Habían pasado cinco días desde la reunión del clan.
Cinco días de silencio absoluto desde que Grigoriy había entrado al territorio neutral para presentarse ante el Consejo de las Tres Lunas.
Cinco días sin noticias del él, sin mensajes, sin señales de vida—o de no-muerte, técnicamente.
Cinco días que se habían sentido como cinco siglos.
La mansión Grigoriev había caído en un estado de tensión suspendida. Nikolai organizaba patrullas constantes alrededor del perímetro. Natasha y Olga habían triplicado las defensas mágicas. Boris monitoreaba todas las frecuencias de comunicación vampírica, buscando cualquier rumor, cualquier susurro sobre lo que estaba sucediendo en esa cámara sellada donde los líderes de clan decidían el destino de uno de los suyos.
Pero no había nada. Solo silencio.
Y el silencio, Luz había aprendido en sus ciento veinte años, no traía nada bueno.
Debería haber estado en la mansión. Debería haber permanecido con su clan, esperando junto a ellos, preparándose para lo que fuera que viniera después. Eso es lo que se esperaba de ella. Eso es lo que Grigoriy habría ordenado.
Pero Grigoriy no estaba aquí para dar órdenes.
Y Luz... Luz había roto.
Era la noche del quinto día, y en el Café “LUZ DE LUNA” 10:45 PM marcaba el reloj colgado detras de la caja.
El café era uno de esos lugares que parecían existir fuera del tiempo—pequeño, con iluminación tenue de lámparas antiguas que creaban charcos de luz dorada sobre mesas de madera gastada. El olor a café recién molido mezclado con vainilla y canela llenaba el aire. En las paredes colgaban cuadros de artistas locales, y en una esquina, un tocadiscos vintage reproducía jazz suave que apenas era audible sobre el murmullo de conversaciones íntimas.
Era el tipo de lugar donde las parejas venían a esconderse del mundo por unas horas.
Elías estaba sentado en una mesa junto a la ventana, con una mochila negra con ocho unidades más de sangre en el suelo bajo la mesa, ya iba por su segundo café con leche enfriándose entre sus manos mientras observaba la calle vacía afuera. Cada cierto tiempo sus ojos se desviaban hacia su teléfono sobre la mesa, verificando en la pantalla negra, si hay algún mensaje o llamada por parte de Luz, el cual no llegaba.
Cinco días.
Desde aquella noche después del cine, desde ese beso interrumpido, que lo trae loco, desde que Luz había volado hacia la oscuridad con una promesa que resonaba cada vez más hueca: Volveré.
Pero no había vuelto.
Y Elías, que había intentado ser paciente, que había intentado entender que ella tenía responsabilidades en su mundo que él no podía comprender completamente, estaba comenzando a sentir algo por ella, peligroso, pero en el corazón no se manda.
Había ido al punto de encuentro habitual todas las noches. Había esperado en las sombras del callejón detrás del laboratorio. Había dejado la hielera con sangre—siete bolsas, luego ocho, luego diez—esperando encontrarla vacía al día siguiente como señal de que al menos estaba viva.
Pero la hielera permanecía llena. Intacta. Como si Luz hubiera dejado de existir completamente.
El miedo que había estado conteniendo durante días comenzaba a transformarse en algo más oscuro. ¿Y si algo le había pasado? ¿Y si ese Consejo había decidido castigarla a ella también? ¿Y si la orden de "deshacerse" del humano había llegado antes de lo esperado y alguien más del clan había...?
No. No podía pensar así. No podía—
La campana sobre la puerta del café tintineó suavemente.
Elías levantó la vista por reflejo, esperando ver a otro cliente nocturno buscando cafeína y soledad.
En cambio, vio a ella.
Luz estaba parada en la entrada del café, enmarcada por la luz tenue como una aparición. Llevaba un abrigo largo gris oscuro que reconoció de aquella noche—hace cinco días, solo cinco días, pero para Elías fue toda una vida—su cabello negro cayendo suelto sobre sus hombros, su piel pálida casi luminiscente bajo las lámparas antiguas.
Había algo diferente en ella.
La vio... cansada. Como si el peso de esos cinco días también la hubiera aplastado de formas que no debería ser posible para alguien inmortal.
Sus ojos plateados encontraron los suyos a través del café, y en ese momento, todo lo demás dejó de existir. Los otros clientes, el barista, la música de jazz, el mundo entero se desvaneció hasta que solo quedaron ellos dos, separados por diez metros de espacio que se sintieron como un abismo.
Luz caminó hacia él lentamente, como si cada paso requiriera una decisión consciente, como si estuviera rompiendo alguna regla fundamental del universo solo al estar aquí.
Se detuvo junto a su mesa, sus manos entrelazadas frente a ella—un gesto nervioso que parecía completamente humano.
—Hola —dijo en voz baja, casi tímida.
Elías se puso de pie tan rápido que su silla chirrió contra el piso, llamando la atención de algunos clientes cercanos. No le importó. Todo lo que veía era a Luz, aquí, real, intacta.
—Pensé que... —Su voz se quebró—. Pensé que algo te había pasado.
—Lo siento. —Sus ojos se llenaron de algo que podría haber sido culpa—. No debería haber desaparecido así... tenía órdenes de mantener distancia. De esperar. De...
No terminó la oración. No tuvo que hacerlo.
Elías extendió su mano hacia ella, un ofrecimiento silencioso. Luz miró esa mano como si fuera algo precioso y peligroso al mismo tiempo. Luego, después de una pausa que duró una eternidad, colocó la suya en ella.
Fría. Más fría de lo que recordaba. Como si los cinco días de separación la hubieran devuelto más profundamente a su naturaleza vampírica.
—Siéntate —dijo Elías suavemente, tirando de ella hacia la silla frente a la suya—. Por favor.
Luz obedeció, acomodándose en la silla con esa gracia sobrenatural que nunca podría pasar completamente por humana. Pero esta noche, había una rigidez en sus movimientos, como si estuviera conteniendo algo a punto de romperse.
#1545 en Fantasía
#819 en Personajes sobrenaturales
#5400 en Novela romántica
#1482 en Chick lit
Editado: 04.11.2025