Llego hasta la posada, por suerte, se ha hecho de noche por el camino y apenas hay algún curioso en las calles que pueda mofarse de mi apariencia. Me recuesto contra la pared, justo debajo de la ventana de nuestra habitación. No quiero entrar lleno de pintura y restos de frutas. Ni siquiera quiero cenar, solo bañarme y dormir. Pero no quiero despertar mañana, en mi cumpleaños, y que lo primero que mis ojos vean sea a ella. Es como una pesadilla, puede que Zane tenga razón y no la odie, pero sigue pareciéndome repugnante.
Miro hacia arriba y veo la luz del cuarto encendida, Violet debe estar despierta. Prefiero esperar a que se duerma para entrar y evitar sus burlas.
De repente, siento que alguien está olfateando mi cabeza. Al mirar hacia la derecha, me encuentro con Burra, que tiene las orejas agachadas.
—¿Cómo has…? Olvídalo, eres un ente, es inútil cuestionarte sobre tu huida, es evidente que has forzado la puerta. Te ruego que guardes silencio, no quiero que Violet me encuentre así.
Y lo primero que se le ocurre es rebuznar, para alertar a Violet de mi llegada. Raudo le tapo el hocico con las manos para que pare. Burra por fin desiste y libero su hocico.
Acto seguido, revela una mano líquida oscura por su oreja, la introduce en su garganta, extrae una ilustración y me la entrega en las manos. Noto como se escurren sus babas entre mis dedos. Perfecto, más inmundicia.
Me fijo un instante en la ilustración: La sirenita salvando al príncipe. Pero yo me pongo en el lugar de él. No reconoce a su salvadora pese a tenerla tan cerca y para colmo al final de la historia termina ignorando que su auténtico amor se convirtió en espuma por su causa. Es deprimente.
No entiendo porque me muestra esto.
—¿Acaso Violet ha tomado prestado el libro de la biblioteca y te lo ha dado de comer? Me va a escuchar. No puede tratar así a los libros.
Burra niega con la cabeza y vuelve a comerse la hoja de mis manos. La escucho tragar mientras me observa. Aspira aire para rebuznar, pero la detengo antes de que pueda hacerlo, no deseo que las escasas almas en pena que deambulan por la calle pongan más atención en mí. Prefiero entrar en la posada.
Con cautela avanzo por las escaleras hasta el cuarto y antes de que siquiera roce el pomo de la puerta, Violet entreabre una rendija y asoma sus ojos de un púrpura intenso. Sus pupilas, dilatadas como lunas llenas, parecen absorber todo a su alrededor. Escucho como respira con fuerza. Posa su mirada en mí. No me atrevo a entrar, me desconcierta.
Ella abre muy despacio y se aparta de la puerta invitándome a entrar. Tomo aire y lo suelto para tranquilizarme. Paso y cierro yo mismo. Al darme la vuelta me salta el corazón en el pecho, me observa de cerca con las mejillas coloreadas de un ligero púrpura y tiene su olla en las manos.
—Metete en la olla —dice relamiéndose.
—¿Qué?
—Hueles muy bien. Quiero comerte. Metete, vamos.
Violeta deposita con cuidado la olla sobre el suelo. De su bolsa de cuero, saca las especias y esparce un poco de pimienta sobre mi cabeza.
Esto no es propio de ella, carece de sentido, me quiere conservar para la llave, ¿y ahora acaso pretende devorarme? Algo le ocurre, da la impresión de que se ha bebido varias copas en mi ausencia.
—No tengo ganas de tus disparates. Ahí no cabe una gallina, ¿y pretendes que me meta yo ahí? Solo quiero darme un baño. ¡Deja de sazonarme la cabeza! ¿Estás ebria?
Estoy tan agotado y pegajoso que no me importa despojarme de mi ropa frente a ella o frente a quien sea. Después de todo, no es humana, sino un monstruo de otro mundo que odia a los humanos. No importa cómo me vea.
Tiro el abrigo al suelo y comienzo a desabrochar mi camisa y es en este momento cuando Violeta reacciona, agitando la cabeza para despejarse. Se tapa la nariz con dos dedos a modo de pinza; sus pupilas se contraen, asemejándose a las de un felino.
Parpadea varias veces hasta que sus ojos recuperan su color verde, pero cuando me mira de reojo, vuelven a tornarse púrpuras. Al dejar de taparse la nariz, sus pupilas se dilatan de nuevo. Tiene las mejillas más púrpuras que antes y se lleva una mano al pecho, respira como si su corazón estuviera desbocado.
Nunca he visto a nadie tan ensimismada como ella en este instante. ¿Será acaso mi olor? Acerco la camisa manchada a mi nariz para discernir qué es lo que la altera, percibo el sudor entremezclado con el olor incisivo de la pintura y la fresca dulzura de las frutas que me asaltaron. Y al llevar mi olfato por encima de una mancha azul… un momento ¿cuál fruta es azul? Chupo la mancha de zumo azul con la punta de la lengua y siento que los pantalones me aprietan de pronto; acabo de descubrir el ingrediente del elixir de la pasión de Zane.
Violet se muerde el labio inferior, y apoya sus manos sobre mi pecho, inclinándose sobre mí. Su piel es tan cálida y suave que mi corazón está a punto de estallar en mi pecho. Mis ojos, casi involuntariamente, se desvían hacia su escote.
¡No! Debo controlarme. Aparto a Violet y me escondo en el servicio. Esta noche duermo en la bañera.
Me despierto sentado en el suelo, con la mitad de mi cuerpo recargado en la puerta. Mi brazo se ha quedado dormido sobre el picaporte del servicio. No podía soltar la puerta porque Violet tiraba desde el otro lado para abrir y yo desde el mío para cerrar. Ha sido una noche complicada. Me levanto para lavarme la cara en el lavabo y me miro al espejo. Mi cabello negro tiene la costumbre de rizarse más cuando me levanto y bajo mis ojos de un vivo azul se reflejan unas sombras cansadas. Cada músculo y hueso me duelen. Sin embargo, le felicito el 19 cumpleaños a mi reflejo: «¡Enhorabuena, has sobrevivido un día más a Violet!».
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Editado: 20.11.2024