Sangre púrpura

Capítulo 22. Casi, pero no.

Después de días de pensar junto a Violet sobre cómo revertir la transformación de Selene o siquiera de cómo conseguir el guante de Alessio o la tiara de Sarabeth, Enzo golpea la puerta y desliza una nueva carta por debajo. Mientras Violet sigue inmersa en idear un plan para robar a los hermanos, yo me levanto de la cama y leo la carta frente a la puerta.

Notte, 13 de octubre de 1893.

Arturo, Willow me invitó al laboratorio de su sótano y me ha enseñado que esconde una jaula con conejos, una gran familia de ellos. En un principio, me acerqué a ellos con la idea de que eran encantadores. Sin embargo, Willow me pidió que tomara asiento. Por supuesto obedecí, y entonces me lo explicó todo: era una pequeña familia donde el progenitor era un ente conejo y la madre un ejemplar común.

Los había encontrado durante su investigación de la grieta, en el bosque, a pesar de mis advertencias de que no vaya solo porque es peligroso. En fin, vio a la madre atrapada por un cepo y el ente conejo esforzándose por liberarla, pero sin la fuerza suficiente para conseguirlo. Fue entonces cuando Willow le prestó su ayuda, y ambos conejos agradecidos le siguieron hasta su casa. Finalmente dejó que se quedarán.

Es terrible que esconda entes en el pueblo. Solo se multiplicarán más y nos devorarán a todos. Pero Willow confía en mí, en que guardaré su secreto y por ahora lo he hecho, pero me asaltan dudas. Quizá deba preguntarles a los sabios, quizá Simón pueda aconsejarme.

Los conejos son un peligro, pero no puedo traicionar a mi amigo, me odiaría y no soportaría que lo hiciese. No puedo dormir y me cuesta respirar. ¿Qué camino debo seguir, Arturo? Jamás imaginé enfrentarme a una coyuntura semejante, menos aún proveniente de Willow.

Aguardaré tu respuesta, pero ruego que no compartas con nadie lo que te he contado. Soy el elegido no puedo mostrarme vulnerable. Confío en ti, hermanito.

Un abrazo fuerte.

Henry.

En cuanto termino la carta, miro por encima del hombro a Violet, quien cambia un cuadro de la pared por una pizarra con su moneda por algún motivo que desconozco, mientras yo siento que me va a explotar el corazón ante el dilema que me plantea mi hermano.

Durante toda mi vida, solo he conocido entes hostiles que atacaban el pueblo. Sin embargo, descubrir que también existen entes con sus propias familias, viviendo en paz con otras criaturas como estos conejos o incluso el afecto entre Burra y Manzano, me hace cuestionarme cuánto desconozco en realidad de ellos.

Y quizá esto ni me lo hubiera planteado antes, sino fuera porque Violet y Burra me demuestran cada día que los entes como ellas no son tan peligrosos como imaginaba. Al menos no todos. Pero tampoco confió en su especie, no puedo arriesgarme a que sigan multiplicándose e invadan el pueblo y pongan en riesgo a mi familia o al pueblo.

Antes le diría a Henry en la próxima carta que matase al ente y sus crías sin dejar rastro. Sin embargo, ahora es la primera vez que no estoy seguro de qué hacer. Cualquier respuesta mía es un riesgo para mi hermano y el pueblo. Sé que, si fuera solo por él, los mataría sin pensarlo, pero no quiere traicionar a Willow porque le ama. Y yo tampoco puedo hacerlo porque es el único vecino al que me tiene estima en el pueblo. La única solución que se me ocurre es que controlen a los conejos o los lleven lejos.

Escribo una nueva carta con mi respuesta, espero que puedan encontrar el equilibrio a esta situación. Y espero no equivocarme. Siento que es demasiada responsabilidad, incluso me sudan las manos. Bajo un instante a pedirle a Enzo que envíe la carta y al subir encuentro a Violet dibujando en la pizarra un garabato… lo dejaré en la categoría de lo curioso.

—Tengo miedo de preguntarte que planeas.

—No lo hagas, ya te lo digo yo. Podemos quitarle la tiara a la presumida si te conviertes en uno de sus pretendientes.

Niego con la cabeza.

—No me verás coqueteando con Sarabeth, es más desagradable que tú.

—Los admiradores de la princesita cogieron la tiara, por lógica, solo uno podrá robársela. Además, tampoco pierdes nada si lo intentas.

Suspiro con resignación, no puedo negar que sea una mala idea, aunque lo odie.

—Está bien, fingiré que la amo con locura.

—Perfecto —responde, y señala el garabato torcido y tembloroso de la pizarra—. Empecemos por lo básico: cómo cuidar de tu criaturita.

Me quedo petrificado. ¿Esa aberración de dibujo es un bebé? Solo a ella se le ocurre empezar por el final. Ni siquiera he besado a una mujer y ya pretende instruirme en la paternidad. No tiene ni la más remota noción de cómo funcionan las relaciones.

—Violet, mejor comencemos por el principio, algo más sencillo, por ejemplo: ¿qué buscáis las mujeres en un hombre?

De reojo, desliza su mirada por mi cuerpo de manera discreta. Parece que me está analizando antes de responder.

—Si en algún universo remoto me interesara un humano, algo que considero altamente improbable, tendría que ser un hombre que no solo sea leal, sino que también posea una ambición desmesurada por el poder. Debería ser tan valiente que los generales mismos lo elijan para liderar sus ejércitos en la batalla. Su fuerza física debería rivalizar con la de un dios, y su belleza debería dejar a todos sin aliento, haciendo que hasta las estatuas clásicas parezcan absurdas imitaciones de él. Además, debería tener una inteligencia táctica que haga que los más renombrados estrategas militares de la historia se sientan insignificantes y una habilidad diplomática digna de un emperador.

Levanto una ceja, incrédulo; no esperaba que terminase tan pronto su enumeración de requisitos.




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