Sangre Púrpura

Capítulo 10. El bueno, el mendigo y ¿Medusa?

Hace unos días que no abandonamos la posada, aguardando a que el alboroto que armamos en la plaza se olvide. Cada mañana me he despertado descubriendo a Violet en distintas posturas sobre la cama. En la ocasión de hoy, ha colocado sus piernas en alto contra la pared. Ni cuando sueña deja de desconcertarme.

La falda de su camisón está caída hacia ella y expone las piernas hasta los muslos. Es la primera mujer que veo en esta tesitura, es raro que muestren sus tobillos, algunos dirían que es indecente e inapropiado para una dama, así que ver hasta sus muslos me avergüenza y seduce a partes iguales. No puedo dejar de mirar. Pero enseguida recuerdo que es un monstruo y aparto la mirada con repulsión.

Dirijo mis ojos hacia la entrada y percibo que han deslizado una carta bajo la puerta; puede que haya sido Enzo. Me incorporo para recogerla, y al examinarla, confirmo que el sobre tiene la letra de mi hermano. No hay ni un atisbo de la letra de mis padres. Aunque no me sorprende, no soy el elegido. Aún así, la leo con atención:

Notte, 10 de septiembre de 1893.

Hermanito, ¿cómo te encuentras? Confío en que te halles bien. Tengo un asunto que contarte, no debería porque mamá me ha dicho que no te lo cuente, pero creo que debes saberlo. Resulta que mamá ha arrendado tu habitación para obtener unos ingresos adicionales.

Papá le advirtió que no lo hiciera sin tu consentimiento, pero sus palabras han caído en saco roto. Por desgracia, mis intentos de persuasión tampoco han surtido efecto. Lo siento.

En cuanto a todo lo que nos contaste sobre Ambrosía, papá y yo anhelamos viajar a la ciudad para ver los avances que nos relataste. Sin embargo, a mamá le parecen demoníacos, así que nos quedamos en el pueblo. Pero aquí estamos bien. No te angusties por nosotros.

Por cierto, compartí con los sabios el incidente con ese ente monstruoso que asaltó nuestra casa. Les pareció peculiar, dado que nunca antes habíamos sido atacados de manera tan directa. Luego, al enterarse de tu partida al día siguiente, surgieron sospechas entre ellos. Consideran demasiado casual que coincidan ambos hechos y especulan sobre tu posible implicación con el ataque. Por supuesto pienso que es absurdo. Ni que atrajeses a los entes. Siempre ha habido épocas de mayores ataques y de menos, lo sabes bien. En todo caso estaré atento a cualquier nuevo ataque.

En verdad, no hay mucho más que relatar en este momento. Espero con interés conocer las nuevas de tu parte.

Un abrazo.

Henry.

Mi madre y sus peculiares ideas, prefiero mantenerme al margen de ellas, pues temo que el estrés me haga perder el cabello a los 18 años. Por otra parte, los sabios se entrometen demasiado. Se percatan de mi partida, pero parecen ignorar la presencia de Violet la noche del ataque. Deberían dirigir sus sospechas hacia ella y no hacia mí. Es injusto.

Por el momento, escribo la respuesta a mi familia y se la entrego a Enzo para que la envíe. Al regresar al cuarto Violet me sobresalta:

—¡No, gallina, perdóname! ¡Deja de perseguirme!

Todavía continúa con los ojos cerrados, retorciéndose sobre la cama, como si le asaltaran los remordimientos. Podría dejarla sufrir con su pesadilla o compadecerme de ella y despertarla. Me cruzo de brazos, deleitándome en la primera opción, pero su desesperación por librarse de una gallina imaginaria termina por conmover mi corazón y decido despertarla. No soy capaz de ver sufrir a nadie, ni siquiera a mi enemiga.

Con la mayor delicadeza, decido despertarla posando mi mano sobre su hombro. Soy consciente de que no quería que la tocara y, a decir verdad, tampoco es de mi preferencia hacerlo. Sin embargo, no encuentro otra forma de ayudarla.

Ella se sobresalta y lanza la almohada en mi dirección. Por suerte, reacciono rápido y me agacho para esquivar el golpe. Miro hacia arriba y veo a Violet sentada en la cama, con los ojos muy abiertos y respirando con dificultad.

—Acercarse a ti es un peligro, pelirroja. Casi me das por accidente.

—No, fallé.

Frunzo el ceño ante su respuesta. No sé ni para qué me preocupo por ella. Solo quiere provocarme. Le encanta hacerme sufrir.

Más tarde, me sugiere que nos dirijamos a la plaza, asegurándome que en esta ocasión lograremos vender algo sin percances. Cosa que pongo en duda. Sin embargo, es necesario que lo hagamos si queremos continuar costeando nuestra habitación. Aunque al bajar a desayunar y encontrar a Enzo persiguiendo a escobazos a unas cucarachas nos hace replantearnos si merece la pena.

Violet y yo nos ponemos de acuerdo en desayunar más tarde, mientras nos dirigimos a la plaza a mezclarnos con los puestos.

Violet dispone la manta en el suelo con los objetos y se acomoda en la esquina más alejada de mí. Aún desconozco la función de cada uno. La bandeja, por ejemplo, no parece tener nada de extraordinario. Lo mismo ocurre con el espejo y la copa, que parecen comunes y corrientes. Si no fuesen de ormuto, no se diferenciarían del resto de su tipo.

Tomo la copa y, para mi sorpresa, se llena de vino de la nada. Violet se aproxima un instante, me la arrebata de las manos y la recoloca en su lugar.

—Es la Copa Deshidratadora. Cada sorbo que tomes de ella estarás más cerca de la muerte. Así que no toques nada, humano.

Asiento, habiendo comprendido la advertencia. Y de repente, siento un gruñido en mi estómago; a ella le suena del mismo modo. Dirijo la mirada a la bandeja y descubro que de ella emergen manjares como el queso curado o el pan que desprende un olor a recién hecho. Se me hace agua la boca. Comer un poco no me sentará mal. Sin embargo, Violet niega con la cabeza al ver mis intenciones.




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