Violet y yo continuamos buscando a Selene, si la encontré en este distrito una vez es muy probable que pueda encontrarla de nuevo. Llevamos la mañana entera paseando entre calles concurridas, bajo árboles que empiezan a perder sus hojas y el aire silbante que anuncia el otoño cerca.
Justo cuando estamos a punto de regresar a la posada, cruzamos una plaza donde encontramos una imponente biblioteca de piedra blanca. Cuenta con dos torres a cada lado de una entrada con forma de arco, sostenida por columnas, y sobre esta un friso anuncia “Biblioteca Oeste”.
El olor a papel amaderado me produce un escalofrío de emoción y me incita a asomarme a las ventanas de vidrio emplomado. Mirando su interior encuentro a las personas están leyendo sentadas en filas de mesas paralelas, cada una iluminada por pequeñas lámparas de ormuto. No puedo resistirme, tengo que entrar.
Sin embargo, antes de que pueda hacerlo, Violet se me adelanta y abre la puerta de golpe. El sonido rompe el silencio de la biblioteca y todas las cabezas se levantan para mirarnos, como si fueran topos emergiendo de la tierra.
Cierro con mucho cuidado de no hacer ni un mínimo ruido para evitar llamar más la atención, pero Violet cierra la puerta de otro portazo tirando al desagüe mi meticulosidad. Me entra un tic en el ojo, me está poniendo muy nervioso. Respiro hondo.
—¡Vamos que eres muy lento! —exclama ella a viva voz.
—Baja la voz —digo susurrando.
—¿Por qué?
—Es una biblioteca. Debes guardar silencio. ¿Nunca has estado en una antes?
Violet niega con la cabeza y pone el índice sobre sus labios para mandarme callar, a mí, quién soy el que la está reprendiendo. Es desesperante.
La ignoro para que no me entre un ataque cardiaco y exploro la biblioteca, aunque ella me persigue observando con curiosidad.
Las estanterías de madera se extienden hasta el techo pintado con frescos. Miles de libros que todavía no he leído desbordan la biblioteca de color. Es como sumergirse en un océano y quiero perderme en sus profundidades. Ni en mis sueños pude imaginar un paraíso así.
Violet se acerca despacio con las manos a la espalda y me mira de reojo.
—¿Por qué te gustan tanto los libros? —pregunta con un leve susurro.
—Es obvio, en ellos todo es posible —respondo en su mismo volumen y tomo el primer libro que diviso en el estante más cercano para mostrárselo—. Incluso que un monstruo de las profundidades se enamore de un príncipe humano, La sirenita.
Violet toma el libro y lo abre buscando entre las páginas hasta dar con una ilustración de la sirena observando desde el océano al príncipe, enamorada. Ella levanta la mirada hacia mí con una ceja escéptica, cierra el libro de golpe y lo devuelve a su lugar sin dudar.
—No tiene sentido. ¿Por qué ella se enamoraría del príncipe? Parece un cretino. Y ni siquiera pertenecen al mismo mundo. Es una historia absurda.
—Ni siquiera lo has leído. En realidad…
—No me interesa.
Violet se cruza de brazos. Siempre está dispuesta a menospreciar todo aquello que tenga origen humano. Pues si la lectura no despierta su interés, no voy a malgastar mis esfuerzos en tratar de convencerla. Es muy cabezota.
Nos separamos. Ella se sienta en una de las mesas, se reclina y sube las piernas sobre esta. Yo, en cambio, me alejo para escoger un libro. No quiero pasar ni un solo segundo más con alguien que no respeta una biblioteca.
Mientras busco, llego a una sección que jamás pensé que pudiera existir: libros en braille. Y, en una mesa cercana, encuentro a una mujer de cabello azul sentada, con su bastón apoyado a un lado. Sus dedos se deslizan con suavidad sobre el relieve del braille en las páginas del libro que sostiene. No me creo que la haya encontrado. Por fin me sonríe la suerte.
Tengo que ser sutil. Me aproximo en silencio, pero termina moviendo la cabeza hacia mi dirección, alertada por mi presencia.
—Muchacho, no es que esté escuchándote acercarte a mí ni nada.
Huelo el sarcasmo en el ambiente. ¿Sutil? No, nunca he usado esa palabra.
—Perdone, me llamo Arturo Mancini, solo quería agradecerle que me ayudara la otra vez.
—Recuerdo tu voz. No fue nada.
Me siento en la silla contigua y ella deja su libro sobre la mesa con un suspiro de resignación.
—¿Y acude con regularidad aquí? Señorita…
—Sí, siempre que puedo vengo y me llamo Selene Bianco. Pero no acudo aquí precisamente para hablar, sino para leer, las bibliotecas públicas sirven para eso, ¿sabes?
Su sarcasmo siempre sienta como una puñalada en el estómago, fría y mortal. Tengo que conseguir sus gafas y si no me gano su confianza dudo que pueda ni quedarme rondándola. Por lo que pienso en una excusa para continuar hablando con ella. Rememoro el portazo de Violet, todavía resuena en mis oídos, es una bestia. Pero me da una idea:
—Se lo preguntaba por si sabía dónde encontrar un cuento que quiero leer: La bella y la bestia. He buscado, pero no logro dar con él en ninguna parte.
Selene no responde. Se limita a ponerse en pie recogiendo el bastón y utilizándolo para ubicar la estantería. Acaricia los libros hasta detenerse en el que me interesa y me lo entrega. En la portada aparece una bestia: una mitad es monstruosa y la otra es la de un príncipe.
—Sí, es este.
—Lo sé, tengo buena vista —recalca con sarcasmo.
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Editado: 20.11.2024