Sangre Pactada

CAPITULO IX: ENCUENTROS EN PENUMBRA PARTE II

La reunión había durado doce días.

Doce días de argumentos circulares, acusaciones veladas, amenazas apenas contenidas, y negociaciones que se extendían hasta el amanecer y continuaban la noche siguiente sin descanso. La cámara subterránea del Consejo—neutral por diseño, supresora de poder por necesidad—se había convertido en una prisión de piedra donde tres líderes de clan debatían el destino de uno de ellos.

Grigoriy Domenic estaba de pie frente al semicírculo de tronos, su postura erguida y orgullosa a pesar del agotamiento que incluso un vampiro de trescientos años eventualmente sentía. No había dormido—los vampiros no necesitaban dormir, técnicamente, pero el descanso era reconfortante. Y no había habido consuelo en esta cámara.

Solo juicio.

Ekaterina Konstantin lo observaba desde su trono con esos ojos de hielo que habían visto caer imperios. A su lado, Dmitri—su propio Dmitri, quien Grigoriy había enviado como diplomático—se veía tenso pero controlado, sus manos cruzadas con elegancia forzada.

Brennan O'Sullivan estaba recostado en su trono con esa despreocupación estudiada que ocultaba una mente afilada como cuchilla. Pero sus ojos verdes brillaban con interés genuino mientras observaba el drama desarrollarse.

Viktor Konstantin, el rastreador que había encontrado el cuerpo estaba parado junto al trono de su señora como testigo silencioso. Su presencia era un recordatorio constante de la evidencia que no podía ser negada.

—Así que llegamos al final de esto —dijo Ekaterina finalmente, su voz cortando el silencio como cristal rompiéndose—. Doce días de deliberación. Doce días de escuchar argumentos de ambos lados. Y ahora, debemos votar.

Grigoriy sintió cómo cada músculo de su cuerpo se tensaba. Este era el momento. Después de todo—los argumentos de Dmitri sobre estabilidad política, las concesiones financieras que Katerina había calculado meticulosamente, las apelaciones a la razón y al pragmatismo—todo se reducía a esto.

Tres votos. Dos para condenar. Uno para absolver.

Su propio voto no contaba cuando él era el acusado.

—La acusación es clara —continuó Ekaterina—. Grigoriy Domenic cazó en territorio neutral sin autorización. Dejó un cadáver expuesto. Violó el Pacto de las Tres Lunas, Artículo Tres, Sección Dos. —Sus ojos se entrecerraron—. La pregunta es: ¿merece esto eliminación? ¿O hay circunstancias atenuantes?

Brennan habló primero, su acento irlandés más pronunciado cuando estaba considerando algo serio.

—Mira, no voy a fingir que me importa mucho el Pacto. Todos sabemos que está desactualizado. Las restricciones territoriales son una mierda cuando la población humana sigue creciendo y nuestro acceso a alimentación sigue disminuyendo. —Se encogió de hombros—. Grigoriy hizo lo que cualquiera de nosotros habría hecho eventualmente: comió cuando tenía hambre. La diferencia es que lo atraparon.

Ekaterina le lanzó una mirada gélida.

—El Pacto no está "desactualizado". Es lo único que nos mantiene ocultos. Lo único que previene que cazadores organizados nos eliminen clan por clan.

—Cazadores organizados —repitió Brennan con una risa—. Katya, los humanos ni siquiera creen en nosotros ya. Somos leyendas. Películas. Disfraces de Halloween. Podríamos caminar por la calle con colmillos expuestos y pensarían que es maquillaje especial.

—Hasta que uno de ellos grabe un video —contraatacó Ekaterina—. Hasta que una muerte drenada se vuelva viral. Hasta que los gobiernos comiencen a investigar. ¿Y entonces qué? ¿Crees que tu clan puede sobrevivir escrutinio militar moderno?

Brennan no respondió. Ambos sabían la respuesta.

Dmitri, sentado entre ambos líderes, habló con esa voz suave y diplomática que había perfeccionado en doscientos sesenta años.

—Entonces estamos de acuerdo en que el Pacto sirve un propósito, incluso si es imperfecto. La pregunta real es: ¿ejecutar a Grigoriy fortalece el Pacto o lo debilita?

—Lo fortalece —dijo Ekaterina inmediatamente—. Envía un mensaje claro: nadie está por encima de las leyes. Ni siquiera un líder de trescientos años.

—O lo debilita —contraatacó Dmitri—. Porque eliminar a un líder crea un vacío de poder. El Clan Grigoriev se desestabilizaría. Habría luchas internas por el liderazgo. Quizá incluso fragmentación. Y clanes fragmentados son clanes débiles. Clanes débiles atraen ataques de clanes más fuertes. —Hizo una pausa significativa—. Ataques que podrían escalar a conflictos abiertos. Conflictos que definitivamente expondrían nuestra existencia.

Era un buen argumento. Grigoriy se sintió orgulloso de su teniente por un breve momento.

Ekaterina consideró esto en silencio. Finalmente, se volvió hacia Viktor.

—Rastreador. Dame tu evaluación profesional. ¿El Conde representa un riesgo continuo?

Viktor dio un paso adelante, sus movimientos precisos y controlados.

—El hambre que llevó al Conde a cazar fue real. La necesidad fue genuina. —Su voz era neutral, carente de juicio—. Sin embargo, su capacidad de control está claramente comprometida. Si las restricciones actuales continúan, es probable que vuelva a cazar. Y la próxima vez, podría no ser tan... discreto.

—¿Entonces recomiendes eliminación? —preguntó Ekaterina.

—Recomiendo supervisión —respondió Viktor—. Restricciones más estrictas. Quizá asignación de territorio adicional para caza controlada. Pero eliminación... —vaciló—. Eliminación crea más problemas de los que resuelve.

Incluso Viktor, pensó Grigoriy con sorpresa, está abogando por misericordia. El mundo realmente ha cambiado.

Brennan aplaudió lentamente, su sonrisa ampliándose.

—Ahí lo tienen. Incluso el perro rastreador de Katya dice que no lo maten. —Se puso de pie, estirándose como un gato—. Mi voto: absolución con condiciones. Grigoriy mantiene su posición, acepta supervisión trimestral y territorio de caza ampliado. Todos ganamos.

Ekaterina permaneció en silencio por un largo momento. Grigoriy podía ver el cálculo detrás de sus ojos—sopesando opciones, anticipando consecuencias, siempre tres movimientos adelante.




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