Sangre púrpura

Capítulo 17. El recuerdo de aquel día.

Con el paso de los días, nuestro dinero de la venta de la Copa Deshidratadora se agota. Sin embargo, hemos avanzado con la lectura en la biblioteca. Violet ya sabe leer algunas palabras y frases cortas, aprende rápido. Y a cambio continúa ayudándome a comprender su lengua. Son días tranquilos, pero no podemos relajarnos demasiado. Selene sigue sin aparecer, Alessio es peligroso como para enfrentarlo sin un plan y debemos vender algo para seguir manteniéndonos en una posada atestada de cucarachas.

Montamos temprano el puesto en la plaza, pero el Espejo del Pasado y los anillos no parecen atraer a nadie. Aburrido, desvío la mirada y descubro un nuevo cartel de la próxima obra de Sarabeth Bianco. Ni siquiera me acordaba de la hermana pequeña de Halley.

Los actores siempre practican sus actuaciones, con suerte podremos encontrarla en el teatro Palace, en el distrito sur, donde se estrenará la obra. Violet y yo acordamos ir a buscarla a falta de conseguir nada de Selene o Alessio, Sarabeth es la mejor opción que tenemos.

Pasamos por el puente de piedra que une el oeste con el sur. Si miro por el borde veo el lago a varios kilómetros bajo nuestros pies. No me gustaría caerme.

A medida que nos adentramos al sur, escucho música de violín en el aire, interpretada por un músico que pide algunas monedas. Violet se detiene con Burra un instante a escucharlo, mueve el pie al ritmo, pero cuando me descubre mirándola continúa el camino para disimular.

En este distrito se respira un ambiente clásico como si estuviera dentro de un cuadro al óleo y cada detalle fuera una pincelada. Salvo Violet, ella es un garabato caótico curioseando todo a su paso. Se interesa por los frescos que recuerdan a las antiguas villas romanas, con escenas mitológicas y cotidianas con vivos colores. O acaricia el relieve intrincado de las columnas que sostiene las entradas de algunos hogares. Incluso se atreve a señalar la hoja que cubre la entrepierna de una estatua delante de las miradas avergonzadas de la gente que pasea por la calle.

—¡Gracias a ti ahora sé porque llevan una hoja en esa parte!

Siento que tengo la cara al rojo vivo. En ocasiones, dudo de si su intención es causarme vergüenza de manera deliberada, o si le surge de forma espontánea como el respirar. Me acerco a ella sobre Manzano y agarro la brida de Burra para llevármelas lejos y evitar las miradas extrañas.

Acortamos camino por una plaza imbuida del olor a café y pasteles recién horneados de los restaurantes que la rodean. La melodía lejana del músico callejero se mezcla con el bullicio animado de la plaza.

Y en el centro, una majestuosa fuente de mármol blanco brota con un murmullo suave. Su brisa humedece el ambiente.

La gente lanza monedas a la fuente pidiendo deseos y, si tuviera suficientes, también yo mismo arrojaría una y pediría ser el famoso héroe del reino. Me libraría de Violet, sería tan feliz. Y hablando de ella: me pregunta por qué derrochan dinero, y al explicárselo, baja de Burra y saca una moneda del bolsillo. Con presteza bajo de Manzano y me interpongo entre ella y la fuente.

—No podemos malgastar ni un solo dael, Violet. No es seguro que se cumplan.

—¡Qué mezquino eres! Solo voy comprobar si funciona.

Violet se acerca a la fuente y pide en alto dominar este reino ahora mismo. Deja caer su moneda que se hunde al fondo. Un instante de silencio la envuelve mientras observa a su alrededor, esperando algún cambio. Pero al notar que todo continúa igual, se levanta la falda dispuesta a meterse al agua y recuperar su moneda. Y osa llamarme mezquino a mí, cuando es ella quien se quiere mojar por un dael.

La tomo del brazo para detenerla antes de que toque el agua, en un intento de evitar una sanción. Un guardia nos mira de reojo con la mano sobre su carabina, vigilante de nuestros movimientos.

En un instante, Violet se lanza hacia mí, rodeándome el cuello con sus brazos. Me quedo sin aliento, sorprendido por su repentino gesto. Siento la presión de su cuerpo contra el mío con una fuerza inesperada. El latido acelerado de su corazón bombea contra mi pecho. Esta debe ser su forma de fingir normalidad ante el guardia. En respuesta a su abrazo, le envuelvo en el mío para ayudar con el engaño. Mientras mis manos se aferran a su cintura para mantenerla cerca.

Finalmente, el guardia pasa de largo y se enfoca en unos niños que intentan sacar monedas de la fuente. Nos hemos librado por poco.

Observo al guardia alejándose, mientras Violet se aparta de mí. Cuando regreso la vista hacia ella, ya está dentro de la fuente, recuperando su moneda y otra y la de más allá. Como la odio. La gente nos observa y los murmullos se extienden. La plaza parece estrecharse a mi alrededor, me recuerda al pueblo; las miradas juzgándonos y los comentarios despectivos. No lo soporto.

Antes de que el guardia tenga ocasión de percatarse, me meto yo mismo para sacarla en brazos y pese a sus quejas no la bajo hasta que estamos fuera del agua. Me mira con el ceño fruncido y los brazos cruzados. No obstante, me siento al borde de la fuente, haciendo caso omiso de su enfado. Me quito los zapatos y sacudo el agua, pero me encuentro empapado hasta los calcetines. Incluso el pantalón, pero no tengo nada para cambiarme.

Violet carraspea en su garganta para llamar mi atención. Respondo poniendo los ojos en blanco.

—Debemos llegar al Teatro Palace para encontrar a Sarabeth y quitarle su Tiara de los Tesoros, en lugar de perder el tiempo buscando problemas con los guardias, Violet.

Ella se sienta con brusquedad a mi lado y agita las botas, salpicando las gotas de agua en todas direcciones antes de volver a colocárselas.




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