Sangre Pactada

CAPITULO XV: NUEVOS COMIENZOS

La casa estaba construida en una colina a las afueras de la ciudad, en un lugar donde se sentía la tranquilidad. No era un castillo vampírico, obscuro y laberíntico como las sedes antiguas de los clanes. Era blanca, moderna, con enormes ventanales que permitían que tanto la luz del día como la de la luna entraran sin restricción. Porque Luz y Elías ya no necesitaban ocultarse de ninguno de los dos.

El jardín estaba lleno de flores que florecían tanto al amanecer como al anochecer. Grigoriy había insistido en plantarlas personalmente, como acto de reconciliación. Luz nunca olvidaría la imagen de su padre, siglos de antigüedad, de rodillas en la tierra, con las manos manchadas de barro, plantando flores para la futura generación.

Esa mañana, cuando el sol salió sobre las montañas, la casa entera pareció despertar con él.

Luz estaba en la habitación principal, sentada en la cama con una almohada de plumas que Elías había comprado en tianguis cerca del centro bienestar. Llevaba un camisón de seda blanco que contrastaba hermosamente con su piel clara. Su cabello caía en ondas sobre los hombros, y sus ojos grises—ahora con destellos dorados permanentes—brillaban con una felicidad que parecía desbordar.

En sus brazos, dos bebés dormían profundamente.

La niña tenía el cabello de Luz: oscuro como la medianoche, pero con hilos de oro que atrapaban la luz del amanecer. Sus ojos, cuando estaban abiertos, eran de un gris puro sin contaminación. Pura luz.

El niño era la imagen de Elías en miniatura. Cabello castaño claro, piel casi translúcida, con pequeñas venas de plata visible bajo la piel delgada. Cuando dormía, su rostro tenía la serenidad de alguien que sabía, incluso en el útero, que sería amado.

Elías entró silenciosamente por la puerta, cargando dos tazas de té de hierbas. Luz había estado bebiendo esto regularmente durante el embarazo—una receta de la abuela de Tomás, quien al enterarse de que la primera Bifronte embarazada existía, había aparecido en la puerta del departamento antes de que se mudaran en la actual casa; con frascos de hierbas curativas y la determinación de una mujer que no permitiría que la medicina moderna saboteara un milagro.

Se sentó junto a Luz, cuidadosamente, como si el colchón fuera sagrado. Porque lo era.

—¿Cómo te sientes? —preguntó en voz baja.

Luz se recostó contra él, con cuidado de no despertar a los gemelos.

—Como si acabara de dar a luz a dos estrellas —respondió, con una sonrisa que le iluminaba todo el rostro—. ¿Es normal sentir este nivel de felicidad? Siento que voy a explotar.

Elías besó su frente.

—Eres una Heredera. Eres una Custodio. Eres una Bifronte. Eres una madre. Creo que explosiones de felicidad están completamente justificadas.

Los bebés se movieron casi simultáneamente. La niña bostezó, mostrando una boca pequeñita. El niño abrió un ojo, buscando instintivamente a su madre. Luz se acomodó, preparándose para la alimentación de la mañana.

Mientras los bebés buscaban el pecho con ese instinto primitivo y biológico. Elías permanecía inmóvil en el umbral de la habitación, cada músculo de su cuerpo tenso bajo la piel pálida. Sus ojos—uno oscuro como la medianoche, el otro plateado como la luna—reflejaban una expresión de total asombro que había trascendido la sorpresa ordinaria para adentrarse en territorio inexplorado del desconcierto absoluto.

Llevaban juntos dos años. Una eternidad en términos románticos humanos, esa frágil medida de tiempo donde las promesas se hacen y se rompen como vidrio. Pero para alguien como él, criatura de siglos y milenios, dos años no eran más que un pestañeo—un parpadeo en la vasta oscuridad vampírica donde el tiempo se movía en eras geológicas, no en estaciones. Y aun así, en ese brevísimo lapso, su pareja había hecho lo imposible.

Un Bifronte podía reproducirse.

La frase resonaba en su mente una y otra vez, reverberando como campanas en una catedral vacía. Los Bifrontes no eran simples vampiros; eran anomalías vivientes, aberraciones bendecidas o malditas según la perspectiva. Portaban en sí mismos dos naturalezas irreconciliables, dos almas retorciéndose en un mismo cuerpo, dos caminos enfrentados que de alguna manera habían aprendido a coexistir. Se suponía que eran estériles, congelados en su naturaleza contradictoria, incapaces de propagar esa dualidad que los hacía tan singulares, tan peligrosos.

Se suponía.

Elías sintió cómo el mundo se reordenaba bajo sus pies. No físicamente, pero la percepción—esa capacidad vampírica de sentir los cambios sutiles en el tejido de la realidad—le gritaba que algo fundamental había cambiado en el mundo. Algo que no podía ser deshecho.

Eso significaba que el futuro no solo era posible. Era inevitable. Ineludible como la medianoche, como el hambre, como la eternidad misma que lo acechaba. Porque si uno podía, entonces otros podrían. Y si otros lo descubrían... La dinastía de los Bifrontes no era ya una fantasía imposible.

Pero una pregunta aún permanecía en las profundidades de su mente, espinosa y tentadora: ¿qué serían estos hijos? ¿Serían herederos de la dualidad, cargando en sus venas la misma contradicción bendita que los hacía a él y a su pareja prácticamente invencibles? ¿Evolucionarían más allá de lo que sus padres eran, tallados por una naturaleza que aún no comprendían completamente?

¿Acaso serían más poderosos que ellos?

Elías observó cómo los pequeños se aferraban, cómo su pareja los arrullaba con ese instinto maternal que parecía vencer incluso la frialdad vampírica. En aquellos rostros diminutos, en aquellas formas frágiles y milagrosas, dormía un potencial que quizá ni siquiera podía medir. El tiempo lo diría. El tiempo, que para los vampiros era abundante, infinito, implacable y para los humanos solo un momento que concluye en un abrir y cerrar de ojos.

Y mientras esperaba a que los años desvelaran sus secretos, Elías supo que su mundo —y el mundo de todos los seres de la noche— acababa de cambiar para siempre.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.