Sangre púrpura

Capítulo 3. Descubriendo la verdad oculta

Siento pinchazos en la espalda, como si me hubiera clavado algo. Todo a mi alrededor da vueltas y encima está borroso. Al tocarme la zona dolorida, extraigo una pluma de llave con un cifrado en forma de S, o eso creo distinguir. Está afilada y cubierta de mi sangre.

Por otra parte, encuentro a la pelirroja de rodillas en el suelo, a mi lado, agarrándose la mano y mordiéndose el labio inferior aguantando un grito, ella tiene herida la mano con la otra parte de la llave. Ahora puedo verlo más claro, creo que me he caído sobre ella. Su burra le lame la cara.

Me levanto despacio. Me encuentro en el bosque, sin embargo, las hojas de las hayas que me rodean, la hierba, la propia tierra son púrpuras, si no fuera porque el cielo permanece azul pensaría que me he transportado a otro mundo.

Siento cosquillas en la espalda y al mirar detrás de mí, descubro la grieta. Nunca la había visto antes en persona, pero no tengo dudas de que lo es. Es una abertura alargada e irregular suspendida en el aire, con un distintivo brillo púrpura y un borde reluciente de metal de ormuto. Ningún cuerpo más grueso que el canto de una moneda puede introducirse por su hendidura. Al observarla de lado, su delgadez es comparable a la de un ala de mariposa, y tanto por delante como por detrás revela la misma perspectiva intrigante.

Cruzo mis ojos con los de la vendedora, que esta vez ostentan un tono púrpura intenso. El dolor pulsa en mi cabeza; debo estar viendo mal. Observo sus venas del cuello hinchadas y su ceño fruncido, como si estuviera a punto de explotar. Se levanta con brusquedad y me señala con el dedo, estoy en un gran problema.

—¡Tú! ¡Has destrozado mi llave y me he cortado por tu culpa! Estaba a punto de abrir la grieta. Iba a conquistar este reino con mis ejércitos y exiliar a los humanos, y tú lo has arruinado.

—¿Lo siento? —murmuro confuso, sin comprender nada.

—¿Es lo único que se te ocurre después de asolar mi sueño? Dame la parte que me falta de la llave.

Extiende su mano revelando la cabeza de la llave manchada con su sangre púrpura. Me recuerda a algo, pero soy incapaz de recordar a qué después del golpe que me he debido dar. Con mano temblorosa, le muestro mi parte de la llave, teñida de rojo por mi propia sangre.

La vendedora se queda muda. Lágrimas negras comienzan a brotar de sus ojos, desafiando la gravedad al elevarse y unirse en una esfera flotante de líquido oscuro en el aire. Mientras que su cuerpo se desploma en el suelo.

La esfera se extiende, tomando la forma de una figura femenina delgada, de un negro profundo y brillante como la tinta fresca en una página recién escrita. Su cuerpo fluye conteniendo un firmamento de pequeñas luces parpadeantes que danzan en su interior antes de disolverse y formar nuevas. Su cabellera fluida se desliza en cascada hasta tocar sus pies. Y en su delicado rostro se manifiesta un único ojo púrpura de pupila rasgada que mueve hacia un lateral de su cara, ocultando el perfil opuesto con un mechón de cabello.

Retrocedo con las piernas temblando. Acabo de frustrar los planes del Sangre Púrpura por accidente y me he ganado una enemiga sobrenatural. ¿No podía terminar el día sin alterar el destino del reino entero? Tenía que haberme quedado en mi cuarto. Siento que me abandonan las fuerzas.

—Ni se te ocurra desmayarte, humano —dice con una voz tan grave como aguda a la vez, como si se superpusieran dos voces distintas al mismo tiempo, me da escalofríos—. Que todavía no has soltado tu parte de la llave.

—Puedes hablar…

—Sí, es lo que he estado haciendo hasta ahora. ¿El golpe te ha dejado tarado o qué?

El mal personificado chasquea los dedos justo delante de mi rostro y después extiende ambas manos cuestionándome cuántos dedos veo.

—Uno, dos, tres, cuatro…

—No sé para qué pregunto —responde ocultando sus manos a la espalda—. Del golpe te has quedado anormal. Quizás, si te lanzo desde una altura mayor se pueda arreglar.

—No, no, no, estoy bien. Muy bien. De maravilla. Solo estaba asimilando la situación.

Dejo mi mitad de la llave en el suelo y retrocedo entumecido. Ella toma la parte que he depositado. Necesito advertirle a Henry, pero ella se interpone en mi camino.

—Tú no te vas a ninguna parte, humano. Quiero tu sangre.

Retrocedo aún más. La burra rebuzna, acercándose como si pretendiera detenerme, pero la eludo y me encamino corriendo en busca de la salida del bosque. Ha de hallarse en alguna parte. ¿A qué rumbo me encamino? Me parece vislumbrar los mismos robles una y otra vez. Debo advertir a mi hermano ya. Tan solo una vez me aventuré en este bosque, hace años, y juré no regresar jamás. No quiero que se vuelva a repetir aquello, ni siquiera quiero recordarlo.

Miro alrededor, no diviso a la vendedora, parece que no me persigue, pero no confío en ella. Continuo sin descanso. No hay tiempo para tomar aliento; debo escapar. El bosque está infestado de entes como una plaga. Escucho pájaros trinar, jabalíes y osos gruñir, pero son esos seres fingiendo normalidad.

Al final, encuentro la salida al pueblo y, del propio terror, en un parpadeo alcanzo mi casa.

Mis padres preparan la mesa para la cena y me observan con extrañeza mientras cierro y atranco la puerta con un armario. Estoy sin aliento y no puedo explicarles nada. Busco a Henry en la cocina, donde está cortando chorizo y le hago señas para comunicarme.




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