Le explico a Violet mi encuentro con Selene mientras le abro la puerta de la biblioteca para que salga primero. Es el único recurso que se me ocurre para evitar que vuelva a dar otro portazo al salir. Entre tanto ella, en lugar de preocuparse antes por un plan para conseguir las gafas de Selene, se preocupa de que ella nos considere un matrimonio.
Y de pronto una niña de rizos morenos y ojos saltones nos intercepta llorando en la calle. Violet intenta esquivarla, pero la pequeña se interpone a cada intento de evitarla. Yo me agacho para encontrarme a la altura de la niña y preguntarle qué la sucede.
—Me he perdido —responde sorbiéndose los mocos. Me dan arcadas—. Estaba con mi mamá en el centro, y un señor se acercó prometiéndome un truco de magia. Y a mí me encantan, así que le dejé mi osito y le tocó con su guante mágico y el osito empezó a correr y yo le perseguí por el tipiférico y…y…perdí a mi mamá.
—Teleférico —corrige Violet de forma cortante.
—No seas tan brusca, Violet. Podría ser un indicio para encontrar a Alessio Bianco, me parece que Halley dijo que él es el dueño del Guante de la Animación.
—Pues yo creo que la niña está mintiendo. ¿Cómo va a subir al teleférico sola en el centro y llegar a esta zona del oeste? El teleférico está muy lejos de aquí. No me creo que esté perdida.
—Tú no, pero yo sí. La voy a llevar con su madre.
—Deja esa bola de babas irritante a un guardia y que él se encargue.
—No creo que nos recibieran muy bien después de escaparnos, ¿sabes?
Violet se cruza de brazos. Sabe que tengo razón. Decido recoger a la niña, que deja de llorar en el instante, y me encamino al distrito centro. Violet se resiste a moverse del sitio, pero cuando nota que no me detengo por ella, me persigue.
—¿No querías desentenderte de esto? —pregunto mirándola por encima del hombro.
—Quiero ver en primera fila cómo te equivocas.
Pongo los ojos en blanco; Violet desconfía de todo ser humano viviente solo por existir. No merece la pena discutir delante de la niña por su propensa imaginación, por lo que la ignoro y continuamos el camino hasta el distrito centro.
Bajamos por el teleférico y a la salida nos sorprende una mujer de cabello oscuro y espesas cejas, quien parece ser su madre. Con los ojos llorosos y de finos labios temblorosos, esboza una sonrisa al reencontrarse con la pequeña. Recoge a su hija de mis brazos y la entierra en besos. Me alegro de que estén juntas, menos mal que no hago caso a Violet.
La mujer no tarda en invitarnos a casa a comer como agradecimiento, pero Violet se niega. Sin embargo, yo acepto ante su sorpresa. Le demostraré que los humanos no somos tan engañosos como piensa. Ella termina resignándose y aceptando también para no dejarme solo.
Eva, como se presenta la madre, nos conduce en su barca por los canales. Mientras Violet y la pequeña Rosa no cesan de mirarse sin pestañear en una batalla sin tregua. Yo, por mi parte, prefiero entretenerme observando el reflejo de las fachadas envejecidas de las casas y cómo se desdibujan en el reflejo del agua. Aunque puedo notar cómo Eva me observa con una amplia sonrisa, más incómoda que el olor a algas que impregna los canales. Se me revuelve el estómago.
Una vez atracamos en una de los estrechos canales, subimos unas escaleras hasta una casa de ladrillos rojos muy acogedora, por no decir enana.
Eva y su hija se adelantan abriendo la puerta y pasando dentro y no dudo en seguirlas. Violet, en cambio, se detiene en la entrada y me mira con pena.
—No tengo un buen presentimiento, Arturo —suplica con suavidad intentando convencerme—. Vámonos.
—Ten un poco de fe, Violet. Existe gente buena.
Justo entonces noto un fuerte golpe en la cabeza que me llega desde atrás, como un dolor agudo que martillea mi cráneo. Con la visión nublada apenas logro distinguir a Violet, cuyo semblante se descompone en una expresión de horror. Todo se sume en el silencio y la oscuridad antes de poder comprender lo que acaba de suceder.
Despierto sin tener idea de cuánto tiempo ha transcurrido. Me encuentro atado en una silla en un comedor empapelado a rayas, y me alcanza una mezcla de olores del banquete que se despliega sobre la mesa del frente: el dulce aroma de vainilla del gelato, el salado del queso fundido y albahaca de las pizzas, y el amargor del café y el cacao de un tiramisú, entre muchos otros platos. Y, al otro lado de la mesa, descubro a Violet en la misma situación que yo, sonriéndome con insolencia. Me sorprende que todavía tenga el valor para hacerlo.
—Te lo dije —susurra con una satisfacción que no puede contener.
—Violet, no es el momento —respondo conteniendo la rabia.
—Cuando soy yo quien lleva la razón siempre es el momento.
Su tonito de superioridad es tan irritante que me entran picores. Escucho el tic tac de un reloj de pared y debajo de este se encuentra la niña jugando con muñecas, de espaldas a nosotros. En cuanto a su madre, se encuentra sentada con nosotros, con los codos apoyados en la mesa y su barbilla, a su vez, descansando sobre sus manos entrelazadas.
—No podéis ser más afortunados —dice Eva con un tono siniestro—. Vais a ser sacrificio para mi dios. Y esta es vuestra última comida.
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Editado: 06.11.2024