Sangre Púrpura

Capítulo 9. Encerrados

Nos han encerrado en la comisaría del distrito oeste, en una celda diminuta después de requisarnos todo lo mágico que portábamos encima. Las paredes agrietadas, el aire húmedo y frío, y el olor a moho, me transportan a una pesadilla. Soy inocente y aquí me encuentro, compartiendo un reducido banquito entre Zane y Violet, como la única barrera que evita una guerra entre ellos.

Contemplo con tedio los patrones geométricos que la escasa luz, filtrándose por los barrotes de una ventanilla miserable, dibuja sobre el suelo desgastado.

En cambio, Violet se ha dormido como si no le preocupara la reclusión, o como si estuviera acostumbrada a ella. No estoy seguro de cuál opción es más probable. Zane, por su parte, marca el primer día sobre la pared con una piedra.

Aprovecho para acercarme a él. Parece que conoce a la pelirroja y puede sacarme de muchas dudas, entre ellas la más importante, ¿por qué quiere exiliar a los humanos y dominar el reino? Quizá, si logro entender sus razones, pueda evitar que lo lleve a cabo… o al menos comprenderla.

—Zane, ¿tú sabes por qué ella odia a la humanidad?

—Es obvio, niño, porque la gente es estúpida por naturaleza.

—Me llamo Arturo y no, no lo es.

Zane me señala al guardia con bigote que nos vigila desde su escritorio. Se le cae una galleta al suelo, la recoge sin prisa, le sopla las pelusas y se la vuelve a llevar a la boca de dónde había salido.

—No todo el mundo —corrijo.

—La humanidad es una plaga de estupidez, Arturo. Ella tiene muchas razones para odiarlos, lo extraño es que tú no las tengas.

No me puedo creer que Zane y Violet compartan ideas. Pensaba que eran polos opuestos, pero ahora… no sé si debería preocuparme.

Y de pronto irrumpen los mugidos de una vaca a la entrada de la comisaría. El guardia del bigote se acerca a la entrada y, con la mirada de quien ha presenciado innumerables sucesos peculiares como para extrañarse por uno más, deja pasar a la vaca, un cerdo, una gallina y un asno. La granja se ha reunido para denunciarnos. Nunca imaginé que vería algo así.

La vaca testifica frente al guardia en pie, a dos patas, haciendo aspavientos con las delanteras y mugiendo como si la vida le fuera en ello. Pata para arriba, pata para abajo. En lugar de explicar que ha bebido una pócima parece que está bailando una danza de celebración hacia la locura. La misma que me va a tocar aprender a este paso.

El guardia frunce el ceño intentando comprender algo, y de pronto, la gallina trata de explicarse también mezclando sus cacareos con los mugidos. Mientras el cerdo se revuelca en el suelo, que parece ser su única opción en situaciones de crisis, y el asno se come los documentos de la mesa para…yo ya no sé ni para qué.

El guardia intenta salvar sus documentos, pero la gallina le salta sobre la cabeza y le pone un huevo encima. Al lanzar el huevo atina al cerdo y este, nervioso, empuja al guardia quien se cae al suelo de espaldas. Que esté forcejeando con el aire, tratando de ponerse en pie como una tortuga, me saca una leve sonrisa.

En este punto, con el jaleo que se debe escuchar hasta en la calle, no entiendo como Violet puede seguir durmiendo. Zane, en cambio, parece un niño ilusionado mirando una comedia.

—¡No soy granjero! —exclama el guardia todavía tirado en el suelo, agitando los brazos—. ¡Fuera de aquí! Testificad mañana cuando dejéis de comportaros como animales .¡Fuera! ¡Maldita paciencia!

Los animales se ven obligados a irse fuera uno detrás de otro, con las cabezas bien altas como si todavía pudieran presumir de orgullo.

El hombre, ahora con más calma, logra incorporarse con un crujido en la espalda que le obliga a sentarse con premura en un taburete cercano, pero este se aparta, haciéndole caer de nuevo de espaldas al suelo, y sale corriendo hacia la salida. Tanto él como Zane y yo nos quedamos perplejos ante la repentina huida de un trozo de madera. Lo mismo sucedió en la tienda de Halley. Tiene que ser el mismo taburete.

Pero ahora solo me importa conocer más de Violet y Zane es mi oportunidad para conseguirlo. Por lo que ignoro el tema del taburete y me centro en preguntar:

—¿De qué conoces a Violet?

—La encontré hace unos años, era una pequeña salvaje que hablaba una lengua extranjera y no sabía ni caminar sin tropezarse. La llevé a un orfanato para que allí la cuidarán, pero mordió a un niño que la había empujado y la expulsaron. Entonces ella regresó a mí y me tomó de la mano como si no hubiera intentado abandonarla y… en ese instante me di cuenta de que estuve a punto de repetir lo que mis padres hicieron conmigo, y no quería ser como ellos. Por lo que la adopté como mi hermana pequeña.

Estoy sin palabras. ¿Es su hermana? Nunca hubiera concebido que un monstruo con un terrible desdén hacia la humanidad pudiera tener familia humana, aunque sea adoptada.

—¿Y cómo es que ahora casi ni cruzáis palabra?

—Se alejó de mí cuando cumplió los 18, sin ofrecerme explicación alguna, solo partió. Desde entonces hemos coincidido algunas veces en otras ciudades y de un modo u otro siempre acabamos compitiendo. Y para una vez que intento apartarla de mí antes de que me meta en problemas, tú propones competir por el territorio.

—Podrías haberte negado.

—No me podía resistir a intentar superarla. Si ella hubiera perdido quizá hubiera cedido y me habría confesado que hice para que se marchara…




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