Durante dos semanas enteras, he estado buscando en el distrito a la mujer de cabello azul, Selene Bianco, y ni con un nombre parecían saber quién era. Y Violet tampoco ha conseguido resultados.
El tiempo apremia, nuestros daeles se están agotando y aún no hemos conseguido el objeto de uno de los hermanos de Halley, y todavía nos quedan otros tres que localizar. Esto parece una pesadilla.
Tras un desayuno apresurado, continuamos con nuestro intento de vender en la plaza. La gente observa los objetos, pero no se detienen a comprar. Creo que el problema puede ser que, al pasar y no ver los precios, o desconocer para qué sirven los objetos, la gente no muestra interés. Por lo que se me ocurre que si escribo unas etiquetas y las coloco junto a los objetos pueda ayudar.
Le pido a Violet que me haga un favor y me dé algunas hojas de papel con su moneda mágica. Sin embargo, niega con la cabeza en cuanto menciono mi plan. No quiere que descubran que sus objetos tienen más de maldición que de bendición. Pero yo no quiero estafar a los clientes, necesitan conocer todo sobre lo que van a comprar. Cuando defiendo mi perspectiva, ella defiende la suya y la discusión gana impulso rodando como una bola de nieve lo haría por el Everest. Como si estuviéramos en una pendiente resbaladiza, y cada palabra, cada negativa, nos empuja más y más rápido hacia el precipicio.
Sin embargo, pese a la discusión, un hombre de prominentes cejas se detiene a observar la copa. Violet y yo enmudecemos a la vez. Ella no duda en explicar que la copa se llena de forma ilimitada y yo tampoco vacilo en contarle que te deshidrata si bebes de ella. Nuestras miradas rivalizan. No pienso ceder y, por la fulminante mirada de Violet, creo que ella tampoco.
El hombre se queda pensativo antes de contestar.
— Pero se llena hasta el infinito, ¿verdad? Me la quedo.
Abro los ojos de par en par, no me lo puedo creer, es una decisión pésima.
—Espere, ¿me ha escuchado? Le va a deshidratar.
—¿Y qué importa? De algo hay que morir. No pienso quedarme sin beber.
Me llevo las manos a la cabeza. Violet me observa de reojo con una sonrisa degustando su victoria. El hombre le entrega un fajo de daeles a Violet y se marcha, bebiendo un trago tras otro. No logro comprender nada. La copa le perjudica y aun así la compra.
—Le da igual…
—Te sorprendería lo que a la gente le importa hacerse daño a sí mismos. No importa cuánto les adviertas, les encanta sufrir. Es la manera que tiene el ser humano de cubrir sufrimientos mayores. Combaten el dolor con más dolor. Si te deja tu pareja, buscas otra; si te matan a trabajar, buscas otro trabajo. Al final, el resultado es el mismo.
—Eres un monstruo, no puedes entender lo que sentimos.
—Por desgracia, convivo con vosotros. Diría que os soporto lo suficiente como para saber que todos sois iguales. Egoístas, crueles y superficiales.
—Yo no soy así —afirmo levantando la voz y bajándola a mitad de frase para no sobrepasarme.
—Y cuando tienen buenas intenciones son peores —dice acusándome con la mirada—. Intentando cambiar mi forma de vender solo por “moralidad”, vas a arruinarnos. Eres muy ingenuo.
—Si ser honesto me hace ingenuo, entonces me siento orgulloso de serlo. Yo no soy un monstruo sin sentimientos como tú.
Violet se queda callada, cruza su mirada con la mía, pero enseguida la aparta con desprecio. Desde fuera, se puede percibir que la distancia que nos separa sigue siendo de al menos más de un metro en esta plaza, pero ambos sabemos que en realidad hay un universo de distancia entre nosotros que nadie más puede percibir a simple vista.
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Editado: 20.11.2024