Sangre Púrpura

Capítulo 6. La ciudad flotante del lago

Tras pasar el día cabalgando, en el más absoluto silencio por supuesto, nos detenemos para pasar la segunda noche juntos cerca de un camino de tierra con destino a Ambrosía, junto al bosque de fresnos bañados por la luz de la luna llena. Al otro lado del camino, suena el leve zumbido del tren sobre las vías magnéticas. Avanza como una bala alargada, un destello plateado que corta el aire a su paso. Había leído sobre él en los periódicos como el invento que sustituirá a los trenes de vapor, pero la controversia ha estado presente desde que se inauguró por el supuesto uso de magia en su creación. A pesar de ello, todavía recorre el camino entre las ciudades, imparable. Sería más rápido viajar en él, pero Violet lleva objetos ilegales en la bolsa de cuero y podrían arrestarnos si nos descubren, así que me tengo que olvidar de la idea.

Recogemos algunas ramitas para hacer una fogata y al menos cenar con una llama que nos caliente. Con dos piedras en las manos, Violet logra encender una chispa entre la madera. Sopla con cuidado, avivando el fuego hasta que la llama crece y toma fuerza.

La lengua de fuego, gracias a Dios, nos separa como una barrera impenetrable. Así sí puedo cenar tranquilo. Me siento cerca de la hoguera y rebusco en mi bolsa de cuero por algo de comer. Mis dedos encuentran una barra entera de chorizo. Huele a sabroso pimentón. No me puedo resistir, pero antes de dar un mordisco me fijo en Violet. No debo bajar la guardia.

Ella vacía su bolsa de cuero, ignorándome, parece que está buscando algo y no lo encuentra. Mientras murmura sobre el mapa perdido, coloca a su izquierda un espejo, una copa, una bandeja y unos anillos, todos de ormuto. Tengo curiosidad por lo que pueden hacer, sobre todo los últimos.

—¿Estás casada? —pregunto con curiosidad dando un mordisco al chorizo.

Ella levanta la vista de la bolsa con una rapidez inaudita, tomando un momento para procesar mi pregunta antes de responder.

—No. Ni lo he estado nunca ni lo estaré jamás. Además, eres mi enemigo, no deberías interesarte en mí.

—Solo me intrigaba porque tenías unos anillos de matrimonio. No lo malinterpretes.

—¿Malinterpretar, dices? ¿Y si yo te preguntará de la nada si tienes prometida?¿Qué pensarías?

—Bien, puede parecer un tanto sospechoso, pero solo me interesaba por los objetos mágicos. ¿De dónde has sacado tantos y que hacen?

—Cómpramelos y te lo digo. Son 30.000 daeles.

Levanto las cejas y abro los ojos de par en par al escucharlo.

—Tentador, pero declino la oferta.

—Valía la pena intentarlo.

Ella persiste rebuscando en la bolsa hasta que una sonrisa se dibuja en su rostro; parece que ha encontrado lo que quería. Y lo que extrae del fondo es una gallina por el cuello. Ignoro cuándo la ha robado y a quién, pero me quedo horrorizado. Pobre animal.

De repente, la gallina despierta de su letargo y pica la mano de Violet para liberarse.

—¡Vuelve, Miss Cena, vuelve! —suplica Violet, persiguiendo a la gallina.

—No deberías tratar así a un animal inocente.

La gallina desorientada esquiva a Violet con gracia y continúa su huida en círculos, desorientada. Aun así, con su torpe andar, logra evadirse de la pelirroja.

—¿De dónde crees que proviene el chorizo que te estás comiendo? —pregunta Violet, haciendo un breve descanso.

—De un cerdo —respondo con la boca llena.

—Para ser precisos, de las entrañas de un cerdo. No me vengas con lecciones de moralidad, humano. Sois unos hipócritas.

Observo por un instante el chorizo que sostengo antes de darle otro mordisco. Detesto que tenga razón.

Violet, al final, atrapa a la gallina por la pata. La burra se para enfrente de la gallina y deja caer sus lágrimas negras y se revela como una criatura de cuatro patas y un único ojo grisáceo sobre su alargado hocico. La gallina se asusta y cae muerta de un infarto. Con certeza, ya sí que está muerta; me da lástima. Y yo casi también, pues no solo estoy acompañando a un ente, sino a dos. Debí suponerlo.

—¡Las dos sois unos monstruos sin corazón! —exclamo.

—Como si los humanos fueseis inocentes —replica la pelirroja.

—No todos somos tan horribles como crees. Tenemos cosas buenas.

—Y lo dice el que estaba en un callejón evitando a todos para quedarse solo con varios trozos de papel pegados a una tapa. Si tanta esperanza le tienes a tu especie, ¿por qué te alejas de ella? Ni siquiera tú mismo crees en lo que predicas.

Me abstengo de seguir discutiendo y termino de comerme el chorizo. Violet agradece a la burra por la ayuda.

Violet lanza al aire una moneda de ormuto que, al girar, brilla y transforma una rama cercana en una pequeña olla de hierro ennegrecido. Con ella debió cambiarle la carabina al guardia.

—Con eso debes conseguir los objetos mágicos que vendes.

—No, créeme que lo he intentado —replica ella, dejando escapar un suspiro algo impaciente—, pero con la Moneda del Trueque, por desgracia, no puedo intercambiar objetos que contengan magia. Lo pone bien claro en el canto.

Me muestra la moneda. Tiene inscrito un mensaje diminuto en una lengua extraña. Al observar con atención, distingo una letra estilizada, fina, enrevesada como su dueña; no comprendo nada, como era de esperarse. Sin embargo, reconozco el alfabeto: también está grabado en el broche de mi hermano.




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