia tiende una manta sobre él, mientras que yo salgo con Alexis al frente de la casa.
—¿Cómo te sientes? —pregunta con cautela.
—No lo sé —digo con sinceridad.
En realidad no siento más que un vacío en el pecho, como si me hubieran sacado algo de allí. El dolor es algo que no se puede describir con palabras, es como una alarma en nuestro cuerpo indicando que algo anda mal, o que algo ha cambiado. En fin, intentar explicar esa sensación que me oprime el pecho, es como pretender tapar el sol con un dedo.
—No estás sola. ¿Lo sabes?
—Gracias por ser mi amigo.
Me da un beso en la frente, confirmando ser el hermano mayor que nunca tuve. Le doy una sonrisa, la mejor que puedo dar en estos momentos, agradeciendo su apoyo.
Me sorprende ver a tanta gente en la entrada de mi casa dispuesta a entrar. Algunos se acercan y me dan el pésame, pero no conozco a la gran mayoría. Otros son estudiantes de la universidad y, posiblemente, sus padres. A los que sí reconozco son a mis vecinos. Ya estuvimos en está misma situación hace año y medio.
Dejo que la multitud vaya pasando y me alejo hacia el otro lado de la calle, donde se encuentra Amaia con Nina que ríe a carcajadas, junto a otras personas que identifico de inmediato: son Cristal y esos dos chicos que estaban con ella en la universidad.
Amaia tuvo que haberles avisado, ahora que se mantiene en contacto con Thomas.
—¡Lograste tranquilizarla! —le digo a Amaia quien voltea al escucharme.
—Sí, aunque no fue nada fácil.
—Siento mucho la muerte de tu hermana y sobrina —dice Cristal.
Es extraño que este aquí, apenas y hemos cruzado un par de palabras en los últimos días.
—Yo también —digo con cierta ironía.
—¿Se quedará contigo? —pregunta el chico moreno, tomando a Nina en sus brazos.
—Ah… ¿tú eres, Thomas?
—Sí. Thomas Narvaez —me tiende la mano. La estrecho e intento sonreir, una línea delgada y algo forzada es lo que ofrecen mis labios.
—Y él es mi hermano Nick—se apresura a decir Cristal.
—Hola, Nick —lo saludo —y sí, soy la única familia que tienen.
—Pero, tienen un padre, ¿no? —pregunta Alexis.
Él sabe muy bien que si lo tienen.
—Si ese desgraciado pisa mi casa, le voy a descargar mi colección de cuchillos de cocina —les manifiesto con seriedad.
Si llegara a verlo, posiblemente lo haría de verdad. Aunque dudo ser capaz de semejante atrocidad, en mi mente parece algo muy factible en estos momentos.
—¿Y tus padres? —interviene Nick.
—Mi padre está muerto, y si mi madre no preocupo por ellos cuando Elena estaba vida, ¿ya para qué? Además, le dejé un mensaje y aún no me ha llamado.
No es que odie a mi madre, no podría. Pero tampoco puedo obviar el hecho de que jamás se ha preocupado por sus nietos, ni ayudar a mi hermana cuando más la necesitó.
Separarse de su esposo fue algo crucial en su vida y muy difícil de superar. Tenía tres hijos y estaba siendo maltratada por su marido; eso no es algo que sane de la noche a la mañana. Elena la necesitaba más que nunca, y mi madre, simplemente, la echó como si hubiese sido una cualquiera.
—Sí, tienes razón —coincidió Amaia.
—¿A qué hora es el entierro? —pregunta el chico intrigante de ojos azules, Nick.