Durante el desayuno intento explicarme sobre porque actúe de ese modo anoche con ella, pero Violet se coloca en una mesa alejada para no escucharme. Dejo que desayune tranquila, porque a lo que a mí respecta no tengo apetito. Y cuando se levanta vuelvo a intentar explicarme de nuevo.
—Lo siento. Quería protegerte de Sarabeth. No era mi intención incomodarte.
Violet se cruza de brazos.
—Te di todas las monedas que tenía en ese momento para que pudieras cenar con ella. Incluso, traté de contener a Manzano, para que no se enfadarán contigo en el restaurante y que no malograses tu cita. Y me lo pagas humillándome delante del restaurante entero, arrojándome del lugar como si fuera un mero saco. ¿Y ahora dices que no era tu intención incomodarme? Más bien parece que Sarabeth y tú habéis congeniado más de lo que esperaba. Cuando te destierre al menos tendrás compañía.
—He cometido un error, perdóname… Aguarda, ¿estás celosa de Sarabeth?
—¿Yo? ¿Celosa de esa arpía? ¿Por qué motivo habría de experimentar semejante tontería? En absoluto, jamás.
Violet me esquiva y sale a la calle con paso firme. Yo la persigo fuera; aún no he terminado de aclararme con ella.
—Escucha, tener celos es algo natural —digo mientras camino a su lado—. No hay necesidad de avergonzarse por ello. Es importante aceptarlo y abordar el problema hablando.
—Voy a conquistar a Alessio y robarle el guante.
Me detengo en el sitio, quedándome detrás de ella, me acaba de dar una taquicardia. No comprendo cómo puede cambiar de asunto con tanta ligereza.
—¿Qué?
Violet se detiene unos pasos más adelante y se vuelve para mirarme.
—Se me ocurrió mientras pasabas la noche con Sarabeth. Le distraeré con mis encantos y le arrebataré el guante. ¿Acaso no es un buen plan?
Recuerdo cómo Alessio acuchilló al ente, con una frialdad despiadada. Si llega a descubrir que Violet es uno de ellos, no vacilará en hacerla daño, incluso matarla. No puedo permitir que eso suceda.
—No, no lo permitiré —digo acercándome a ella—. Alessio es un cazador de entes, es peligroso para ti y no quiero que te arriesgues de ninguna manera.
Violet me mira con ternura, aproxima su mano a mi mejilla, pero antes de llegar a rozarme, retrocede. Como si le hubiera asaltado un pensamiento inquietante sobre mí, aparta la mirada con desprecio y se protege tras una máscara de apatía.
—Alessio no es rival para mí, así que no hace falta que te preocupes como si realmente te importara; no lograrás engañarme con tu falsa generosidad. Sigamos cada uno nuestro camino.
Dicho esto, continúa su paso hacia el distrito centro. No comprendo por qué me inquieto por ella; me odia. Y yo, la verdad, no entiendo porque me afecta. Ni siquiera debería estar pensando en ello. Ella tiene razón, dejemos que cada uno se ocupe de sus propios asuntos. Mejor me dirigiré a hablar con Zane, quizá sepa como salvar a Selene.
Al llegar a la posada de Zane y subir al piso de arriba, lo encuentro despidiéndose de una mujer con un apasionado beso. Me recuerda lo desafortunado que soy, pero me alivia que al menos uno de los dos tenga suerte con las mujeres.
—Ya sabes que me puedes visitar cuando quieras —dice Zane—. Saluda a tu marido de mi parte.
—Que gracioso eres, bombón —responde la mujer con un tono tan meloso que empalaga.
Me aparto para darle paso hacia las escaleras, y Zane me hace una señal para que entre en su habitación. El olor rancio y la humedad del interior me resultan repulsivos. Zane abre la ventana y deja las mantas desordenadas sobre el colchón arrugado.
—Hacia tanto que no te veía, Arturo. ¿Qué tal?
—Mejor que tú imposible.
—Es que ser un buen samaritano con los demás te recompensa.
Y de qué modo. Ya puedo imaginar la clase de ayuda que brinda. Prefiero no tocar nada del cuarto. Asomo la cabeza por la ventana para coger aire fresco antes de seguir hablando:
—He venido porque tengo un problema y no conozco a nadie más idóneo que tú para resolverlo.
—¿Te estás quedando calvo?
—No, eso no. Espera, ¿por qué lo dices? —Me toco los rizos con preocupación, pero recuerdo que tengo que hablarle de Selene y cambio de tema—: En realidad, hemos transformado a una mujer en un siniestro árbol, ¿alguno de esos brebajes tuyos lo solucionarían?
En respuesta, Zane entrecierra los ojos y frunce el ceño, no sé si está confuso o me está juzgando.
—Ha sido mi hermanita, ¿verdad? Por desgracia no tengo nada para un caso así.
—Le dije a su hermano Giovanni que le ayudaría a buscar una solución.
—¿Giovanni Bianco? ¿El millonario? Dije que no cuento con ello, pero por Alá que te la fabrico ya mismo.
Zane abre el armario, coloca algunas macetas de plantas en la mesilla y arranca algunas hojas. Luego, retira la manta del destilador, introduce las hojas en un matraz de vidrio.
De pie, junto al destilador, Zane observa nostálgico como cada gota que cae en el frasco desprende una chispa de luz.
—Violet solía ayudarme con las pociones, le complacía mezclar ingredientes y explorar nuevas recetas. Ahora estoy solo.
—Nos tenemos el uno al otro. Somos amigos, ¿no?
—Sí, hasta que vuelva a cambiar de rumbo en otra ciudad. Para un nómada como yo es muy complicado hacer amigos y peor aún mantenerlos.
—A mí también me cuesta hacer amigos. ¿Por qué no permaneces en un mismo lugar?
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Editado: 06.11.2024