Durante el desayuno intento explicarme sobre porque actúe de ese modo anoche con ella, pero Violet se coloca en una mesa alejada para no escucharme. Dejo que desayune tranquila, porque a lo que a mí respecta no tengo apetito. Y cuando se levanta vuelvo a intentar explicarme de nuevo.
—Lo siento —digo, buscando sus ojos—. Solo quería protegerte de Sarabeth. No era mi intención incomodarte.
Violet se cruza de brazos.
—Te di todas las monedas que tenía en ese momento para que pudieras cenar con ella. Incluso, traté de contener a Manzano, para que no se enfadarán contigo en el restaurante y que no malograses tu cita. Y me lo pagas humillándome delante del restaurante entero, arrojándome del lugar como si fuera un mero saco. ¿Y ahora dices que no era tu intención incomodarme? Más bien parece que Sarabeth y tú habéis congeniado más de lo que esperaba. Cuando te destierre al menos tendrás compañía.
—He cometido un error. Perdóname. —Hago una pausa; algo en sus palabras me hace dudar—. Aguarda... ¿Estás celosa de Sarabeth?
—¿Yo? ¿Celosa de esa arpía? —Su risa es forzada, demasiado aguda—. ¿Por qué motivo habría de experimentar semejante tontería? ¡Qué absurdo! ¡Ni en sueños!
Violet me esquiva antes de que pueda replicar y sale a la calle con paso firme. Yo la persigo fuera; aún no he terminado de aclararme con ella.
—Escucha, tener celos es algo natural —digo mientras camino a su lado—. No hay necesidad de avergonzarse por ello. Es importante aceptarlo y abordar el problema hablando.
De pronto, se detiene y gira hacia mí con una sonrisa fría, calculadora. Algo trama.
—Voy a conquistar a Alessio y robarle el guante.
Me detengo en el sitio, quedándome detrás de ella, me acaba de dar una taquicardia. No comprendo cómo puede cambiar de asunto con tanta ligereza.
—¿Qué?
Es lo único que alcanzo a balbucear, mientras ella sigue caminando, dejándome atrás.
—Se me ocurrió mientras pasabas la noche con Sarabeth. Le distraeré con mis encantos y le arrebataré el guante. ¿Acaso no es un buen plan?
Recuerdo cómo Alessio acuchilló al ente, con una frialdad despiadada. Si llega a descubrir que Violet es uno de ellos, no vacilará en hacerla daño, incluso matarla. No puedo permitir que eso suceda.
—No, no lo permitiré —digo acercándome a ella—. Alessio es un cazador de entes, es peligroso para ti y no quiero que te arriesgues de ninguna manera.
Violet me mira con ternura, aproxima su mano a mi mejilla, pero antes de llegar a rozarme, retrocede. Como si le hubiera asaltado un pensamiento inquietante sobre mí, aparta la mirada con desprecio y se protege tras una máscara de apatía.
—Alessio no es rival para mí, así que no hace falta que te preocupes como si realmente te importara; no lograrás engañarme con tu falsa generosidad. Sigamos cada uno nuestro camino.
Dicho esto, continúa su paso hacia el distrito centro. No comprendo por qué me inquieto por ella; me odia. Y yo, la verdad, no entiendo porque me afecta. Ni siquiera debería estar pensando en ello. Ella tiene razón, dejemos que cada uno se ocupe de sus propios asuntos. Mejor me dirigiré a hablar con Zane, quizá sepa como salvar a Selene.
Al llegar a la posada de Zane y subir al piso de arriba, lo encuentro despidiéndose de una mujer con un apasionado beso. Me recuerda lo desafortunado que soy, pero me alivia que al menos uno de los dos tenga suerte con las mujeres.
—Ya sabes que me puedes visitar cuando quieras —dice Zane—. Saluda a tu marido de mi parte.
—Que gracioso eres, bombón —responde la mujer con un tono tan meloso que empalaga.
Me aparto para darle paso hacia las escaleras, y Zane me hace una señal para que entre en su habitación. El olor rancio y la humedad del interior me resultan repulsivos. Arrugo la nariz sin poder evitarlo. Zane abre la ventana de un golpe, dejando que entre un hilillo de aire fresco, mientras las mantas arrugadas se amontonan sobre el colchón.
—Hacia tanto que no te veía, Arturo. ¿Qué tal?
—Mejor que tú, imposible —contesto, mirando alrededor con incomodidad.
—Es que ser un buen samaritano con los demás te recompensa.
Y de qué modo. Ya puedo imaginar qué clase de "ayuda" brinda. Prefiero no tocar nada del cuarto. Antes de seguir hablando, me asomo por la ventana, inhalando profundamente para limpiar mis pulmones del aire viciado de la habitación.
—He venido porque tengo un problema —digo por fin—. Y no conozco a nadie más idóneo que tú para resolverlo.
—¿Te estás quedando calvo?
—¡No, eso no! Espera, ¿por qué lo dices? —Me toco los rizos negros con preocupación pero entonces recuerdo a Selene y sacudo la cabeza—. Olvídalo. En realidad, hemos transformado a una mujer en un siniestro árbol. ¿Alguno de esos brebajes tuyos lo solucionarían?
En respuesta, Zane entrecierra los ojos y frunce el ceño, no sé si está confuso o me está juzgando.
—Ha sido mi hermanita, ¿verdad? —suspira—. Por desgracia no tengo nada para un caso así.
—Le dije a su hermano Giovanni que le ayudaría a buscar una solución.
—¿Giovanni Bianco? ¿El millonario? —Sus ojos brillan de repente y su tono cambia se vuelve una alegría inconmensurable—. Dije que no tengo nada preparado... pero, por Alá, que te lo fabrico ahora mismo.
Se lanza hacia el armario, revolviendo macetas y frascos. Arranca hojas al azar, las aplasta entre sus dedos y las arroja a un matraz de vidrio. Retira la manta polvorienta que cubría el destilador y enciende el fuego con un movimiento ágil.
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Editado: 17.05.2025