Capítulo 6: Entre la Luz y la Oscuridad
Los créditos finales de "Amor entre Mundos" se deslizaban por la pantalla mientras las luces de la sala comenzaban a encenderse gradualmente. Elías parpadeó, regresando lentamente a la realidad después de dos horas donde lo único que había existido era la calidez de la mano de Luz entrelazada con la suya.
Seguían tomados de la mano.
Luz fue la primera en moverse, retirando sus dedos lentamente, casi con renuencia. La pérdida del contacto dejó la mano de Elías extrañamente vacía.
—¿Te gustó? —preguntó Elías mientras se ponían de pie, su voz saliendo más ronca de lo que pretendía.
Luz recogió su vaso—ahora vacío, la sangre consumida durante la película—y lo miró con una expresión que era difícil de descifrar en la luz creciente del cine.
—Más de lo que esperaba —admitió suavemente—. Aunque el final fue... optimista.
—¿Optimista?
—El humano y la criatura sobrenatural terminando juntos. Felices. Como si el amor fuera suficiente para superar todo lo demás. —Había algo melancólico en su voz—. La vida real no funciona así.
Elías quería argumentar, decir que quizá sí funcionaba así, que ellos eran prueba de que las cosas imposibles podían suceder. Pero las palabras se atascaron en su garganta mientras salían de la sala junto con las pocas personas que habían asistido a la función nocturna.
El vestíbulo del cine estaba casi vacío ahora. El empleado de dulcería bostezaba detrás del mostrador, limpiando maquinarias. Las luces de neón reflejaban en los pisos pulidos con una cualidad solitaria, casi melancólica.
Salieron a la noche. El aire fresco golpeó el rostro de Elías, refrescante después del ambiente cerrado del cine. La ciudad nocturna los rodeaba—farolas creando charcos de luz amarilla, el tráfico ocasional, el murmullo distante de vida urbana que nunca realmente dormía.
—¿Uber de regreso? —preguntó Elías, sacando su teléfono.
Luz negó con la cabeza.
—Prefiero caminar. Si no te importa.
—Para nada. —Elías guardó el teléfono, sintiendo una calidez expandirse en su pecho. Me gusta caminar.
Comenzaron a andar sin rumbo. No era el camino directo hacia el departamento de Elías—era la ruta larga, serpenteando por calles secundarias donde los árboles creaban sombra y luz, el ruido de la ciudad se atenuaba a un murmullo distante.
Caminaron en silencio durante varios minutos. No era incómodo, pero había un peso en el aire—cosas no dichas que presionaban contra ambos, exigiendo ser liberadas.
Finalmente, fue Luz quien rompió el silencio.
—Gracias. Por esta noche. Por... todo. —Hizo un gesto vago que abarcaba el cine, la sangre en el vaso; nadie en mi vida había hecho algo así por mí.
—No tienes que agradecer —respondió Elías—. Quería hacerlo. —Se detuvo, buscando las palabras correctas—. Quería pasar tiempo contigo. No por el pacto. No por la sangre. Solo... contigo.
Luz se detuvo en medio de la acera. Elías dio dos pasos más antes de darse cuenta y volverse hacia ella. Estaba parada bajo un árbol, las sombras de las hojas jugando sobre su rostro pálido, sus ojos plateados brillando con algo que podría haber sido miedo o esperanza o ambas cosas.
—Elías... ¿qué estamos haciendo?
La pregunta colgó en el aire entre ellos, desnuda y honesta.
—No lo sé —admitió él—. Pero sea lo que sea, no quiero que se detenga.
Luz cerró los ojos brevemente, como si estuviera luchando con algo interno. Cuando los abrió nuevamente, había una vulnerabilidad en ellos que raramente mostraba.
—Deberías querer que se detenga. Deberías... —Su voz se quebró ligeramente—. Soy peligrosa, Elías. No solo yo. Mi mundo. Grigoriy. Los otros clanes. Existen cosas ahí afuera que veran lo que tenemos—este pacto, esta conexión—y lo usarían. Te usarán.
—Entonces me proteges —dijo Elías simplemente—. Como prometiste.
—¿Y si no puedo? ¿Y si algo pasa que está fuera de mi control?
Elías dio un paso hacia ella, cerrando la distancia. Podía ver cada detalle de su rostro bajo la luz tenue—las pequeñas pecas apenas visibles en sus mejillas pálidas, la curva de sus labios, la forma en que su cabello negro enmarcaba su rostro como cortinas de seda.
—Entonces enfrentaremos eso cuando llegue. Pero no voy a alejarme de ti porque quizá algo malo podría pasar. —Extendió su mano, ofreciéndola—. He pasado veintiocho años jugando a lo seguro, Luz. Trabajo seguro. Rutina segura. Vida segura. Y era... vacío. Pero tu me has dado un sentido a mi vida, por primera vez, siento que tegno un valor agregado—nosotros—esto se siente real. Se siente importante.
Luz miró su mano extendida como si fuera algo precioso y aterrador al mismo tiempo.
—¿Qué somos? —preguntó en voz baja—. ¿Qué estamos haciendo realmente?
Elías sonrió, una sonrisa pequeña y honesta.
—Creo que estamos teniendo una cita. Una muy extraña, muy complicada cita entre un humano y una vampira. Y creo... —Su voz se suavizó—. Creo que me gustas mucho más de lo que probablemente debería.
El silencio que siguió era del tipo que contenía mundos enteros. Luz lo miraba con esos ojos antiguos que habían visto más de lo que él podría experimentar en diez vidas, y por un momento, Elías pensó que diría que no. Que esto era un error. Que retrocederían a la seguridad de su pacto transaccional donde la sangre se intercambiaba por protección y nada más.
Pero entonces, lentamente, Luz tomó su mano.
—A mí también —susurró—. Me gustas. Y eso me aterra más que cualquier cosa que haya enfrentado en ciento veinte años.
Algo se rompió en el pecho de Elías—una barrera que no sabía que había estado conteniendo todo este tiempo. Tiró suavemente de su mano, acercándola más. Luz vino sin resistencia, hasta que estuvieron de pie a centímetros de distancia.
—¿Por qué te aterra? —preguntó Elías en voz baja.
—Porque todos los que he amado han muerto. Mi familia. Mi hermano Pieter. Vi cómo envejecían mientras yo permanecía igual. Vi cómo me miraban con miedo, con tristeza, sabiendo que yo los sobreviviría a todos. —Su voz temblaba—. Y tú... tú eres humano. Mortal. Frágil. En un parpadeo—mi parpadeo—habrás envejecido y yo seguiré siendo esto. Siempre esto.
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Editado: 04.11.2025